Capítulo 46 Éramos Tú y Yo

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La oscuridad nunca había sido tan intensa, o al menos ella no recordaba haberse enfrentado nunca antes a algo así. No sentía frío, ni calor, ni nada relacionado con alguna sensación corporal, pero podía sentir el dolor un poco más arriba del pecho y en un costado, cerca del estómago. Aquella sensación de desgarro comenzaba a hacerse insoportable.

Tenía miedo. Estaba asustada. Lo último que recordaba era la mirada triste y la sonrisa derrotada de Javier. Y después había cerrado los ojos y la oscuridad la había devorado. El tiempo se había detenido. Ya no corría en su contra. Sencillamente no se movía. Se había parado a mirarla, como si supiera que algo estaba a punto de suceder.

Y entonces, de pronto, de la nada o de todo, no lo sabía muy bien, algo cambió.

Después de atravesar aquella oscuridad, el dolor remitió en el pecho y más abajo, a la altura del estómago. Recordaba las perlas de sudor en la piel de su cara, pero no sabía si se había mezclado, por fin, con las lágrimas que llevaba tanto tiempo derramando. Un poco de luz se dejó entrever por algún lugar y no sabía si estaba cerca o lejos, pero la oscuridad pronto dejó paso a una penumbra. Algo le dijo, cuando puso el pie por su propia voluntad en aquella mansión que le producía escalofríos que el final estaba cerca. Justo como la primera vez. Exactamente igual que en aquel momento, hacía ya tantos años.

Pero no se arrepentía. Tenía que hacerlo por ellos. No podía dejar que nada malo le pasase a Alma ni a su pequeño Josh. No podía perderlos. No.

Todo había acabado como debería haberlo hecho en su día. Y, sin embargo, no sentía miedo. No sentía dolor. Ni rabia. Ni resentimiento.

Igual que él.

Sintió de repente que la embargaba una paz tremenda y, a pesar del miedo, tragó saliva y se obligó a abrir los ojos. No reconoció nada de lo que había a su alrededor en un primer momento. Era extraño y, sin embargo, se sentía bien. Algo había cambiado y no era capaz de discernir de qué se trataba. Entonces, solo entonces, se dio cuenta realmente del lugar en el que estaba. Lo conocía, por supuesto que sí, sabía perfectamente dónde se encontraba. Había estado ahí muchas veces. Estaba igual que siempre y, sin embargo, parecía distinto. Sintió el olor a naturaleza que la rodeaba y lo paladeó sin pensar, disfrutando de aquel momento, de aquel instante de paz.

Caminó en silencio por aquel lugar, extrañamente iluminado, y se acercó al barandal para mirar hacia la ciudad. Era Madrid, pero estaba lejos, muy lejos. Se veía mucho más pequeñita, como distante. Y entonces el olor a naturaleza cambió y llegó a sus fosas nasales el aroma del mar. Una esencia marina mezclada con azahar y ese olor a hombre que distinguiría perfectamente entre todos los demás.

Y supo que no estaba sola. Y no sintió miedo. Al contrario. Sonrió. Y sintió un escalofrío que la sacudió y le arrancó las pocas fuerzas que le quedaban cuando sintió su tacto sobre su mano. Acto seguido, sus labios en el cuello. El cabello se le erizó. Parecía tan real, mucho más que en los sueños que había tenido durante años. Aquellas manos que tan bien la conocían recorrieron la piel de sus brazos, acariciando cada palmo de piel que encontraban y ella descansó su cabeza contra el pecho de él.

- Esto parece demasiado real -dijo ella

Pudo sentir cómo los labios del chico se curvaban en una sonrisa perfecta sobre la piel de su hombro.

- Es real, Andrea.

- ¿Estamos juntos? -preguntó.

- Sí.

- ¿De verdad?

- De verdad.

Andrea se dio la vuelta y volvió a encontrarse con aquella mirada infinitamente verde, el mar de sus sueños, la inmensidad insondable del hombre que la había enamorado desde el mismo momento en el que cayó del cielo. Alzó sus manos temblorosas para acariciar sus mejillas y él sonrió. Aquella sonrisa perfecta made in Josh Hyde mil veces más potente y fuerte de lo que recordaba.

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