Capítulo 2 Efímero

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África se levantó radiante aquella mañana. Tenía que irse a la comisaría temprano porque tenía mucho papeleo pendiente. En los últimos días había tratado de salir antes del trabajo para pasar por casa de Andrea y ver a los peques. Estaba totalmente enamorada de Josh y de Aitana. Al principio, en el preciso momento en el que conoció a los mellizos, sintió una punzada de dolor. Era inevitable y ella misma sabía que pasaría. Ella habría sido madre. Habría sido una gran madre si no hubiera acudido como una estúpida cuando dijeron en la academia que necesitaban refuerzos para aquel tiroteo.

Había terminado sacándose la plaza y era feliz con su trabajo como policía. Pero jamás podría perdonarse haber perdido a su bebé, aquel hijo que habría nacido y que era el fruto de su amor por Ernesto.

Pero ya no servía de nada pensar en aquello. Se recogió el cabello, que había dejado de ser casi rubio para ser casi castaño y volver a ser de su tono moreno oscuro habitual, y se pintó con firmeza la raya del ojo frente al espejo. Su ritual consistía en pintarse primero la cara a excepción de los labios y luego vestirse para salir. Para aquella ocasión escogió unos pantalones pitillo ajustados de color verde kaki y una blusa blanca que sugería más que enseñaba. ¡Maldita sea! ¡Se estaba convirtiendo en una chica decente! Y ella siempre había odiado a las chicas decentes. Volvió al espejo y se peinó el flequillo antes escoger el carmín. En su armario había más de una veintena de barras de labios, todas de color rojo. En la escala de África todo en la vida tenía que ser de color rojo, de más a menos putón, como siempre solía decir. Cuanto más rojo, más putón. Cuanto más rosa, más Bea. Y aquel día se sentía muy putón, por lo tanto, el color escogido se encontraba en la cúspide de la rojez. Se aplicó el color a los labios y lanzó un beso al aire.

- Oh, sí, Áfri –dijo al mirarse en el espejo–. Hoy estás muy, muy feliz.

Era cierto. Se había levantado cargada de positivismo y de una energía arrolladora. Si todo iba como tenía previsto, pasaría una mañana atareada y sin tiempo para pensar en la comisaría, luego pasaría a ver a Andrea y sus dos pequeñas y adorables bolitas humanas, pasaría por el veterinario para comprar el pienso XXL (súper nutritivo y con extra de atún) para Gato y quizás se pasase por el nuevo restaurante de sushi que habían abierto en la esquina de su calle y se permitiese un caprichito. Llenaría la bañera de agua caliente al volver a casa y usaría el jabón corporal del ritual Ayurveda de Rituals que le había regalado Bea para navidad. Se tomaría una copa de vino y le serviría una suculenta cena a Gato. Después se iría desnudando poco a poco. Dejaría que la ropa se deslizase sobre su cuerpo hasta caer por el suelo y se miraría en el espejo. Miraría su pálida piel en el espejo y sonreiría. Siempre le había gustado verse desnuda. África apreciaba su anatomía. Se gustaba como era y disfrutaba de ello. Después de sonreír y morderse quizás lo labios por saberse totalmente desaprovechada y jactarse de ello se deslizaría en el interior de la bañera, ya colmada de agua tibia y con el jabón inundando con su fragancia el pequeño cuarto de baño. Disfrutaría de la tranquilidad de estar sola mientras paladeaba el vino y se daba amor. Tenía claro que nadie sabía hacerlo como ella. Acariciaría la parte interior de sus muslos con suavidad, mejor que cualquier amante, y después llenaría con sus dedos el espacio vacío que había dentro de ella.

"Refleja tu belleza interior" rezaba el pequeño estuche de cosmética que le había regalado Bea. Vivir en equilibrio. Ese era, a fin de cuentas, el principio de Ayurveda, la ciencia de la vida. África creía que lo estaba consiguiendo.

- Pórtate bien –dijo, señalando a Gato con su dedo índice antes de dirigirse a la puerta.

Acto seguido, volvió sobre sus pasos y cogió al animal entre sus brazos. Lo besó en la cabeza y el gatito restregó sus orejas en el pecho de África.

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