Capítulo 39 De Cuentos e Historias

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Andrea miró directamente a la cara de aquel hombre que la había recibido con una sonrisa en el interior de la camioneta. Era joven, daba la impresión de ser alto y tenía la mirada sucia, igual que la mueca horrible de su cara. Durante un par de minutos, los dos se limitaron a mirarse. Estaban solos en la parte de atrás del vehículo y la Chica de los Ojos Verdes se moría por saber si aquel hombre era el dueño de la voz. No fue demasiado comedida al preguntar:

- ¿Dónde están?

El hombre le tendió la mano.

- Tomás Avellaneda, encantado de conocerla, señorita Martín.

Andrea rechazó el saludo.

- ¿Dónde están? -repitió.

- Están bien. Me encargaré de llevarte con ellos.

A pesar de que la voz siempre se había enmascarado con uno de esos alteradores de sonido, no parecía que la voz del tal Avellaneda fuese la que había estado llamándola durante aquellos meses. La Chica de los Ojos Verdes se removió, inquieta, en su asiento. Estaba nerviosa, pero, curiosamente, no sentía miedo. Y estaba dispuesta a todo.

- Tú no eres la voz, ¿verdad?

Avellaneda se repantigó y sonrió de nuevo, con esa mueca horriblemente desagradable que le quitaba cualquier atractivo que pudiese tener.

- No.

Andrea apretó los puños con fuerza. Casi pudo prever los movimientos de aquel depredador cuando lo vio desabotonar el cinturón de seguridad y levantarse para sentarse a su lado. Ella se puso rígida cuando sintió el aliento de Avellaneda colarse por sus fosas nasales.

- Es una lástima...

El dedo de aquel hombre recorrió su mejilla, desatando una corriente de escalofríos en la Chica de los Ojos Verdes. Instintivamente se separó de él, pero mantuvo la vista al frente, digna.

- ¿El qué? -preguntó ella.

- Nada. Ahora comprendo muchas cosas...

Andrea tragó saliva.

- Puedo entender por qué perdieron la cabeza por ti...

La Chica de los Ojos Verdes frunció el ceño y lo miró.

- ¿A qué te refieres? ¿Qué significa todo esto?

- Lamento no poder darte más información de la que ya posees.

- ¿Me vais a tender una trampa? ¿Tú y tus compinches?

Avellaneda la miró muy serio justo cuando la camioneta se detuvo.

- ¿No te has dado cuenta, Andrea? Ya has caído en la trampa.

Entonces abrió la portezuela de la camioneta y ante los ojos de la Chica de los Ojos Verdes se dibujó aquella casa de pesadilla. Ella ya la conocía. No recordaba cómo había salido de allí, pero recordaba la sangre, la oscuridad y aquel goteo permanente que amenazaba con volverla loca. Recordaba el piano, las velas y la sonrisa de Claudia Brisac. Recordaba los golpes, las lágrimas y la certeza absoluta de que moriría allí. No sabía a quién pertenecería la voz, pero ahora sabía que se trataba de un sádico, un enfermo que había querido conducirla de nuevo a aquel mismo escenario, a su infierno personal.

Tomás Avellaneda le indicó que bajara de la camioneta y le señaló la entrada a la casa.

- Puedes entrar. Nadie te lo impedirá -dijo.

- Me mataréis en cuento ponga un pie en esa maldita casa, ¿verdad?

Él no contestó.

- Yo he venido hasta aquí voluntariamente. Exijo ver a mi hijo y a Alma. Exijo que los dejéis marcharse de aquí -dijo Andrea elevando la voz.

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