Capítulo 10 Perenne

83 5 0
                                    

- Entonces, ¿te vas a liar con él? –preguntó Alma.

- Por lo pronto ya le ha comido la boca –dijo Bea cogiendo los talones de Josh para cambiar el pañal sucio.

- Pero Ernesto también fue a hablar contigo, Áfri. Quiere volver –señaló Andrea, con Aitana entre sus brazos–. Lleváis juntos tantos años, tía. Y os queréis. Eso se nota. El otro día cuando Mel, Alba y él vinieron a verme ya conocer a los niños se le veía tan triste.

África extendió los brazos para coger a la niña y la sentó sobre su regazo después de darle un beso en la cabeza.

- No lo sé, chicas. Yo también quiero mucho a Ernesto. Hemos vivido juntos cosas increíbles y creo que no exageraría mucho si dijese que es el amor de mi vida. Pero con él me estanqué en un punto. Llegué a sentir que no era yo misma y entonces llegó Will. Y era un tío en mi onda, nos entendíamos, estábamos los dos como putas cabras.

- Y la cagaste –señaló Alma.

- La cagaste mucho –dijo Andrea colocándose frente a Bea en el cambiador.

En cuanto Josh vio el rostro de su madre sobre él, alzó sus bracitos y sonrió. Andrea bajó la cabeza y comenzó a hacerle carantoñas y burlas para que el niño se riese más mientras que Bea continuaba con su labor, cambiándole el pañal al niño.

- Sí, la cagué y encima el muy capullo me la metía, literalmente, y se acostaba con otras y con otros.

- África no digas eso delante de los niños –dijo Bea tapándole las orejas a Josh.

- Que no se enteran de nada, por Dios, no tienen ni un año –dijo África, dando la vuelta a Aitana para que la mirase, comenzando a hacerle caras para divertir a la niña–. ¿Verdad que no te enteras de nada? ¿A que no? ¿A que no, monina? ¿Quién es la más guapa de mi casa? ¿Quién va a ser de mayor como la tita África?

- Ay no, por favor –dijo Alma poniendo los ojos en blanco–. Sé como quieras menos como la tía África.

Áfri le enseñó el dedo índice a su amiga y volvió a centrar su atención en Aitana, que la miraba con atención y con el puño metido en la boca.

- Mira, tú aprende a tratar a los hombres como se merecen. Llévalos por el camino que a ti te convenga, haz que se mueran por ti. Sé lista, Aitana. Que no me entere yo que te hacen sufrir porque te juro que los mato.

- Lecciones de África para la vida, nivel lactante –dijo Andrea sonriendo y acariciando con las yemas de sus dedos índices las mejillas sonrosadas del pequeño Josh.

Áfri se repantigó en el asiento y sostuvo a la niña entre sus brazos.

- No sé lo que haré con Will y con Ernesto. Pero la verdad es que ahora estoy bastante bien sola. No me apetece complicarme la vida con un hombre a estas alturas de la película.

- Mejor, porque puedes complicártela con dos a la vez –dijo Bea.

- ¿Por quién me tomas, Beatriz? Yo soy una señorita decente –dijo África–. ¿A que sí, Aitana?

La niña comenzó a canturrear.

- Entre chicas tenemos que apoyarnos, ¿sabes? –le dijo al bebé. – He aquí mi gran consejo para la vida: nunca le lances indirectas a un hombre. Jamás la va a pillar. Esto os puede servir también a vosotras, las mayorcitas.

Javier bajó entonces las escaleras. Aquella mañana se había ido temprano a la oficina para preparar unos papeles y volvió a casa a eso de las diez, ya que tenía que hacer un viaje exprés a Frankfurt para firmar por fin el acuerdo con la multinacional alemana de Baumann. Descendió las escaleras con un porte inigualable y captó enseguida la atención de todas las chicas. Con unos pantalones de traje gris, una camisa de Tommy de color blanco que no dejaba a la imaginación absolutamente nada y unas gafas de sol de aviador colocadas sobre el pecho, en la apertura de la camisa. Arrebatador era la palabra que seleccionaría cualquier persona para referirse a ese regalo del cielo que era Javier Dorner.

EN TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora