Capítulo 6

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El entrenamiento físico empezó de inmediato. La orden de Itzamna iniciaba con un tortuoso proceso de fortalecimiento para el cuerpo con un recorrido inicial de cincuenta vueltas alrededor de la gran nivelación con pesas amarradas a los tobillos. Al terminar el calentamiento debían llenar enormes tinajas de barro con agua del cenote y transportarlas hasta las puertas del palacio, donde el anciano les esperaba, siempre bebiendo del contenido de su jícara. Les fue ordenado repetir el procedimiento hasta haber reunido ciento veinte contenedores. Una vez terminada la tarea, podrían desayunar. Un dulce batido a base de masa de maíz llamado atole, acompañado de verduras variadas y, a veces, un pescado asado a las brasas. Comer bien era un requisito obligado, pues a falta de una base sólida de alimento por la mañana, ninguno de ellos sería capaz de soportar el peso de las actividades diurnas.

Tras haber desayunado fueron enviados hacia el K'an Che', un inmenso árbol de roble que se erigía al centro de una plaza columnada. Su tronco, de aproximadamente siete metros de diámetro, era tan duro y áspero como una roca. Una vez reunidos alrededor del árbol, Itzamna les ordenaba tomar una posición de guardia media, para colocar en sus manos y tobillos nuevas pesas de piedra, que asemejaban guanteletes y tobilleras marcadas con el rostro de K'awil, Dios del rayo. Portando aquellos lastres que, a pesar de su tamaño, sorprendentemente alcanzaban los veinticinco kilos de peso, los tres jóvenes debían imitar las posturas técnicas de resistencia que el anciano demostraba desde la fresca sombra de la abovedada galería. Posteriormente, tras retirar las pesas, debían golpear el árbol. Primero a puño cerrado, después con la palma de la mano y, por último, con el dorso. Hasta que sus manos irremediablemente sangrasen por el daño de los impactos.

El entrenamiento continuaba por la tarde con sesiones que ponían al límite su velocidad, agilidad y resistencia física. Desde escalar el K'an Che' con una estatua atada a la espalda, hasta ser arrojados al cenote con trece esferas de piedra para ejercitar su capacidad pulmonar y reacción en situaciones desesperadas, todas estas eran actividades diseñadas por el dador de vida para preparar el cuerpo de los futuros dioses.

Por las noches, antes de dormir Itzamna les enseñaba sobre historia, estrategia militar, mitología y teoría en el manejo elemental. Las lecciones concluían alrededor de las diez de la noche, al momento de tomar una ligera cena y dirigirse al espacio asignado dentro del palacio para que por fin pudieran dormir.

-Esto es un maldito infierno ¿qué diablos hacemos aquí?- Desde la primera noche en la habitación podían escucharse las quejas de Argyt, quien no era capaz de acomodar su cuerpo al petate que le fue entregado para que sobre él durmiera. -Siento que todos mis músculos gritan al mismo tiempo. Debí haberme quedado en Mérida...-

-Si aprecias tu vida en lo más mínimo, cállate y haz lo que el viejo diga- Le silenció Arzenia quien, consumida por el insesante entrenamiento solo deseaba cerrar los ojos y esperar que el día siguiente no concluya con su muerte- Por cierto ¿Leaf como te sientes?-

A lo que el joven descendiente de Itzamna contestó con una voz casi ahogada: -No siento las piernas.-

El paso de los días era un interminable suplicio, las prácticas impuestas por Itzamna cada vez se volvían más estrictas, centrándose en el desarrollo de agilidad y reflejos más finos en los jóvenes. En cuestión de meses Leaf, Argyt y Arzenia habían dominado a sangre y sudor la rutina del dios anciano, destacando cada quien en determinadas áreas del entrenamiento, fortalezas individuales que se hacían cada vez más claras durante las prácticas.

La mañana del décimo octavo día, del séptimo mes que corría en el santuario de Chichén Itzá, Itzamna despertó a los muchachos más temprano que de costumbre y los hizo reunir a los pies del K'an Che', con una noticia sobre el devenir de su instrucción.

Los ojos del jaguar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora