25: Despertando...

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La ventisca arrastraba a la muchacha con fuerza, agotando su carácter resistente e infranqueable, obligándola a detenerse de vez en cuando para descansar un poco. Avanzaba cubriendo su rostro con una mano, impidiendo que los trozos de hielo más grandes se clavasen en su piel a gran velocidad, hiriendo su rostro, rasgándole la piel, mientras que con la otra mano agarraba su espada, que amenazaba con desprenderse de su cinto. La cría de nikari permanecía escondida dentro del abrigo de Eva, intentando escapar del frío de la nieve y el hielo y de la violencia de aquella ventisca que los había sorprendido a mitad de camino.
- Ya casi hemos llegado... Aguanta un poco más ahí dentro - animó Eva a su pequeño compañero, quien empezaba a temblar, pegado a su pecho.
La chica siguió avanzando un buen rato, cuando el último de los soles se puso por el horizonte y la noche cubrió las gélidas tierras de Nanhai, encerrándolos a ambos en mitad de la ventisca. Eva comenzó a respirar con dificultad, arrepintiéndose de haber salido de la cueva de Ydeon, cuando las piernas le fallaron y cayó sobre la nieve de rodillas. El fuerte viento comenzó a desbocar su cabello castaño, dificultándole la vista y comenzó a notar como varios trozos de hielo se clavaban en sus mejillas, haciendo que su cara se congelase poco a poco. Eva se dejó caer sobre la espesa capa de nieve que cubría la ladera de la montaña, suspirando profundamente, agotada, cuando le pareció ver algo a lo lejos. La cría de nikari se asomó por el cuello de su abrigo al ver que su dueña no avanzaba, vislumbrando una especie de edificio con techos abovedados a lo lejos. No se veía luz dentro del edificio, ni el menor rastro de vida que indicase que aquel lugar estuviese habitado. Pero eso a Eva no le importó lo más mínimo, pues se incorporó con las pocas fuerzas que le quedaban y corrió hasta el portal del edificio, sin importarle que la nieve y el hielo azotasen su rostro, ni que el viento congelase sus dedos poco a poco.
Llegó fugaz hasta el portal, abrió el enorme portón de madera y se internó en el edificio en un santiamén, apoyándose un segundo a descansar en la puerta. Suspiró, dejando que un poco de vaho escapase de entre sus labios anaranjados, mostrando una amplia sonrisa de satisfacción. Descubrió su rostro, avanzando lentamente por la recepción del edificio, que parecía estar construido a partir de un enorme bloque de cristal. Subió un par de escalones que había al final de la entrada y empujó una puerta de piedra cristalina para adentrarse en el interior del edificio. Asomó la cabeza antes de entrar, algo asustada, sin saber muy bien que iba a encontrar allí dentro. Avanzó, algo inquieta, mientras revolvía su zurrón en busca de una linterna, con la cual empezó a iluminar aquella sala de altísimas cúpulas y paredes cristalinas.
Eva dejó escapar un pequeño suspiro maravillado al ver las enormes estanterías que rodeaban la sala, rebosantes de libros, miles y miles de libros. La joven desabotonó su abrigo, pues allí dentro hacía más calor que fuera, en la nieve, y guardó sus guantes en su zurrón, cuando el pequeño nikari comenzó a corretear por toda la biblioteca. Trepó por las estanterías, limpiando los diversos ejemplares con su pomposa cola, mientras Eva curioseaba los libros que quedaban a su alcance.
- Fantasía, terror, novelas románticas... Libros de historia, de combate, libros de magia - murmuró, maravillada, ojeando las hojas de todos los libros que encontraba, recopilando los que más llamaban su atención sobre la mesa que presidía el centro de la biblioteca. - ¡Esto es el paraíso! - exclamó, rozando la tapa verdosa de un grueso libro de medicina que la dejó sin palabras.
Se sentó junto a la gigantesca y detallada mesa de madera que había en el centro de la sala, dispuesta a leer varios libros de medicina, de botánica, algún que otro bestiario ilustrado al detalle y un par de libros de historia. Cuando Eva estaba ya absorta en la lectura de uno de ellos, su pequeño compañero se acercó hasta ella, extrañado. Eva lo miró, frustrada por tener que despegar la vista del papel.
- Oh, vamos. No todos los libros cuentan historias. Algunos recogen los conocimientos de toda una vida de investigación y dedicación. - explicó, siendo una gran entendida en ese tema.
