Capítulo 14 Cásate Conmigo

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África apenas se lo podía creer cuando aquella mañana, después de una noche de sexo salvaje y desenfrenado con Will en el que no había ni una pizca de compromiso a nada, se presentó en la comisaría con su uniforme remendado por los arañazos de su gata que se llamaba Gato y que bien podía ser una zorra, en palabras de la propia África. No se podía creer muchas cosas después de aquella experiencia.

Lo primero que no podía creerse era que Will pudiese superarse a sí mismo. Aquella noche habían echado cinco polvos seguidos y la chica tenía que reconocer que no sabía cómo su amante no había acabado con los riñones hechos plastilina y cómo ella no caminaba con una pierna en cada lado de la acera de la Gran Vía. Sería la costumbre. Lo segundo que no podía creerse era que su animal de compañía, Gato, (no Will, al que a veces llamaba así para no darle la importancia que no quería que volviese a tener), hubiese conseguido vivir un solo día de su vida gatuna sin destrozar una prenda de su ropa. Era todo un logro, teniendo en cuenta que acababa de atravesar un celo horroroso, peor que el de la propia África, y su único desahogo era frotarse con todo lo que encontrase y destrozar la ropa de su dueña. La tercera cosa que no podía creerse era que apenas había pensado en Ernesto aquella mañana. ¡Mierda! Acababa de hacerlo. Vale, ya se lo podía creer. Por lo tanto, había que pasar a la cuarta. Y esa era la imponente presencia en la comisaría aquella mañana del todopoderoso comisario Barrientos.

África tragó saliva en cuanto lo vio llegar. Héctor Barrientos era un hombre joven, rondaría los treinta y cinco años y acababan de asignarle la comisaría de África por méritos en el cuerpo. Había que reconocer que cuerpo tenía y de sobra. Estaba, como diría la propia África, de toma pan y moja. El caso es que tenía fama de dos cosas. Se rumoreaba que era el más competente de todos los malditos encargados de las comisarías de todo Madrid, a pesar de su juventud. Era exigente y, a la hora de plantear operativos, sus subalternos tenían que estar a la altura. Además, se decía de él que era un depredador en el mejor sentido de la palabra. Su profesionalidad rozaba los límites de la obsesión y todos los que se encontrasen bajo su mando tenían que estar a la altura.

Por eso a Áfri, que aquella mañana en la que tenía la piel tersa y suave, como siempre se le ponía después de echar una serie de buenos polvos tal y como a ella le gustaban, se le puso la carne de gallina cuando, pocos minutos después de sentarse en su mesa para resolver el papeleo que le tocaba hacer, vio acercarse a Héctor Barrientos con la mirada fija en ella. Tragó saliva. Estaba claro que el jefazo iba a por ella.

- ¿África Sandoval?

La chica se levantó de inmediato y asintió con la cabeza.

- Me llamo...

- Héctor Barrientos.

- ¿Me conoces?

- Es el nuevo comisario. Ya nos avisaron de su visita, señor.

- Tutéame, por favor.

A Áfri le gustó aquella deferencia y esbozó una sonrisa cargada de profesionalidad y pragmatismo.

- Siéntate, África. Hay algunas cosas de las que quiero hablar contigo.

A Áfri no le gustaba obedecer, y mucho menos los mandatos de un hombre que, por su rango dentro del cuerpo, era su superior. No les gustaba tenerlos encima en la cama, le iba a gustar tenerlos en otros sentidos, pero en aquel momento no tuvo más remedio que rendirse al encanto de los ojos almendrados de aquel tío y obedecer. Le imponía y pocas veces le pasaba con otra persona. Ella era más de imponer.

- Veamos, África. He estado consultando el historial de todos los miembros de la comisaría y tengo que reconocer que el tuyo me ha impresionado bastante.

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