Capítulo 40 La Mejor Versión de Mí

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- Ha vuelto – dijo Javier con la mirada perdida.

Nacho lo miró y asintió. A Bea la estaba devorando el terror, igual que a los padres de Andrea. Judith lloraba sin consuelo mientras que Joaquín, con el ceño fruncido, solo era capaz de mirar al suelo y rascarse la barbilla. Él habría movido el cielo y la tierra para que su hija y su nieto estuviesen a salvo, pero la vuelta de ese fantasma, la entrada en acción de Claudia Brisac lo había desarmado también a él. En los brazos de Mario, Manuel trataba de sofocar los escalofríos y afrontar la cruda realidad: ya habían recuperado a Andrea una vez de las manos de esa mujer. No iban a tener tanta suerte una segunda, y mucho menos estando de por medio Alma y el pequeño Josh. África, sin embargo, mantenía la mente fría. Junto a su compañero, el inspector Barrientos, discutía acerca del despliegue policial que llevarían a cabo para cercar la casa de esa mujer.

- Hay que presentarse allí directamente con toda la fuerza del cuerpo -dijo África, aclarando su postura con respecto al tema.

- Claudia Brisac está muerta, África. No tenemos nada que respalde la afirmación de ese chico -dijo Barrientos refiriéndose a Nacho–. No voy a movilizar al cuerpo por una leve sospecha.

- ¿Qué sospecha ni qué cojones, Barrientos? -estalló África – Te estamos diciendo que esa mujer ya secuestró a mi amiga hace años y que mató a su marido.

- Me parece fantástico, África, pero Claudia Brisac está muerta. No puedo dejarme llevar por coincidencias o fantasías, lo siento.

Áfri se mordió los nudillos en un intento por no estamparle el puño en la cara a aquel gilipollas.

- Además, tenemos que tener en cuenta que Andrea Martín se fue de esta casa por su propio pie. Nadie se la llevó por la fuerza. Eso también la convierte en sospechosa.

- Mira, gilipollas, no se te ocurra -comenzó a decir Manuel.

- Iré yo.

Todos se giraron hacia Javier, que estaba sentado con Aitana en uno de los sillones del comedor.

- ¿Qué? -dijo Bea.

- Iré yo a esa casa. Si Andrea está ahí, la encontraré.

- No sabes lo que estás diciendo -intervino Nacho–. No sabes lo que puedes encontrarte allí.

Javier se encogió de hombros.

- Te lo digo en serio, Dorner. Yo he estado allí. Lo he visto. Casi no salimos vivos la última vez.

- Tendremos que salir vivos esta también. Te necesito, Nacho. Andrea te necesita. -dijo Javier tendiéndole la mano al Chico de los Ojos Azules–. ¿Vienes conmigo?

Nacho lo miró, sorprendiéndose de que aquel hombre estuviese dispuesto a perder literalmente la vida por Andrea. Justo como hizo Josh Hyde. Sabía que se estaba jugando el pellejo de nuevo y que esta vez tenía por quién volver. No podía dejar a Minerva. Él era lo único que su hija tenía. Y entonces miró lo destrozados que estaban los padres de Andrea, miró a Bea y a Manu que casi no podían contenerse. Era Andrea de quien estaban hablando. Se trataba de ella, maldita sea. Le juró que siempre estaría ahí. Y ahora era el momento de demostrarlo. Miró a Javier y sonrió con esa picardía que lo había caracterizado desde que era un crío.

- Vamos a por ella -dijo el Chico de los Ojos Azules sin poder evitar sentir que la historia se estaba repitiendo.



Bea tenía a Aitana en los brazos y la niña no apartaba la vista de Javier, con los ojos llorosos. El joven la cogió entre los suyos y la abrazó con fuerza.

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