Capítulo 4

66.2K 4.6K 1.6K
                                    

     Esos días libres pasaron volando, completamente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


     Esos días libres pasaron volando, completamente.

Entré a la universidad con energía, puesto que me dediqué solo a dormir esos días, pero también me dediqué a hacer el trabajo, el cual, debía entregarlo ese mismo día, a primera hora.

Cuando entré al Aula, solamente estaba el profesor Brueghel, tenía su cara escondida entre sus manos. Lucía afligido.

El que estuviera a solas con él hizo que me arrepintiera de llegar tan temprano. Ese hombre tenía algo que me volvía débil, débil, porque todo en él me llamaba a pecar, todo en él me llamaba a arder. Y de no la manera inocente. Quería hacerle tantas cosas, que me sorprendía. A penas lo había visto esa noche supe que algo pasaría conmigo, que algo cambiara por culpa de ese hombre. Pero jamás pensé que lo tendría que ver todos los malditos días. Y que yo... a quién no le gustaba nadie, de un día para otro, como si fuera lo más normal, le atrajera un tipo a quien le había bailando nada más, y fuera su jodido profesor.

Me acerqué a él, para poder entregarle el trabajo mas no quería molestarlo, pero me llenó la curiosidad.

—Profesor... —mi voz sonó demasiado tímida. Mis dedos comenzaron a temblar de los nervios, por lo cual me metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta negra de cuero.

Cuando levantó la mirada solo se quedo viendo mis ojos. Me sorprendió verlo con ojeras y casi demacrado. Algo le había pasado. Creo que me sorprendió más el que ya pareciera cansado cuando solo llevábamos cuatro días de clases. Pero así cualquiera.

—Señorita Vernacci —no vi ningún intento de sonrisa, parecía que no tenía ni energía para eso —. Espero me haya traído el trabajo, no le daré más plazo de no ser así.

Tragué saliva. Definitivamente no tenía humor.

—Sí...se lo traje —le dije mirando hacia el suelo, me miraba con demasiada intensidad y curiosidad, nuevamente. Y eso me hacía perder cualquier tipo de valentía.

Tomé mi mochila entre mis manos nerviosas, se me cayó al suelo, con el cierre abierto y las cosas desparramadas en el piso. Joder, qué idiota era. Qué idiota me ponía ese hombre.

Me agaché a recoger las cosas, cuando comencé por agarrar un libro, resultó que a él también le había nacido, haciendo rozar nuestras manos, Temblé. Alejé mi mano casi con brusquedad. Había sido demasiado obvia. Levanté la mirada, y ahí estaban sus ojos inexpresivos, oscuros...su ceño se había fruncido. Miraba mis ojos con detenimiento. O eso me pareció.

—Juro que me recuerdas a alguien... —susurró. Luego soltó una sonrisa amarga. Ayudándome a recoger las cosas —. Pero no puede ser. No —volvió a susurrar, más para él que para mí.

Me levanté una vez que todas las cosas estuvieran en mi mochila. La sujeté con fuerza, parecía que me estaba aferrando a ella. Saqué mi libreta en silencio, luego se la entregué. Sacó una cajita negra de su maletín, y en ella se encontraban unos lentes negros. Se los puso, con cuidado. Parecía pretencioso con los cuidados hacia unos lentes. Pude ver todo un set de cosas para ellos. Luego. Se concentró en lo que había escrito. Sin decir nada, sin devolverme la mirada. Mientras que yo me detuve a mirarlo, más bien, a admirarlo, su piel era blanca, su barba estaba creciendo, era de un color claro, al igual que su cabello, suave y despeinado. Me ofusqué mirándolo.

Quiero que bailes para mí © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora