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12 de noviembre, Kingston.

Eran las cuatro de la madrugada cuando Harry despertó. El jet lag no había permitido que ninguno de los dos llegara despierto a ver el primer anochecer en Jamaica, y acabaron retirándose a sus habitaciones para dormir antes de que el sol desapareciese.

Estaba sentado en el salón principal, con la televisión encendida a un volumen mínimo, la luz apagada y un plato ahora vacío sobre la mesa de café frente a él. Había robado de la nevera una cerveza y algo de comer, y después había decidido consultar su teléfono sin mucho interés.

Descubrió entonces que las personas estaban especulando sobre aquella noche en el club en Milán. Al parecer alguien que estuvo allí afirmó por Twitter haberles visto a ambos junto a sus compañeros, y su declaración estaba siendo compartida por todo el mundo. No tenían pruebas, pero tampoco parecían dudar de la palabra de aquella chica.

Mientras no existieran fotos para poder corroborarlo, el hecho de que especulasen realmente no le importaba.

Estaba aburrido y no tenía más sueño como para ser capaz de seguir durmiendo, por eso fue una verdadera salvación cuando vio a Louis bajar las escaleras con el ceño fruncido y el pelo revuelto.

—Buenos días —Harry le saludó utilizando un tono sarcástico. Estaba tumbado sobre el sofá con una brazo tras su cabeza y el otro sobre el teléfono en su pecho.

—¿Tampoco puedes seguir durmiendo? —a Harry realmente le hizo sonreír la manera en la que su voz se volvía áspera y gruesa cuando acababa de despertar. Respondió a su pregunta negando con la cabeza —. Odio el jet lag —se quejó.

Louis se acercó al sofá dispuesto a sentarse, y Harry tuvo que doblar sus piernas para poder hacerle un hueco.

—Para deshacernos de él tenemos que conseguir aguantar despiertos hasta, al menos, las once de la noche —apuntó Harry con simpleza, siendo todo un experto en el trastorno del sueño que causaba el jet lag.

—¿Qué estabas viendo? —inquirió Louis cuando observó como en la pantalla se reproducía una película en blanco y negro.

—No lo sé —admitió —. Solo la he encendido para no sentirme solo.

La revelación le sacó una carcajada perezosa a Louis.

—Podrías haberme avisado. ¿Llevas mucho tiempo despierto?

—Nah —dijo —, apenas llevo aquí media hora.

Ambos estuvieron de acuerdo en que las cuatro de la madrugada era la mejor hora para comenzar a reflexionar sobre la existencia humana, y fue así como, en tan solo un segundo, terminaron sumidos en una conversación profunda sobre muchos aspectos de sus vidas.

Daba miedo la manera en la que aquella conversación se oscurecía a medida que hablaban. Comenzaron hablando entre risas sobre sus mejores recuerdos de la infancia, pero sus voces se apagaron en cuanto relataron la manera en la que llegaron a donde ahora estaban.

El negocio en el que se encontraban no siempre era un tema triste. Harry tenía muy buenos recuerdos gracias a él; su primera presentación en público sería algo que jamás olvidaría, y definitivamente no cambiaría a sus fans ni por todo el oro del mundo. Pero ambos concidían en que siempre pesaba más la parte mala cuando la ponían junto a la buena en una balanza.

—Perdí a todos mis amigos de la infancia cuando saqué mi primer disco —admitió Harry con frialdad, como si fuera un hecho en su vida que ya ni siquiera le dolía recordar —. Nunca tuve demasiados, en el instituto era un completo marginado —relató con cierto tono de autoburla —. Tenía tres, Elliot, Amanda y Gael. A los catorce años descubrí gracias a Amanda que no me gustaban las mujeres. A los quince, descubrí que me gustaban los hombres gracias a Elliot. Fue un triángulo amoroso bastante curioso, pero seguimos siendo amigos después de ello.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora