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20 de abril, Perth

Harry quería terminar aquel tour con la cabeza en su sitio. Tenía que llegar hasta el final porque sentía que se lo debía a todas y cada una de las personas que pagaban por verle. Necesitaba acabar cada fecha porque no podía permitirse perder esos ingresos y porque su equipo se negaba a cancelar el tour.

Miles de factores le hacían verse obligado a continuar y todos a su alrededor estaban tratando de mantenerle lo más estable posible para hacerle llegar al final a toda costa.

Y Harry realmente había intentado poner de su parte cada mañana de terapia. Había intentado buscar apoyo en algo más sano que una droga antes de subir al escenario. Él también quería verse estable, pero no podía.

Su mente no estaba estable, él no estaba bien, y sin embargo las personas a su alrededor aparentaban normalidad y continuaban con la rutina como si Harry nunca hubiera estado al borde de una sobredosis hacía menos de un mes. Como si quisieran asumir que había levantado cabeza a pesar de que todos sabían que vivía arrastrándose.

Incluso su madre camuflaba su desbordante preocupación con sonrisas tristes que solo conseguían amargarle más, ingenua al creer que su mente iba a sanarse con cuatro días de terapia y apoyo emocional.

Eso no iba a pasar, porque Harry estaba muerto en vida y nadie quería darle la ayuda que realmente necesitaba si eso significaba que tendría que abandonar ese tour.

Lloraba todas las putas noches antes de dormir, y despertaba llorando por una pesadilla escasas horas después.

No podía más. No podía con ese tour, no podía con las fans, ni con su equipo, ni con su madre. No podía con la angustia al no saber de Louis más de lo poco que él le contaba cuando conseguían tiempo para mandarse algún mensaje. Pero no le culpaba. Harry tampoco podía consigo mismo.

No quería agobiarle; sabía que él llevaba días visitando el hospital, a veces dormía en él y otras se quedaba con su familia. Sabía que había cancelado muchos actos promocionales en América porque no quería abandonar Europa. Sabía que para Louis su familia iba antes que cualquier otra cosa y Harry no quería darle más preocupaciones externas que no necesitaba en ese momento.

Así que cada vez que Louis le preguntaba, Harry solo respondía que las cosas en el tour estaban bien, aunque él no le creía.

Pero nunca le contaba que se arrastraba de ciudad en ciudad junto a una abstinencia cada vez más severa. No le contaba que vomitaba cada trozo de comida que conseguía llevarse a la boca, o que estaba adelgazando y que su cuerpo era incapaz de dar más de diez pasos sin sentir que iba a desmayarse.

Louis no sabía la cantidad de moratones que Harry tenía en su cuerpo por no comer lo suficiente, ni que su pelo se caía más de la cuenta cada vez que trataban de peinarle.

No sabía lo asustado que estaba y lo solo que se sentía. Su salud estaba resintiéndose y cuanto más alto veía el riesgo a morirse, más miedo le daba no tenerle cerca.

Pero esas putas ansias de drogarse siempre habían sido más fuertes que él.

Fue entonces cuando le pidió a su madre espacio personal que solo utilizó para escaparse en busca del único contacto que poseía en Australia; le pagó un billete de tren a aquella ciudad y ciento noventa dólares por un gramo.

Volvió a su habitación y dibujó sobre la pantalla de su teléfono una línea ligeramente más gruesa de las usuales, y cuando llevó una mano a su nariz para calmar inutilmente el escozor que sintió al inhalarla, descubrió que estaba sangrando debido a los cortes de aquella sustancia.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora