-Hay que seguirla. Se acaba de ir, y por como está, no veo otro resultado más que quemar todo a su paso-
Leaf recién había regresado al salón principal donde le esperaban sus compañeros con un par de toallas para secarle.
-¿Estás idiota? Se está cayendo el cielo allá afuera- El primero en oponerse fue Argyt, el capitalino observaba desde una ventana como las copas de los árboles se sacudían con fuerza por acción de una ráfaga de viento.
-¿Qué pasó ahí afuera?- Mucho más sensata Ann preguntó mientras ayudaba a secar el cabello de su amigo quien, cada vez más desesperado, buscaba maneras para alentar a los demás para que le acompañasen.
A pesar de ello, después de explicar con lujo de detalle todo lo que había sucedido en el granero, el panorama general en el gran salón no parecía haber cambiado mucho.
-Ya son las siete de la noche, esta lloviendo y ella se fue por decisión propia. No creo que haya manera de detenerle- dijo Argyt volviendo sin más a su asiento sin imaginarse que a su argumento se le sumaría André. Asumiendo el mismo papel que su compañero hace unos pocos minutos, el más alto del grupo, observaba desde una ventana.
Tratando de evaluar la situación con la cabeza fría, el muchacho de cabello castaño sacudía sus cabellos, a pesar de notarse preocupado por la joven diosa, había algo en la historia de Leaf que le hacía dudar sobre el mejor curso de acción.
-Hermano, si ella no quiere contarnos algo está bien. Después de todo, apenas y nos conocemos.-
Durante todo el tiempo, Ann hasta entonces había procurado mantener una posición neutral, pero al ver con cuidado la expresión del dador de vida plantó cara a la situación poniéndose de su lado.
-Lo que Leaf nos contó es grave, si él tiene razón ahora Arzy es una bomba de tiempo y en lo particular a mi no me gustaría que mi amiga explote-
-Por dios Ana, la acabas de conocer no puede ser tu amiga en tan poco tiempo. A demás ¿Tú que sabes de amistades?- Respondió Argyt de forma violenta y sin pensar.
-¡Eso estuvo fuera de lugar!- Se interpuso André inmediatamente.
A partir de entonces la discusión se volvió una guerra entre dimes y diretes, cada argumento notable que hubiese sido expuesto minutos antes se disipó en una atmósfera tensa que no mostraba ni los más sutiles signos de resolución. Mientras todos en el gran salón discutían, Leaf tomó sus llaves de la mesa y cubierto por la manta con la que se había secado minutos atrás, salió por la puerta del comedor trazando la más rápida ruta hacia el garage donde le esperaba el modelo clásico de Lance Connor.
Entre las calles anegadas de la capital yucateca el joven dios seguía un rastro difuso que rápidamente desaparecía entre la lluvia pues, aparentemente el fuego divino que bañaba el cuerpo de la joven pelirroja había causado una serie de marcas cenizas en las paredes de los edificios. Aquellas pistas le conducieron a un barrio bastante peligroso ubicado al sudeste de la ciudad, entre avenidas plagadas de baches y humildes residencias azotadas por el inclemente temporal sobresalía un destartalado edificio de siete plantas que, por el desgastado letrero de plástico en la entrada, anunciaba ser un complejo departamental. El joven dios apenas había cruzado la puerta delantera cuando notó que el recibidor de la planta baja se encontraba, si bien no abandonado, hecho ruinas. Entre lozas fracturadas, sillones mal parchados y plantas moribundas se abría paso para observar, pegada junto a una serie de lockers una pantalla de plástico con los nombres de los residentes. Subrayada en rojo Arzenia León ocupaba el cuarto ciento seis ubicado en el quinto piso. No tardó en llegar a su destino, una vieja puerta de madera carcomida cuya perilla, a medio derretir, aún dejaba caer incandecentes gotas de latón a un pequeño charco áureo.
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Los ojos del jaguar.
AventuraTras la muerte de sus padres, Leaf Connor, un joven de 19 años se ve obligado a rehacer su vida en Yucatán, un mítico paraje al sureste de México, alguna vez conocido como Mayab. Poco habría de imaginar que aquel viaje de vuelta a su tierra natal...