Capítulo 48 Sueños

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El sol brillaba con fuerza y el viento traía aromas florales hasta todos ellos. En el cementerio no había muchas personas, pero sí las imprescindibles, al menos para él. La familia de la Chica de los Ojos Azules estaba destrozada y sus viejos amigos, los padres de Andrea, se fundieron con ello en un intenso abrazo en cuanto los vieron llegar. En la primera fila, justo al lado del ataúd colmado de flores blancas que guardaba los restos de Mireya Montoro, Nacho Santana miraba hacia el horizonte, sin poderse creer del todo que lo que estaba viviendo fuese real. Siempre pensó que Mireya estaría ahí para siempre. Y era duro porque había necesitado verla en sus peores momentos para que algo se activara dentro de su corazón. Había necesitado verla en acción para darse cuenta de la mujer que era. Había necesitado perderla para siempre para comprobar, al fin, que estaba enamorado de ella.

Nacho no se había permitido derramar ni una sola lágrima durante el tiempo que pasó desde que la Chica de los Ojos Azules murió hasta que llegó a su casa y, una vez a solas consigo mismo, tuvo que hacer frente a la realidad reflejada en los ojos azules de su hija Minerva. En cuanto vio a la niña, que le sonrió con sus bracitos alzados y sus hoyuelos sonrosados, Nacho se derrumbó por completo. Cogió a la pequeña entre sus brazos y lloró amargamente, pensando una y otra vez que la chica a la que nunca se había permitido querer se había ido para siempre y que aquella niña, ahora de verdad, jamás volvería a tener a su madre.

Tímidamente, fueron llegando nuevos invitados silenciosos al funeral. Iván abrazó con fuerza a su amigo y Nacho lloró sobre su hombro. Le acompañaba una chica preciosa de cabello oscuro, una nueva conquista del chico que había dejado el mundo de la publicidad para adentrarse en el de farándula y le iba muy bien en los musicales de la Gran Vía. Pero no era el momento de presentaciones. Con palabras de ánimo, Iván se despidió de su amigo y se quedó en un discreto segundo plano, aguantando el dolor en silencio y esbozando alguna lágrima tranquila al recordar a Mireya. Mario y Manuel, que apenas habían tenido relación con Nacho y mucho menos con Mireya, también aparecieron en el cementerio para presentar sus respetos. El Chico de los Ojos Azules los abrazó a ambos y les dio las gracias, antes de desplomarse de nuevo, esta vez en los brazos de Dorian, que apareció junto a María, su novia, al mismo tiempo que Mario y Manuel.

Nacho tuvo que agradecer a las amigas de Andrea su presencia. África y Bea acompañaron a una renacida Alma que, muleta y mano y cojeando, se acercó hasta el Chico de los Ojos Azules con lágrimas en los ojos, que se filtraban bajo los cristales de sus oscuras gafas de sol.

- Nacho...

- Hola, Alma -saludó él.

Después los dos se abrazaron. Era curioso que se refugiasen el uno en brazos del otro cuando la Chica de los Ojos Negros lo había detestado desde siempre por todo el daño que le había hecho a su mejor amiga y Nacho sabía que eso era así. Del mismo modo, él siempre la había apreciado porque sabía que entre Andrea y Alma había algo demasiado especial. Pero ahora todo era distinto. Ellos habían vivido juntos una experiencia que jamás olvidarían y Mireya los había salvado a ambos.

- No tengo palabras para decirte cuánto lo siento, ni tampoco para agradecerle a ella lo que hizo por nosotros. Le debo la vida. Se la deberé siempre. Jamás lo olvidaré.

- En el fondo no era tan mala como creíamos.

- Era mucho mejor de lo que siempre se esmeró en demostrar -dijo Alma.

Era difícil. Mireya Montoro siempre había sido difícil y se había escondido bajo mil capas, detrás de mil fantasías, con mil máscaras que habían ocultado su rostro, el verdadero, de la realidad. Pero Nacho había sabido verlo, demasiado tarde, era cierto, pero lo había visto. Y ahora tenía el corazón destrozado.

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