Capítulo 6 Lo Que Debe Ser

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Javier Dorner no pudo ocultar una sonrisa que tenía tanto de alegría como de nostalgia y de pena. Ahí estaba, después de tantos meses, la única persona que había estado con él durante aquello horribles meses que había pasado encerrado en la cárcel, pagando por un crimen que no había cometido.

Julia había cambiado en aquellos meses, desde la última vez que él lo había visto. Siempre había sido una mujer bella, que sabía arreglarse y sacarse partido a sí misma a pesar de lo que había sido evidente durante años. Sin embargo, recuperar la vista había hecho que aquella flor incipiente eclosionase hasta tal punto que a Javier le costó reconocerla. Su media melena habitual estaba algo más larga y lo adornaba con varias horquillas en el lado derecho. Llevaba puestos unos vaqueros de talle alto, con una blusa de color azul celeste sobre una chupa de cuero y le sonreía con un punto de tristeza que al joven empresario le traspasó el corazón.

Se acercó a ella en dos pasos, con Boston correteando a sus pies. Cuando estuvieron frente a frente, el chico sonrió con ganas. Se alegraba sinceramente de verla. Ella le mantuvo la mirada y trató de sonreír, pero no pudo hacerlo de la manera sincera en que le hubiese gustado. Javier notó el dolor en su mirada. Ella, a pesar de todo, aún lo seguía queriendo.

- ¿Qué tal estás?

- Bien –dijo ella asintiendo–. No me quejo.

- Te veo bien –confirmó él, colocando su mano en el brazo de la chica.

- ¿Y tú?

- Bien.

Desde el suelo, Boston reclamó la atención de su inseparable compañero de fatigas y Javier se inclinó para acariciar al can, que no tardó en lamerle la mano.

- No sabes cómo te echa de menos. A veces se pasa horas junto a la puerta. Creo que espera a que vuelvas.

Javier la miró, esbozando también una sonrisa triste.

- Quieren llevárselo, ¿sabes?

- ¿A quién? –preguntó el chico.

Julia señaló al perrito, que estaba entretenido lamiendo la mano de Javier.

- ¿Por qué?

- Dicen que lo necesitan otras personas más que yo –dijo la chica encogiéndose de hombros–. Y quizás sea cierto. Un perro lazarillo adiestrado como Boston cuesta muchísimo dinero. Tenerlo es un lujo que ya no me hace falta, aunque el cariño que le tengo...

- No pueden quitártelo, Julia.

- Aún no lo han hecho y es por las nubes, supongo.

- ¿Nubes?

La chica asintió y se quitó las gafas de sol que llevaba puestas hasta ese momento y, cuando lo miró, Javier comprendió a qué se refería con eso de las nubes. Pequeñas motitas de color blanco brillante. Javier se levantó y se acercó más a ella.

- Pero, ¿eso significa que...?

- Tranquilo, Javier. Veo, pero, según dicen los médicos, la degeneración macular de mis ojos podría progresar hasta un punto en el que la ceguera volvería.

Una lágrima traicionera se deslizó por el rostro de Julia, aunque la chica no tardó en cazarla con sus dedos y eliminarla.

- ¿Qué soluciones hay?

- Pastillas, más operaciones... Lo típico. Y yo ya estoy cansada.

- Pero, Julia...

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