Capítulo 31 Sal de Mí

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- Javier, esto no es lo que parece -trató de aclarar Andrea.

Sin embargo, el interpelado no tenía oídos para escuchar a la Chica de los Ojos Verdes. Andrea volvió a ver en su semblante el reflejo de aquel hombre frío, distante e implacable al que había conocido años atrás. El rostro de Javier se transformó en una mueca desgarrada de odio y dolor y ella supo lo que estaba a punto de pasar en cuanto el joven empresario dio el primer paso en dirección a Nacho.

- Qué bien te queda el papel de amiguito y lo de dar sermones, Santana -escupió con desprecio–. Ese era tu plan desde el principio, ¿verdad?

- ¿Qué estás diciendo? -dijo Nacho previendo que la cosa no iba a acabar bien.

- Fue bonito reírte de mí mientras me vendías la moto y me decías que Andrea solo me quería a mí. Sí, ¿verdad? Qué poco te queda ese papel de hermanita de la caridad. ¿Esta es tu manera de preocuparte por ella? Aprovechando la oportunidad como la rata asquerosa que eres para tratar de confundirla aún más.

Nacho no vio venir el primer golpe y Andrea ahogó un grito cuando el puño de Javier se estampó contra la mejilla del Chico de los Ojos Azules. Ella corrió sin pensarlo hacia Javier, tratando de detener sus golpes, pero no era rival para la fuerza de aquel hombre. Nacho, por el contrario, sí que lo era. De pronto Andrea fue testigo de una lucha sin cuartel entre aquellos dos hombres. Una parte de ella se alarmó de tal manera que pensó en pedir ayuda a alguien. Ella no podía separarlos por sí misma, al menos no si no quería llevarse algún tortazo perdido que la dejase en el sitio. Gritó con todas sus fuerzas el nombre de Javier y el del Chico de los Ojos Azules, pero ellos no parecían atender a razones. Javier golpeaba con presteza y maestría, de hecho, había hasta algo bello en la manera elegante en la que movía su cuerpo de manera acompasada para hacer daño a Nacho. Los nudillos de sus manos apretadas pasaron del blanco al rojo intenso en cuestión de segundos, con cada nuevo golpe que descargaba sobre alguna parte del cuerpo de su adversario. Nacho, por su parte, no se quedaba atrás. Peleando era bastante diferente a Javier. No lo hacía con elegancia, siguiendo un estudiado compendio de movimientos estratégicos. Nacho era más humano, más visceral. Lanzaba a diestro y siniestro golpes que acertaban en el cuerpo de Javier más de lo que a éste le hubiese gustado. Andrea escuchó el sonido de la tela al rajarse sin poder discernir a quién pertenecía la prenda que se acababa de perder. Escuchó jadeos y gritos de uno y de otro, pero ni Nacho ni Javier cejaban en su empeño de hacerse daño mutuamente.

- ¡Ya basta! ¡Parad los dos! -gritó ella interponiéndose entre uno y el otro.

Ni siquiera supo por qué, pero los dos se contuvieron al verla en medio, aunque siguieron mirándose con el odio más profundo del mundo. Andrea giró sobre sus talones, dándole la espalda a Javier y mirando fijamente los ojos azules de Nacho.

- Nacho, vete a casa -dijo la Chica de los Ojos Verdes agachándose para recoger las pruebas de la portada de su libro que habían terminado diseminadas por el suelo y entregándoselas al chico–. Tengo que hablar con Javier a solas.

- Andy, ¿en serio piensas que te voy a dejar sola con este animal? -preguntó el Chico de los Ojos Azules limpiándose la sangre que manaba débilmente de una herida abierta en la comisura del labio.

- Mira, puto niñato -dijo Javier con voz gutural.

Andrea se giró y lo agarró con fuerza del antebrazo. No necesitó decirle nada. Solo con la mirada Javier entendió que ella estaba pidiendo silencio. Después, Andrea se dio media vuelta de nuevo para hablar con el Chico de los Ojos Azules.

- Sí. Nacho, eso es exactamente lo que creo que vas a hacer.

- No, yo...

- Nacho -dijo ella mirándolo con la inmensidad de sus ojos verdes–. Sabes que somos del tamaño del amor que entregamos.

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