Capítulo 44 Hasta Siempre, Andrea Martín

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El Chico de los Ojos Azules no pudo evitar pensar en que Claudia Brisac tenía muchas cosas que mejorar en cuanto a sus planes para secuestrar y matar gente. Había vuelto a cometer los mismos fallos que la primera vez que secuestró a Andrea. Si bien era cierto que ahora había mucha más gente rondando por la casa, no era nada que ellos no pudieran sortear. También era cierto que contaban con la ayuda de Mireya, que en ese momento lideraba la marcha por el entramado de pasillos oscuros, en dirección a una de las salidas que tenía aquella desvencijada mansión. Y ahora, también estaba Dorian. Su amigo había estado en aquella casa en la ocasión anterior, la conocía y, a pesar de los años, podía acordarse, más o menos, de dónde estaba cada lugar, de a qué destinaba Claudia cada habitación de la casa y, si algo había cambiado desde la primera vez, la Chica de los Ojos Azules se encargaría de alertarlos.

Estaban demasiado cerca, como la primera vez, y Nacho solo era capaz de pensar en Andrea y en Javier. ¿La habría encontrado ya? Desde que se había escuchado el disparo, la casa era un completo remanso de paz y silencio.

- No comprendo qué está pasando -murmuró Mireya en susurros–. ¿Dónde están todos los hombres de Tomás?

Nacho no supo por qué le molestó que Mireya llamase a ese cabrón de Avellaneda por su nombre de pila.

- ¿Qué importa? Más fácil lo tenemos para salir -dijo Nacho, siguiendo sus pasos–. Aunque no estamos todos. Dime, ¿dónde tenía esa mujer a Andrea?

- Estaba en una sala grande conmigo -comentó Alma, cuidando de que el pequeño Josh siguiese dormido en sus brazos – Cuando ese bruto de Avellaneda me sacó de ahí, Andy se quedó sola con Claudia Brisac. Tenemos que ir a buscarla, Nacho.

- Creo que sé de qué sala se trata -comentó Dorian.

- Sí, la grande del piso de arriba -confirmó Mireya–. En cuanto os haya sacado de aquí, iré directa hacia allí. Quizás Javier ya haya encontrado a Andrea.

- De eso nada -sentenció Nacho–. En el momento en el que estemos fuera, tú no volverás a entrar en este maldito lugar. Te irás a casa, o esperarás a que venga la policía lejos de aquí. Si esa loca descubre que nos estás ayudando, no se lo pensará dos veces antes de pegarte un tiro en la cabeza y no estoy dispuesto a pasar por eso. Te recuerdo que tenemos una hija a la que cuidar y, por si eso fuera poco, tú tienes que cuidarme a mí.

La Chica de los Ojos Azules lo miró y no pudo evitar sonreír. Por fin, después de todos los años que había estado sufriendo, derramando lágrimas infinitas por él, Nacho la quería. La quería de verdad. Y cuando acabase aquel infierno, por fin, serían una familia. Sin embargo, ella había cometido un error, y, si toda esa felicidad la estaba esperando, tenía que encargarse personalmente de saldar todas sus deudas. Y la única que le quedaba, el único pecado a expiar, era salvar a Andrea Martín.

- Nacho, tengo que volver. Solo yo sé cómo podemos sacar a Andrea de aquí. Ya he pasado muchos meses de soledad, toda una vida prácticamente. Y ella está sola, enfrentándose a una mujer loca y muy peligrosa. Tengo que hacer algo. Se lo debo.

- ¿Soledad? Soledad es formar una familia con un solo individuo. Mireya, no pienso dejar que me faltes tú. Ya no.

Mireya se giró para acariciarle la cara. No sería capaz, ni en un millón de vidas, de describir la manera en la que le latía el corazón cada vez que lo miraba. ¿Cómo era posible que llegase a amarlo tanto? Y ahora, por fin, lo tenía. Había tenido que bajar al infierno y convivir con el peor de los demonios para poder redimirse y alcanzar su paraíso. No podía perderlo.

- Me adelantaré por los pisos inferiores, a ver si encuentro alguna pista de Andrea o de Javier -dijo Dorian.

- No puedes ir solo, yo voy contigo -dijo el Chico de los Ojos Azules.

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