Capítulo 2

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Leaf ya se encontraba acostumbrado a todo aquello que implicaba el tener que viajar a otro país. Se enfrentaba a nuevas reglas, nuevas personas, un idioma el cual hace dos años no había hablado pero que recordaba bien. La adaptación no sería algo difícil para una persona que no ha hecho nada más en su vida que viajar, pero qué más da, ¿No? Es lo único que pensaba Leaf al adentrarse a unas instalaciones en el centro de la capital peninsular. Era momento de iniciar una nueva serie de trámites que le permitirían retomar el tercer año de la carrera al revalidar sus estudios en Washington.

El ambiente colonial del centro de aquella pacifica ciudad recreaba la vista del muchacho quien, esperando recuperar su documentación, paseaba por el patio interno del edificio central del colegio. Las horas no pasarían inadvertidas frente a él, aparentemente todo aquello relacionado a su inscripción se había complicado, por lo que tendría que esperar hasta la tarde una respuesta por parte de los coordinadores académicos.

De cualquier forma, la tardanza del personal habría permitido a Leaf poder conocer mucho más el centro de aquella ciudad; la imponente catedral, primera en suelo continental americano; las decoraciones barrocas de la casa de los Montejo, conquistadores y fundadores de la ciudad de Mérida. La curiosidad le arrastraba por las calles empedradas de los mercados de la ciudad, donde por fin pudo probar un poco de la gastronomía local. Aquellos aromas y colores brillantes alentaban al cuerpo a experimentar en carne propia el sazón de la vida diaria yucateca. La combinación perfecta de especias que había dado un brillante color carmesí a la carne, un lomo desmenuzado, marinado en jugo de naranja que se acompañaba de cebollas moradas y tortillas hechas una a una por las cuidadosas manos de una mujer de edad avanzada, fueron suficiente para dejar sin palabras al joven Leaf.
Sus papilas gustativas aún palpitaban cuando regresó el plato de plástico de vuelta a la cocinera.

-Muchas gracias por la comida, estaba deliciosa-

Al verle la anciana, agradecida por el gesto del muchacho no tardó en preguntarle.

-¿Ya te llenaste? ¿No quieres un taco más?-

Con una mirada maternal y aquella sonrisa sin dientes que resaltaba en su rostro, con alegría preparó una nueva tortilla, la cual ahora contendría un guisado de salsa negra como la tinta, la carne blanca se contraponía a una especie de albóndiga oscura combinada con un huevo duro. El olor de este nuevo plato era mucho más agresivo, picante por no decir otra cosa. Al ver el rostro del muchacho quien, tomaba su tiempo y precaución para probar aquel taco, la viejecita se hechó a reír ajustando la pinza que sostenía su blanca cabellera.

-¿No eres de aquí verdad?-

Aquella pregunta solo reiteraba lo poco que Leaf conservaba de su tierra natal. Su respuesta con sinceridad le avergonzaba pues, hasta el día de hoy, no había encontrado manera alguna de identificarse dentro de la sociedad.

-En realidad nací aquí en Mérida, pero desde pequeño mis padres me llevaron a vivir a otro lado...-

Enternecida por su situación, la ancianita tomó de regreso el plato ya concluido y, mientras preparaba una nueva orden encargada para llevar, describió para Leaf muchos platos de la cocina yucateca que en este puesto se vendían. Una vez concluyó con sus pedidos preguntó de nuevo al joven.

-¿Sabes cocinar?-

A lo que este contestaría un poco apenado.

-Pues, lo suficiente para no morir de hambre-

Con esa misma sonrisa que había mantenido por todo el tiempo, la viejita entregó una pequeña tarjeta imantada con un número telefónico que decía el nombre de la tienda.

-Cuando tengas hambre, marcas a este teléfono. Mi hijo hace entregas a las casas, solo tienes que pedir la comida y dar tu dirección-

Leaf agradeció con suma amabilidad y pagó la cuenta que debía por el almuerzo sin darse cuenta de que su documentación debió encontrarse terminada desde hace una hora. En efecto, una vez regresado al centro administrativo de la universidad, fue recibido por un comité de inducción que le acompañaría hasta el edificio de la facultad, éste se encontraba a veinte minutos en auto desde la central. La falta de tráfico era algo relativamente común en Mérida por lo que no fue difícil llegar a las instalaciones antes de que iniciaran los cursos de preparación para estudiantes en programas de intercambio.

Los ojos del jaguar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora