Capítulo 4 Inefable

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- ¿Qué me estás queriendo decir, Alma? –preguntó un airado Paul desde el otro lado de la línea.

- Pues eso.

- ¿Me estás dejando por teléfono?

- No te estoy dejando, Paul. Solo te estoy diciendo que, de momento no voy a volver a América.

A Alma le había costado Dios y ayuda decidirse a hablar con su novio y soltarle, así, de sopetón, que no tenía ninguna intención de regresar a América. Había estado hablando del tema con África y Bea, pero finalmente había sido su conversación con la Chica de los Ojos Verdes la que la había animado a coger al toro por los cuernos.

- No puedes seguir posponiéndolo más, Alma.

- Tampoco puedo hacerlo así de la noche a la mañana –había dicho Alma, acariciando con la yema de su dedo pulgar las sonrosadas mejillas de una Aitana dormida.

La Chica de los Ojos Verdes acercó al pequeño Josh a su pecho para alimentarlo, colocando en rosado e hinchado pezón en la boca del bebé, mientras que con el ceño fruncido volvía a mirar hacia su mejor amiga.

- No estoy diciendo que lo dejes por teléfono, Alma. Sé que no podrías hacer eso, pero tampoco puedes seguir alargando esta situación por más tiempo –dijo Andrea.

Aitana se removió en los brazos de Alma, que apretó a la niña contra su pecho.

- Esta situación me causa ansiedad, Andy.

- No es para menos. Me la causa hasta a mí. Pienso mucho en ti, Alma, y no me gusta nada esta situación.

La Chica de los Ojos Negros leyó la sinceridad en los ojos de su mejor amiga, que acompañaba a todas y cada una de sus palabras. Se habían hecho mayores. Y de repente, toda aquella ansiedad había acudido en forma de lágrimas a los ojos de Alma, que se sintió débil por primera vez en mucho tiempo.

- Me he metido en un lío del que no sé cómo salir, Andy –confesó.

Enseguida Andrea, una vez aseguró que Josh había terminado su toma y habiéndole sacado el aire al bebé, se levantó de su sillón y dejó al pequeño casi dormido en su cuna. Se acercó a su mejor amiga, que miraba a la dormida Aitana tratando de contener sus lágrimas. Ella, que siempre había sido la segura, la tranquila, la sensata. Ella, que llevaba tanto tiempo siendo la fuerte, se rompió en pedazos ante la presión. Se encontraba dividida entre el cariño que había nacido en América, en esa relación apasionada y ardiente que había mantenido con Paul y que se había visto afectada con su regreso a España, que hipotéticamente iba a ser solo para unas semanas y se había terminado convirtiendo en permanente. E indiscutiblemente, el regreso de Sergio a su vida también había jugado un papel clave.

Alma se había visto atraída de nuevo por esa vida sencilla de la que había huido hacía ya cuatro años. Se había terminado dando cuenta de que, en el fondo, necesitó una salida, oxigenarse durante ese tiempo para echar de menos lo que dejó atrás. Y, sobre todo, a quien dejó atrás. Andrea y Bea no iban volver a Nueva York y ella tampoco quería hacerlo. África se había instalado en Madrid y Mario y Manuel estaban a punto de pasar por el altar y tampoco pensaban moverse de la capital. Su familia estaba en España y también sus amigos. Y sus sueños. Su pastelería, la idea con la que llevaba fantaseando desde que tenía uso de razón.

Sus sueños. Todo.

Andrea cogió la mano de Alma al tiempo que se ponía de rodillas con algo de esfuerzo frente a Alma.

- No puedo más, Andy. Tengo que dejar a Paul. Cancelar la boda y decirle que no voy a volver con él a América. No debí meterme tanto en una relación. Por Dios si mis padres nunca llegaron a conocer a Raúl, y yo al mes de conocer a Paul ya estaba conociendo a su familia.

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