Leaf salió lo antes posible de ese extraño lugar. A diferencia de la entrada, el trayecto a través del cenote no fue más que un simple parpadeo, el cual de alguna manera le hizo volver a la entrada del castillo. Por alguna razón aún llevaba el instrumento y el medallón al cuello, pero esa era la menor de sus preocupaciones. Una vez de vuelta en la superficie, no pudo evitar notar que el calcinante sol del medio día había desaparecido de la bóveda celeste y, en su lugar, era la luna quien reinaba sobre la penumbra nocturna. La lógica reacción del muchacho fue tomar el celular para revisar la hora mientras caminaba rápidamente hacia su auto en el estacionamiento. Según el calendario de su móvil, habían pasado dos días desde su llegada a la zona arqueológica.Lleno de preguntas en la cabeza, Leaf pagó la altísima tarifa del estacionamiento y se dirigió, tan rápido como pudo, de vuelta a la capital. Deseaba que todo fuera mentira, un sueño o una extraña alucinación provocada por la sobreexposición al sol. En cualquier momento despertaría, ya sea en su cama o en un cuarto de hospital. Cualquier cosa en lugar del extraño vaticinio del anciano que dijo ser el dios dador de vida. Al llegar a su casa se dirigió directo a su habitación, sus manos aún temblaban cuando precipitadamente abría la puerta para arrojarse a la cama donde, agotado por los acontecimientos del día, se dejó vencer por el sueño.
Después de unas cuantas horas de oscuridad, los primeros rayos de la mañana llamaron a la ventana de Leaf. Aquel cálido saludo llamó la atención del muchacho quien, contra cualquier predicción, despertó lleno de vida. Todo relucía a su alrededor, incluso la vieja enredadera que ocupaba el exterior de su ventana había retoñado y ahora engalanaba con purpúreos pétalos el detallado marco afrancesado con vista hacia el jardín principal. Mientras preparaba sus cosas para salir a la universidad, Leaf notó que aún conservaba consigo las reliquias del viejo Itzamna. Una desganada sonrisa llenó su rostro cuando tomó la flauta de caña que descansaba junto a su cama.
-Entonces ... todo fue cierto.- Musitó casi con un suspiro, mientras observaba la marca finamente tallada en el cuerpo de aquel artefacto.
No faltaba mucho para que inicie su primera clase en la universidad así que decidió tomar consigo la reliquia, ocultarla en el bolsillo interior de su mochila y partir cuanto antes en el auto de su abuelo.
Aquel día era particularmente lento, transportarse de salón a salón en busca de las sedes de sus nuevas materias dentro del campus resultaba ser bastante agotador para el joven Connor quien, de no ser por la ayuda de Argyt, ya habría faltado a más de una de sus asignaturas. Por tratarse del inicio del semestre muchas de las lecturas eran ligeras, no más de veinte páginas por materia, y los trabajos de investigación se limitaban a la crítica bibliográfica por lo que había tiempo suficiente para sentirse tranquilo y disfrutar de todo lo que la universidad podía ofrecer.
Una vez terminado el segundo periodo de clases, el horario de materias permitió a Leaf bajar a la cafetería del primer piso por algo rápido y sencillo que pudiese calmar su hambre. Todavía se encontraba a la mitad de las escaleras cuando dos extrañas figuras le sorprendieron al rodearle con los brazos y a fuerza conducirle hacia el otro extremo de la facultad. La superioridad numerica era un claro factor en contra ya que, por más que Leaf trataba de escapar, sus captores le habían sometido con magistral destreza.
Rodrigo Cáceres y Mario Tejeda eran dos expertos en no hacer nada de provecho con sus vidas. Generalmente se les podía ver por los pasillos de la facultad perdiendo el tiempo o buscando algún pobre iluso del cual aprovecharse, el día de hoy ese iluso había llegado en la forma de Leaf, a quien llevaron a la fuerza hasta un punto ciego entre los laboratorios y un edificio adjunto que servía como bodega. Rodrigo fue el primero en hablar, haciendo gala de una tosca oratoria, planteó su argumento inicial.
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Los ojos del jaguar.
AventuraTras la muerte de sus padres, Leaf Connor, un joven de 19 años se ve obligado a rehacer su vida en Yucatán, un mítico paraje al sureste de México, alguna vez conocido como Mayab. Poco habría de imaginar que aquel viaje de vuelta a su tierra natal...