Capítulo 19 Voces del Ayer

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Jesús Hidalgo había sido, durante más de cuarenta años, uno de los principales responsables del consejo de administración de Dorner Enterprises. Tan solo hacía unos cuantos años que se había retirado a disfrutar de los muchos millones que su gestión intachable le había recabado durante todo el tiempo que había servido a la empresa de Juan Dorner. Durante toda su vida había sido un trabajador limpio, de reputación intachable y de incuestionable disponibilidad. A ojos de todo el mundo, Hidalgo era las manos de Juan Dorner en aquella empresa, pero cuando Javier asumió la presidencia, las cosas cambiaron. La nueva era de Dorner Enterprises consiguió batir récords en las cifras de las recaudaciones anuales con las que la gestión de Juan Dorner ni siquiera había podido soñar.

Hidalgo, que seguía al frente de la administración, supo ver la grandeza que caracterizaba al nuevo presidente de aquel holding editorial. Desde el primer momento había colaborado codo con codo con Javier y había asistido a la apoteosis del éxito empresarial que el joven Dorner estaba haciendo realidad en la empresa de su padre. Después de jubilarse, se había retirado a un pueblo de la costa de Asturias, de donde era oriundo, con su mujer. Su idea era envejecer ahí y vivir tranquilo, alejado del caos de una ciudad como Madrid. Y allí estaba cuando recibió la noticia de que Javier Dorner había entrado en la cárcel, acusado de ser cómplice de una asesina. Y allí estaba cuando el propio Javier Dorner lo visitó, años después y sin previo aviso.

Jesús Hidalgo no se esperaba encontrarse aquella mañana tranquila de lunes con los dos hijos del que durante toda su vida había sido su jefe.

- ¿Cómo estás, Hidalgo? –preguntó Javier con ese tono afable que siempre lo había caracterizado, excepto en las duras reuniones de negocios en las que el aristocrático joven dejaba salir a la fiera que Juan Dorner se había encargado de criar durante años.

- Sorprendido –confesó el hombre dando vueltas a la taza de café solo que sostenía entre las manos.

A Javier, sentado frente a él en el comedor de su casa, le sorprendió que no hubiese dejado de tomar el café tal y como lo tomaba cuando era un trabajador en activo de Dorner Enterprises.

- Supongo que no esperaba encontrarse con nosotros, que viniésemos a visitarlo hasta aquí –dijo José.

Él apenas conocía al tal Hidalgo y estaba convencido de que aquel hombre no sabía ni quién era, pero estaba decidido a llegar al final de ese asunto y descubrir si eran ciertas las sospechas que tenía.

- Ha sido una grata sorpresa. Sobre todo verte a ti, Javier. Te hacía en...

- En la cárcel –atajó el chico–. Lo sé. Precisamente por eso he venido a verte.

- Seguí con interés el proceso contra esa mujer y jamás pude encontrarle lógica a tu colaboración con todo aquello –dijo el anciano con sinceridad.

- Pues, como podrás imaginar, yo tampoco se la he conseguido encontrar.

- La realidad es que mi hermano pasó tres años en la cárcel porque alguien le tendió una trampa –dijo José–. Claudia Brisac murió sin confesar, por lo que estamos perdidos. No sabemos por dónde pueden ir los tiros, señor Hidalgo.

El anciano se rascó la barbilla. Javier reconocía ese gesto. Se lo había visto hacer durante años cuando se devanaba los sesos para hacer que absolutamente todo en Dorner Enterprises cuadrase a la perfección. Lo miró con ojos francos y la mandíbula tensa y negó con la cabeza.

- Tu supuesta implicación en el caso fue económica, ¿no es cierto?

Javier y José asintieron a la vez.

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