Capítulo 15

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Aunque no lo podían creer, los jóvenes se encontraron con una pirámide de Kukulkán en pleno proceso de restauración. A la vista de locales y turistas, un numeroso grupo de arqueólogos habían accedido al castillo para asegurar su consolidación. De pronto la excesiva cantidad de vigilantes empezaba a cobrar sentido, un proyecto arqueológico de la magnitud de Chichén Itzá, sin problemas requiere un personal activo las veinticuatro horas del día y puede durar incluso años dependiendo del presupuesto otorgado.

-¿Y ahora qué hacemos?- Tal vez André fue el único capaz de externar la pregunta que en aquel momento todos se hacían.

-No hay nada que hacer...- Conteniendo la frustración Leaf dio el primer paso dándole la espalda a la pirámide. -¿Lo mejor sería descansar y comer algo no creen?-.

Mezclándose entre el abundante turismo, los muchachos tomaron la primera salida hacia la Hacienda Chichén, un hotel de amplia gama ubicado a poco menos de un kilómetro de la gran nivelación. Aquel complejo se dividía en grandes jardines, cabañas, piscinas y centros de recreación que giraban en torno al salón principal, una imponente finca con reminiscencias de mediados del siglo XIX. Desde ahí, fue solo cuestión de pedir un taxi para regresar a Piste, el pueblo donde hace poco más de doce horas habían dejado su auto.

Las calles del asentamiento se encontraban tan vivas como cualquier otro día, por la acera podía observarse artesanos, vendedores y guías, tiendas pequeñas, comedores y restaurantes, hoteles y posadas que abrían sus puertas a los agotados viajeros quienes, derrotados por el peso de la noche y el hambre concluyeron su camino en una pequeña palapa que servía cortes de cerdo asado al carbón, bañados en jugo de naranja agria, una vieja receta llamada poc chuc. Mientras la dueña del establecimiento preparaba su orden, los cinco jóvenes aprovechaban para descansar el espíritu con una soda en mano.

-En serio moriré de hambre si la señora no se apura-

-No eres el único André-

-Eso lo dices fácil porque eres una diosa-

-Aún así, nuestros cuerpos siguen siendo humanos, también nos da hambre y sed-

Aquel argumento entre Arzenia y André parecía pasar desapercibido ante Leaf quien, dando tumbos con la cabeza por la privación del sueño, trataba de concentrarse en descifrar los grabados en la funda del códice.

-¿Leaf, te sientes bien?- Siempre atenta, Ann se había acercado para ver lo que estaba haciendo.

Al escuchar la voz de su compañera, el descendiente de Itzamna despertó de golpe tratando de emular su mejor rostro.

-Sí, no te preocupes, es solo que al viejo le gustaba escribir con glifos bastante complicados- Riendo casi mecánicamente trataba de mantenerse despierto para seguir la platica- lamento que no hayamos podido entrar al castillo, eso retrasará por mucho su entrenamiento...-

-Está bien ¿Lo intentamos no? Además no negaré que fue divertido. Por cierto, gracias por dejar que me quede contigo- Con un gesto bastante optimista la joven rusa descansaba su barbilla sobre los hombros de Leaf mientras le abrazaba por la espalda. -Quiero ayudar. Entiendo que por nuestra condición humana André y yo tal vez no podamos aportar mucho pero ... de verdad quiero ayudarles-

-Ann, las criaturas que protegen los santuarios no pensarán dos veces antes de matarlos...- Tras un breve y sufrido suspiro respondió el joven dios haciendo una sola condición para sus compañeros. -Quiero que me prometan que apenas se pongan feas las cosas van a escapar, Argyt se encargará de llevarlos a un lugar seguro-

Sin pensarlo mucho ambos asintieron con una enorme sonrisa en el rostro. A pesar del cansancio y el hambre, de haber sido enfrentados al futuro incierto por una causa ajena, tanto Ann como André permanecían en pie de lucha por sus amigos, dispuestos a hacer lo que sea con la determinación que solo reside en aquellos destinados a la grandeza.

Los ojos del jaguar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora