Capítulo 1 Promesas

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Después de atravesar aquella oscuridad, el dolor remitió en el pecho y más abajo, a la altura del estómago. Recordaba sudor en la piel de su cara, pero no sabía si se había mezclado por fin con las lágrimas que llevaba tanto tiempo derramando. Algo le dijo, cuando puso el pie en aquella casa que le producía escalofríos, que el final estaba cerca. Justo como la primera vez. Exactamente igual que en aquel momento, hacía ya tantos años. Pero no se arrepentía. Tenía que hacerlo por ellos. No podía dejar que les pasara nada malo ni a ella ni a él. No podía perderlos. No.

Y todo había acabado como debería haber acabado en su día. Y, sin embargo, no sentía miedo. No sentía dolor. Ni rabia. Ni resentimiento.

Igual que él.

Sintió, de repente, que la embargaba una paz tremenda y, a pesar del miedo, tragó saliva y abrió los ojos.

No reconoció nada de lo que había a su alrededor en un primer momento. Era extraño y, sin embargo, se sentía bien. Algo había cambiado y no era capaz de discernir de qué se trataba. Entonces se dio cuenta del lugar en el que estaba. Lo conocía, por supuesto que sí, sabía perfectamente donde se encontraba. Había estado ahí muchas veces. Estaba igual que siempre, pero distinto a un tiempo. Sintió el olor de la naturaleza que la rodeaba.

Caminó en silencio por aquel lugar, extrañamente iluminado y se acercó al barandal para mirar la ciudad. Era Madrid, pero estaba más alejada. Se veía mucho más pequeñita, como distante.

Y entonces el olor de la naturaleza cambió y hasta ella llegó el aroma del mar. Una esencia marina mezclada con azahar y ese olor a hombre que tanto conocía.

Y supo de repente que no estaba sola. Y no sintió miedo. Al contrario. Sonrió.

Y sintió un escalofrío que la sacudió por completo cuando sintió su tacto sobre su mano. Acto seguido, sus labios en su cuello. El cabello se le erizó. Parecía tan real, mucho más que en los sueños que había tenido durante tantos años. Aquellas manos que tan bien la conocían recorrieron la piel de sus brazos, acariciando cada palmo de piel que encontraban y ella descansó su cabeza contra el pecho de él.

- Esto parece demasiado real –dijo ella.

Pudo sentir como los labios del chico se curvaban una especie de sonrisa sobre la piel de su hombro.

- Es real, Andrea.

- ¿Estamos juntos? –preguntó.

- Sí.

- ¿De verdad?

- De verdad.

Andrea se dio la vuelta y volvió a encontrarse con aquella mirada infinitamente verde, el mar de sus sueños, la inmensidad insondable del hombre que la había enamorado desde el momento en el que cayó del cielo. Alzó sus manos temblorosas para acariciar sus mejillas y él sonrió.

- Mi amor –dijo él.

- Te he echado mucho de menos, Josh. Necesitaba esto, necesitaba tenerte, necesitaba volver a ti. Vivir por ti. Estar contigo. Por siempre en ti.

El Chico de los Ojos Verdes sonrió y le apartó de la cara aquel eterno mechón de cabello rebelde que siempre se empeñaba en interponerse entre ellos.

- Ahora estamos juntos. Y esta vez no es un sueño, Andrea. Esta vez es real.


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