Se volvió a refugiar en uno de los libros, leyéndolo con rapidez, almacenando el mayor número de datos posibles en su cabeza, cuando murmuró:
- Ya te leeré una historia fantástica cuando haya terminado con estos libros, no te preocupes... No me canso tan fácilmente de leer.
El animal sacudió ligeramente las orejas, pasando de su compañera de viaje. Volvió a trepar por una de las estanterías, escabulléndose entre los volúmenes más elevados, manchando su pelaje blanco de polvo.
Eva continuaba leyendo tranquilamente, ajena por completo al mundo exterior, maravillada por la caligrafía de aquel libro de botánica, decorado con pequeños dibujos hechos a mano de las plantas medicinales más características e importantes que se podían encontrar en Idhún, cuando un fuerte golpe la hizo volver en sí. Levantó la cabeza, escuchando fuertes golpes contra la puerta de entrada. Cerró el libro con lentitud, levantándose poco a poco de la silla, mientras el pequeño nikari se refugiabas tras sus piernas. Desenvainó su espada sin hacer el menor ruido, poniendo en práctica el sigilo y la cautela que le había enseñado su padre, avanzando hasta la puerta a oscuras, con la única luz de su espada, que iluminaba su rostro con brillos azulados. Llegó hasta la entrada con discreción, intentando mantener la cabeza fría, con su gélida mirada fija en la puerta. Los golpes, cada vez más fuertes y desesperados, seguían azotando la puerta, intentando tirarla abajo.
En ese momento, Eva dió un corte seco y rápido al portón de madera, tirándolo abajo, encontrándose con la silueta oscura de Seiya tirada sobre la nieve.
- ¡Seiya! - exclamó la chica, corriendo a su lado.
El muchacho yacía bocaabajo, tirado en la nieve, con una mano en el costado de forma protectora. Apenas lograba balbucear nada coherente, completamente atontado por el frío. Eva logró darle la vuelta, mirándolo de forma tranquilizadora, sonriéndole.
- Tranquilo, estoy aquí - susurró, acariciándole el rostro con suavidad.
La chica vió como el muchacho intentaba decirle algo, pero sus incomprensibles balbuceos eran interrumpidos por constantes gemidos de dolor. Eva se dió cuenta de que mantenía el brazo izquierdo sobre su costado, apretándolo con fuerza.
- ¿Qué pasa, Seiya? ¿Qué tienes? - le preguntó la muchacha, nerviosa.
Seiya seguía soltando extraños quejidos, cuando Eva decidió averiguar que era lo que ocultaba el muchacho. Retiró su brazo a un lado y le abrió la chaqueta, dejando a la vista una profunda herida que se había ennegrecido por una posible infección. Seiya tenía la chaqueta empañada en sangre y Eva pudo ver como parte del rostro del muchacho también mostraba manchas de sangre.
- Vale, tranquilo... Estoy aquí, no te voy a dejar solo...
La chica pasó el brazo de Seiya por su hombro, ayudándolo a incorporarse, echando el peso del muchacho sobre su espalda. Tras varios tropiezos en la nieve y alguna que otra caída, Eva logró llevar a Seiya hasta el interior de la biblioteca. Cerró la puerta de la biblioteca creando un muro de hielo, avanzó hasta el interior del edificio y tumbó al muchacho en el suelo, apoyando su espalda contra una de las estanterías. El pequeño nikari observaba al chico escondido tras las patas de la mesa, mientras Eva corría de un lado a otro, sin saber muy bien que hacer.
- Vale. Tranquilízate, Eva... Yo puedo. - se animó, pasando desesperadamente las páginas de todos los libros de medicina que encontraba. - ¡Aquí! - exclamó, alterada.
Cogió el libro y lo colocó en el suelo, junto a Seiya, abierto por la parte en la que trataba las infecciones, que era lo primero que debía curar si no quería que pudiese afectar a cualquier otra parte del cuerpo. Revolvió su zurrón, inquieta, buscando algo con lo que limpiar la herida. Sacó una cantimplora llena de agua, vacío un poco del líquido cristalino en su mano izquierda y la restregó sobre la herida, haciendo que Seiya volviese a gemir de dolor.
- Mierda, el agua no sirve de nada... Si tuviese al menos alguna planta medicinal - resopló. - ¿Por qué en Nanhai tiene que haber tanta nieve? - maldijo, revolviendo su zurrón con urgencia.
