28: Nuestro pequeño refugio...

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El pequeño nikari correteaba por todos los rincones de la biblioteca, vigilándola desde la parte alta de las estanterías. La muchacha dormía plácidamente a sus pies, cuando un leve ruido la desveló. Eva se despertó algo desconcertada, buscando a su pequeño compañero con la mirada.
Yoru se deslizó entre los libros, bajando por los gigantescos estantes con rapidez, lanzándose al regazo de su dueña al llegar abajo. La chica lo estrechó contra sí con fuerza, acariciando la pequeña cabeza del roedor. Lo cogió con cuidado de los costados y pegó su naricilla a la de ella, dándole un beso de esquimal.
- Hola, pequeño... - susurró, a lo que el animal respondió con una especie de suave ronroneo.
Lo estrechó con fuerza contra sí y plantó un beso en su cabeza nívea, levantándose con Yoru todavía en brazos.
De pronto, Eva pareció recordar algo.
- Seiya... - murmuró inconscientemente, buscándolo por todos lados con su inquieta mirada.
Yoru se zafó de su agarre, correteó por el centro de la biblioteca y trepó hasta la mesa que había en el centro. El roedor señaló una nota que había encima de la mesa con su peluda cola, y Eva no tardó en acercarse a ver que le señalaba su pequeño nikari. Mientras se apartaba el flequillo de la frente, cogió el trozo de papel con una mano, sintiendo como Yoru trepaba por su espalda y se aferraba a su hombro, escondido tras sus ondas.
Eva leyó el contenido de la nota en voz alta, claramente:

« Como ya habrás comprobado, no estoy en la biblioteca. Por favor, no intentes encontrarme...
Te espero en nuestro pequeño refugio esta tarde, si es que quieres venir...
Espero que hayas descansado, Lune...
Seiya. »

A Eva le sorprendió la caligrafía tan cuidada y decorada que mostraba el chico, la cual parecía sacada de unos antiguos escritos. Suspiró, dándole vueltas a la cabeza. ¿Por qué no quería que lo buscara...? Allí había algo que no cuadraba.
- «¿Qué me estás ocultando, Seiya?» - pensó, totalmente desconcertada.
Sin saber muy bien que hacer, recuperó su zurrón, colgado del respaldo de una silla, y comenzó a llenarlo con todos los libros que encontraba. Buscó su chaqueta, se puso sus guantes y se aseguró de que su espada estuviese prendida en su cinto.
Con el rostro cubierto por la capucha de su abrigo y Yoru escondido entre sus ropas, abandonó apenada la biblioteca, abriendo la puerta con indecisión. Por suerte, la ventisca había amainado y el viento le era favorable, por lo que no dudó en transformarse y emprender el vuelo...

Esquivaba los picos nevados con una agilidad sobrehumana, digna de un shek, mientras sus escamas relucían plateadas a la luz de los tres soles. Batió sus alas membranosas con fuerza, volviendo la mirada para ver como su pequeño compañero se aferraba como podía a sus escamas. Redujo la velocidad al divisar la cueva de Ydeon a lo lejos, y decidió transformarse cuando sobrevolaba la entrada de la cueva. Mientras caía, agarró a Yoru con fuerza, impactando contra la nieve de espaldas.
Se incorporó con rapidez, quitándose los restos de nieve del cuerpo, mientras el nikari se sacudía a su lado como si fuese un perro. Sonriente, caminó hasta el interior de la cueva, cuando se encontró frente a frente con su padre.
El joven la miró, preocupado, a la vez que el reproche y el enfado poblaban sus ojos penetrantes y azules.
- ¿Dónde estabas, Lune? - preguntó Christian, tajante. - Tenía entendido que saliste a dar un paseo, no a perderte por la montaña.
- Lo siento mucho, papá. Una ventisca me sorprendió a medio camino, y pensé que lo más lógico sería esperar a que pasara. Perdón si te he preocupado, no era mi intención... - se disculpó la chica, con la cabeza gacha.
Christian la abrazó inesperadamente, con fuerza, estrechando a su hija contra sí.
- Menos mal que estás bien... - murmuró el joven shek. - Si llega a pasarte algo me habría vuelto loco... No vuelvas a salir así sin avisar, por favor.
Eva asintió contra el pecho de su padre, sintiéndose muy culpable por haberle preocupado. Christian apartó un mechón de la frente de su hija, y, con una media sonrisa, añadió:
- Tienes el mismo brillo en la mirada que tu madre - susurró, con cariño.
Le acarició la mejilla a Eva, quien le sonreía con fuerza, más tranquila.
La muchacha desenvainó su espada en un ágil movimiento, y murmuró:
- ¿Qué tal si comprobamos si domino la espada tan bien como tú? No puedo ser un clon exacto de mamá...
Christian sonrió, desenvainando a Haiaas, dispuesto a probarla allí mismo, en la entrada de la cueva.
- ¿Preparada? - preguntó, en una posición defensiva.
- Siempre - respondió Eva, avanzando con la espada por delante.

Memorias de Idhún IV: OrígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora