Capítulo 16 Encuentro de Almas

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África se había peleado con Gato antes de salir de su casa por obvias razones. El animal era lo más parecido a ella que conocía y sabía cuando no estaba haciendo las cosas bien. Al igual que África, Gato valoraba mucho la independencia pero también requería de la atención de aquella humana que consideraba suya y a la que miraba con la cabeza torcida moverse de allá para acá como una loca mientras que se subía la cremallera de su vestido de cóctel. Aún no estaba segura de cómo había conseguido cambiar la cena con el comisario Héctor Barrientos a una copa tranquila después de la cena de despedida de soltero de Mario y Manuel, pero el caso era que lo había hecho y que cena y posterior copa con su superior eran aquella misma noche.

- No me mires así –dijo la chica clavando la mirada en su animal de compañía–. No voy a hacer nada malo. Ya me conoces. Soy una persona decente.

Gato entrecerró los ojos y emitió un maullido que África interpretó como un "eso no te lo crees ni tú, mona". En cuanto Áfri se dejó caer en el sofá, sobre sus tacones de aguja infinitos, Gato saltó a su regazo y ella le acarició el pelo negro por detrás de las orejas.

- No me pega nada este vestido, ¿verdad? Los maricas se han empeñado en una cena de cóctel íntima para despedirse de la soltería y hay que pasar por eso.

África no tenía experiencia en cócteles, por eso había recurrido a Andrea, pero no había conseguido dar con ella. Le mandó un mensaje acelerado y le dijo que se verían esa noche en la cena porque tenía algo muy importante que hacer. Por lo tanto, recurrió a Bea, que era algo así como una especie de gurú del buen gusto y la moda. Su amiga sabía qué ponerse en cualquier ocasión y, haciendo alarde de esa virtud que habían tenido a bien concederle los dioses, la arrastró de compras por toda la Gran Vía en busca del perfecto vestido para una cena de cóctel. Finalmente habían dado con aquella prenda que caía sobre su cuerpo. Había sido casi un milagro dar con ese vestido en Nahimana, pero lo que había sido realmente milagroso era que fuese lo suficientemente elegante para Bea y lo suficientemente putón para África. En cuanto se lo probó, ambas supieron que era justo lo que estaban buscando.

Áfri se miró en el espejo que colonizaba gran parte de su comedor. El vestido negro de cóctel era corto, sin mangas y con el cuello estilo halter. El encaje bordado semitransparente se expandía a lo largo y ancho del cuerpo del vestido. Respetaba el protocolo que Bea había marcado y era atrevido, justo como África necesitaba que fuese. Pero no podía cerrarse la cremallera. ¡Cómo echó de menos vivir acompañada en aquel momento!

- Ojalá supieras cerrar cremalleras con las zarpas, Gato –dijo Áfri.

El animal se erizó y bufó y Áfri no entendió el por qué hasta que escuchó cómo sonaba el timbre. Consultó el reloj de su muñeca. Aún quedaban tres horas para la cena de despedida de Mario y Manuel y Bea y Kevin no pasarían a buscarla hasta dentro de dos. Will no podía ser porque tocaba aquella noche con su grupo en Barcelona y de Ernesto mejor ni hablar porque había desaparecido en combate. Áfri se acercó al interfono con Gato pisándole los talones y comprobó, sorprendida (y eso no era para nada propio de ella), que en la puerta de su casa se encontraba nada más y nada menos que el comisario Héctor Barrientos.

- ¿Sí?

- ¿Puedo subir?

- Pensé que habíamos quedado más tarde.

- No podía esperar –dijo él mostrándole a la cámara una sonrisa cargada de intenciones.

A África se le secó la garganta. Apenas fue consciente de que había pulsado el botón que abría la puerta cuando su superior desapareció de su campo de visión. Áfri miró a Gato que le devolvió una mirada cargada de malas pulgas.

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