30: Aguanta...

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A pesar de que fuese ya muy tarde, Victoria no dudó ni un instante en bajar corriendo hasta las caballerizas, arrastrando su túnica blanca por las escaleras de mármol, cargando con su báculo. Cegada por la ansiedad y el miedo a perder a Christian, Victoria chocó contra Shail, que salía de las caballerizas después de dejar a su pájaro haai en su cuadra.
- ¡Oye, ten más...! ¿Vic? - murmuró el joven, asustado por la expresión de Victoria, cada vez más sombría.
- Tú pájaro haai... - balbuceó, respirando con mucha dificultad, agitada. - ¿Dónde está, Shail?
- Lo acabo de dejar en su cuadra... - respondió el joven mago.
Shail no tuvo tiempo de preguntarle nada a Victoria. La muchacha corrió fugaz hasta la cuadra del animal, lo ensilló rápidamente y montó sobre él, decidida. Abrió la puerta de la cuadra con urgencia, y, después de espolear con fuerza al animal, éste emprendió el vuelo, agitando las alas con toda la prisa que le pedía Victoria.
Shail se asomó corriendo al acantilado al que se accedía por las caballerizas, siguiendo a Victoria con la mirada.
- ¿¡Qué es lo que pasa, Vic!? - gritó Shail, confuso por la actitud de su amiga.
- ¡Ya te lo explicaré más tarde, Shail! ¡Lo siento! - exclamó la joven, volviendo la vista atrás para mirar a Shail con agradecimiento. - ¡Gracias! - añadió, perdiéndose entre las nubes.
El joven mago se quedó allí parado, pensativo, sabiendo que algo iba mal.
De pronto, una idea cruzó su mente. Se percató de la extraña forma en la que lo había mirado Victoria. Su mirada, limpia, pura y brillante, parecía perderse entre las tinieblas, inundando su rostro de la más profunda oscuridad.
Un escalofrío recorrió su mente al recordar la última vez que Victoria lo miró de esa manera.
- ¿Qué demonios está pasando...? - susurró inconscientemente el muchacho, mientras las olas, bravas e indomables, azotaban con fuerza el acantilado, perlando el rostro del joven con pequeñas gotas de agua, que eran limpiadas por la suave brisa que removía su cabello negro.

Eva comenzó a entreabrir los ojos poco a poco, sintiendo como su cuerpo volvía a rebosar energía de nuevo. Miró a todos lados, nerviosa, intentando localizar alguna mirada familiar.
Estaba encerrada en una especie de celda dentro de una gigantesca sala de enormes ventanales sin cristales, de altos techos y carácter oscuro y frívolo.
Intentó levantarse y avanzar, cuando fue consciente de que estaba encadenada a una pared.
- ¿Pero qué...? - murmuró, desconcertada, intentando por todos los medios liberarse de las cadenas.
Tiró y tiró con todas sus fuerzas, sin éxito. Intentó congelar los grilletes, para después romperlos con facilidad, sin obtener ningún resultado.
Después de un largo rato intentando escapar, decidió apoyar la espalda en la pared de piedra e intentar pensar una forma de escapar, cuando una voz que conocía perfectamente la sobresaltó.
- No te servirá de nada sentarte a buscar una salida... - murmuró el muchacho, apoyado contra los barrotes de la celda. - No hay salida, Lune...
- Tú... - bufó Eva, ebria de ira.
Intentó avanzar hasta Seiya con intención de golpearle, pero el joven estaba fuera de su alcance y las cadenas la aprisionaban con fuerza a la pared. Lo único que consiguió fue que los grilletes se clavasen más en su piel, hiriendo sus muñecas.
Seiya se internó en la celda, acercándose a ella, aún fuera de su alcance.
- Miserable traidor asqueroso... - escupió Eva, apretando los puños con fuerza.
Él no respondió a su provocación. Se limitó a observarla fijamente, dando vueltas a su alrededor.
- ¿¡Es qué no piensas decir nada!?
Seiya se acercó más a ella, agarrándole la barbilla con cierto desprecio. Ahora sí... Eva aprovechó el acercamiento del muchacho para asestarle un puñetazo en la mandíbula, consiguiendo que la soltara.
Seiya se alejó de ella, limpiando el río de sangre que brotaba de su boca con la manga de su cazadora, bajo la atenta y amenazadora mirada de Eva.
- ¡No vuelvas a tocarme, víbora! - le advirtió, sombría.
Seiya levantó la cabeza. Intentó avanzar hasta ella, sumiso, con un brillo distinto en la mirada, cuando una sombría risa resonó en toda la sala.
Assher entró imponente en la sala, seguido de Shizuko, quien le lanzó una dura mirada a su hijo, advirtiéndole que se mantuviese alejado de Eva.
- Vaya, vaya, vaya... - siseó el szish, examinando a Eva a través de los barrotes. - Por fin tengo el placer de admirar a la criatura de la que todo el mundo en Idhún habla.
Eva clavó su mirada azulada en los ojos oscuros del szish, amenazante y fría.
- Es todo un placer conocerte, Lune... - murmuró, atravesando los barrotes por arte de magia.
El rostro de Eva se volvió completamente pálido al ver como el reptil avanzaba hasta ella. La muchacha no dudó en retroceder, chocando contra la pared.
Assher la cogió de la barbilla, haciendo que Eva lo mirase, henchida de rabia. El szish sonrió al distinguir una muy característica luz en los ojos azules de la chica.
- Bien... - murmuró, desvaneciendo para volver a aparecer sentado en su trono. - Está preparada, Ziessel.
La joven sonrió, haciendo que un escalofrío recorriese la espina dorsal de Eva, quien, al instante, apareció maniatada a una extraña máquina de tortura que había en el centro de la sala.
Eva tragó saliva, inquieta, sintiendo como le fallaban las piernas. Sin embargo, no dejaba de ser un shek, y su orgullo era tan fuerte que les ahorró a sus captores la satisfacción de verla temblar de miedo.
Permaneció erguida sobre la tabla de madera, firme, sin despegar su mirada de los ojos negros de Assher, quien se levantó de su trono y elevó ambas manos sobre su cabeza, recitando un hechizo en el idioma de los sheks.
- «¿Qué están haciendo...?» - se preguntó cuando vió a Shizuko hacer lo mismo, situada junto a Assher.
Entonces, algo pareció desprenderse del alma de Eva, desgarrando su ser de un tajo, frío y cortante, que la hizo gritar con todas sus fuerzas. Cayó de rodillas al suelo, atónita, sintiendo como si un enorme peso hubiese caído sobre sus hombros y un afilado cuchillo la hubiese cortado en dos.
Un extraño halo de luz azul se empezó a formar a su alrededor, cuando Eva volvió a convulsionarse, gritando hasta que su garganta no pudo más, mientras veía como toda su esencia se escapaba de su cuerpo, yendo a parar a un extraño cetro con cabeza de serpiente que se erguía solemne frente a ella.
Mientras, Seiya contemplaba la escena desde una esquina, con el corazón en un puño, tapándose los oídos para no oír los desgarradores gritos de su amiga, los cuales resonaron por toda la sala, haciendo temblar las paredes.

Memorias de Idhún IV: OrígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora