Capítulo 29 Vuelve a Verme

111 3 0
                                    

El entierro de Joe fue algo triste y el ambiente que quedó en el Rancho Hyde después fue algo que ni siquiera las risas de Josh y Aitana pudieron enmendar. Todos estaban destrozados por la pérdida irreparable de aquel miembro tan importante de la familia. Andrea había intentado no pensar demasiado en las cosas que Joe dijo en su agonía. Prefería pensar que aquella manera tranquila en la que se fue de este mundo había estado en cierto modo supervisada por Josh, que había ayudado a ese segundo padre a dar el paso entre esta vida y otra. En cuanto se lo contó a sus amigas por FaceTime, Áfri la acusó de haber fumado cosas raras.

Había dolido ver la desolación de todos durante el entierro. La familia Hyde había sufrido ya dos pérdidas irreparables en poco tiempo. ¡Qué injusta estaba siendo la vida con ellos! Cuando volvieron a casa, Martha lloraba de manera inconsolable y todos se sintieron un poquito más vacíos. Pensar en la fugacidad de la vida, en lo rápido que cambian las cosas y en lo efímeros que son los momentos de felicidad que se nos brindan en este camino hizo que Andrea volviese a marcar el número de Javier en tres ocasiones. En ninguna recibió respuesta. Necesitaba saber algo de él y le sorprendía que no hubiese querido saber ni siquiera nada de los niños en todo ese tiempo.

Cuando el avión despegó de vuelta a Madrid, Andrea pasó a probar con los mensajes de WhatsApp.

Estamos volviendo de Kentucky. Ha sido duro. Por favor, contéstame. Necesito saber que estás bien. Necesito hablar contigo. Te quiero.

Dejó el teléfono sobre una de las mesillas auxiliares del jet y, aprovechando que Josh y Aitana dormían plácidamente en sus sillitas de viaje, alcanzó el volumen de La Historiadora de Elizabeth Kostova que estaba leyendo. Cada dos segundos miraba el teléfono que no le devolvía ninguna notificación. Comenzó a repiquetear con las uñas sobre el cristal templado que protegía la pantalla. ¿A qué estaba jugando Javier? Estaba claro que la discusión no había sido cualquier cosa y que llevaban un tiempo sufriendo altibajos en la relación, pero todo parecía haber vuelto a su cauce, o al menos eso creía ella. Pero él parecía pensar otra cosa. Cuando llegase a Madrid lo buscaría, haría todo lo que fuese necesario, pero no lo perdería. No podía hacerlo. No podía perder al hombre que la había enseñado a fluir sin forzar. No podía perder a la persona que amaba.

El avión atravesó una zona de turbulencias y Andrea dejó el libro en el asiento contiguo al suyo. En Madrid había una amenaza oculta que no la dejaba dormir. La Chica de los Ojos Verdes no dejaba de darle vueltas al asunto de aquella voz que la amenazaba y que le había prohibido terminantemente hablar de su existencia con cualquiera. Tenía que ser alguien peligroso, de eso no le cabía la menor duda. Esa persona era capaz de hacer grandes locuras, por eso amenazaba impunemente, porque se sabía con los recursos necesarios para hacerlo. De alguna manera controlaba todos los movimientos de Andrea y de sus amigos, de su familia, de Javier e incluso de Nacho. Cualquiera estaba a su merced y, en esa situación, ¿qué podía hacer ella para protegerlos? Lo más sensato sería ir a la policía y contarlo todo, pero esa maldita voz lo sabría y Andrea estaba convencida de que haría algo malo contra ella o contra alguno de sus seres queridos. Se sintió de pronto como Christine Daaé, la protagonista de El Fantasma de la Ópera, sujeta a los deseos de una voz fantasmal que la obligaba a hacer su voluntad. Sin embargo, Christine se enfrentaba al Fantasma, un hombre desfigurado que estaba enamorado de ella y que era capaz de todo para conseguir su amor. Andrea no sabía con quién tendría que vérselas, pero sí estaba segura de que el amor no había sido el motor que movía a la voz a amenazarla.

Una nueva turbulencia hizo que el nudo que ya se había instalado en su estómago de manera perenne se estrechase un poco más. Sintió un sudor frío que le perlaba las sienes y que nacía en la parte baja de su espalda para cubrirla por completo. Y entonces el café que había tomado aquella mañana en una taza rústica del Rancho y las tostadas de mermelada de grosella comenzaron a ascender por su esófago y Andrea corrió, tambaleándose hacia el baño del jet. Después de vomitar se echó agua fría en la cara y en el cuello y se apartó el cabello oscuro de la cara. Algo le habría sentado mal. Volvió como pudo al asiento del pequeño avión de Josh y, tras comprobar que los niños seguían dormidos, se dejó caer en su lugar. De pronto se sentía sin fuerzas y, con esa extraña sensación de angustia, con ese temor a lo desconocido que la esperaba agazapado en algún lugar de la ciudad a la que regresaba, cerró los ojos y decidió descansar. Y antes de dejarse ir pudo ver el destello de unos ojos grises que la miraban con tristeza.

EN TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora