Capítulo 41 El Beso o la Mirada

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Alma jamás podría olvidar lo que le hicieron a Andrea en el interior de aquel agujero. No podría desechar nunca de su mente sus gritos de dolor, la manera en la que aquel animal arrastraba a su amiga por el suelo, cómo la golpeaba, la alzaba y la volvía a golpear. Pensaba que aquello de la violencia de género era algo lejano, distante. Le pasaba a muchas personas, más cerca incluso de lo que cualquiera podía llegar a pensar, pero no imaginaba que jamás lo vería con sus propios ojos.

Y allí estaba su mejor amiga, como una masa sanguinolenta en el suelo, sin proferir palabra alguna.

- ¡Suplícame que pare! -gritó aquel hombre sin sentimientos.

Andrea no dijo una sola palabra. Pero a Alma le dolía la garganta de tanto gritar. Ella sí que había suplicado hasta quedarse sin voz. Le pedía a Tomás Avellaneda que parase, que no lo siguiera con aquello, que dejase de infligir dolor a su amiga. Julia, sentada a su lado e igualmente prisionera, no podía ver lo que le hacían a Andrea, pero igualmente pedía clemencia por aquella chica. Jimena no se lo pensó dos veces antes de golpear a la chica ciega en la cara.

- Cállate, maldita estúpida o serás la siguiente.

La Chica de los Ojos Negros comenzó a perder la visión. Las lágrimas la estaban ahogando y solo era capaz de pensar que habría dado su vida en aquel momento por poder levantarse, por tenderse sobre ella, por poder protegerla, al precio que fuese. Habría recibido por Andrea los golpes que le habían dado. Todos y cada uno de ellos. Andrea ya había sufrido suficiente. No se merecía nada de aquello.

- Andy... -dijo entre sollozos.

La Chica de los Ojos Verdes alzó un poco la cabeza y, por en medio de aquella maraña de cabello oscuro y ensangrentado asomó un destello verde que se cruzó con la mirada oscura de Alma. A la Chica de los Ojos Negros le pareció ver una sonrisa de fortaleza en el rostro de su amiga. Andrea alzó una mano en dirección a Alma y, con las pocas fuerzas que le quedaban, comenzó a arrastrarse hacia su amiga. A Alma se le partió el corazón. Trató de hacer fuerza contra sus ataduras, de soltarse a como diera lugar para llegar hasta Andrea, pero no pudo.

Fue entonces cuando se abrió nuevamente la puerta de aquel agujero y Claudia Brisac entró pavoneándose, tratando de reprimir una sonrisa al ver el estado en el que su esbirro había dejado a aquella chica a la que tanto odiaba. Comenzó a aplaudir al compás mientras que se acercaba a la Chica de los Ojos Verdes y a Alma.

- ¡Pero qué bonito! Es conmovedor, ¿no es cierto?

- Eres una hija de puta -escupió Alma.

- Alma, no estás en condiciones de insultarme.

- ¿Qué más puedes hacerme, maldita loca?

Claudia llegó hasta el lugar en el que Andrea agonizaba de dolor y se puso de rodillas. Acarició la cabeza de la Chica de los Ojos Verdes con dulzura antes de agarrarla con fiereza y estirarle del pelo. Andrea no gritó, no gimió. No le daría el gusto.

- Me he dado cuenta de que puedo hacerte más daño así que con la violencia física. Y no sabes las ganas que tengo de descubrir cómo será al contrario. Cuando Andrea vea como Tomás te hace esto, o mucho más. ¿Te gustará eso, querida? -preguntó a Andrea.

- No te atrevas...

- ¡No te oigo, Andrea! -dijo Claudia estirando con más fuerza.

La Chica de los Ojos Verdes estiró la cabeza hacia atrás para apartar todo el pelo sucio de su cara y mirar a su rival.

- Soy la palmera que se dobla, pero aguanta el huracán -dijo.

Claudia Brisac no había olvidado aquellas palabras, las mismas que le dijo durante su primer cautiverio. En aquella ocasión había demostrado tener razón. No tendría tanta suerte esta vez.

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