- Lu...ne... - gimió el muchacho, dolorido, con los ojos entrecerrados.
- Dime, ¿qué pasa? - preguntó ella, apurada, cuando notó como él le cogía la mano y la posaba sobre su herida.
- Haz...que flu...ya...
- ¿El qué? - sollozó Eva, desbordada por la situación.
- La magia...
- ¿Pero qué magia, Seiya? ¿¡Qué magia!? ¡No soy maga! ¡No tengo poderes mágicos? - una lágrima rodó por su mejilla, angustiada. - No soy maga, Seiya...
- No... Eres un...unicornio... - sonrió, débil.
Eva lo miró, sin saber muy bien que hacer. Angustiada y sin otra opción mejor que creer en sí misma, posó ambas manos sobre la herida y cerró los ojos, esperando que fuera lo que fuera lo que debía de hacer, funcionara. Y rápido...
- Seiya, no funciona... - murmuró un tiempo después. - No te estoy curando... - sollozó, con las manos temblorosas.
Entonces, una cegadora luz comenzó a salir de las manos de Eva, quien se quedó mirando, fascinada, como la herida del muchacho se cerraba con rapidez, anulando por completo la infección. Una potente energía comenzó a llenar el cuerpo de ambos, devolviéndole la confianza a ella y la vida a él.
- Funciona... ¡Funciona! - exclamó Eva, risueña, cuando notó la mano de Seiya acariciar débilmente su rostro.
- No me gusta verte llorar, Lune... - murmuró el muchacho, dirigiéndole una sonrisa que llenó el corazón desbordado de Eva.
El chico limpió sus lágrimas, mientras ella terminaba de sanar su herida, dejando que la energía fluyese libremente, a su voluntad.
Después de un tiempo más así, Eva retiró ambas manos del cuerpo del chico, exhausta y maravillada. La chica miró a Seiya, agotada. Él volvía a rebosar energía, se le notaba en la mirada, esa mirada profunda y fría, esos ojos grises que la miraban con frialdad y cariño a la vez.
- ¿Estás bien? - le preguntó él, levantándose a la vez que ella.
Eva asintió, incorporándose poco a poco, cuando las fuerzas la abandonaron y cayó como una pluma al suelo. Por suerte, Seiya fue más rápido que la gravedad, logrando cogerla en brazos antes de que cayese contra el suelo.
- ¿Estás segura de qué estás bien? - volvió a preguntar, mientras ella se acomodaba inconscientemente entre sus brazos.
- Tal vez necesite descansar...
- Sí. Tal vez...
El muchacho se recostó contra una de las estanterías de la biblioteca con Eva entre sus brazos. El pequeño nikari se acercó a ellos, arrastrando una manta de piel que Eva había guardado en su zurrón.
- ¿Tiene nombre? - preguntó Seiya, mirando al animal mientras los envolvía a ambos con la manta.
- No se me ocurría ningún nombre, la verdad. Nunca tuve mucha imaginación para eso... ¿Qué tal si tú me ayudas?
- ¿Yo? - río el chico.
Eva asintió, totalmente convencida.
- A ver... ¿Alguna preferencia?
- No, la verdad. Mientras sea bonito y no muy largo, me vale cualquier nombre. - sonrió, recostándose contra él, con el nikari en brazos.
- ¿Qué tal... Yoru? - propuso el chico, mirando al animal con cautela.
- Yoru... - repitió Eva, embelesada por el sueño - Me gusta. ¿Qué significa?
- Es un nombre japonés... Significa noche.
- Me encanta, es precioso. Gracias...
Seiya sonrió, recostándose contra la estantería.
- No hay de qué, Lune. - susurró, plantando un beso en la mejilla de Eva - Buenas noches...princesa.
- Buenas noches... Seiya. - río, dejándose vencer por el sueño, con su pequeño Yoru en brazos, sintiendo el frío de Seiya a su lado.

Holi🐍🐉📖🙋😜 Este capítulo va dedicado a DdDiego1, quien me ayudó a buscar el nombre de Yoru para el nikari de Eva. 😘😘😘 Gracias por leerte todos mis capítulos y por avisarme siempre que cometo alguna errata.💗
Espero que os haya gustado el capítulo y muchas gracias por leer la historia.💙💚💛
P.D. : #vivalatriada (DdDiego1 me entiende😂😂😅)

Memorias de Idhún IV: OrígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora