32: ¿Estás desafiándome...?

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Sonrió. No era la primera vez que su mente la engañaba de aquella manera.
- Ojalá poder abrazarte de verdad... - murmuró, apenada.
- ¿Y quién te dice que no me estás abrazando ya? - río el muchacho en su oído.
Eva abrió los ojos con rapidez mientras una lágrima rodaba por su mejilla cuando reconoció la cálida voz de su hermano.
- ¿Erik...?
El chico sonrió, estrechándola con fuerza contra sí.
- Hola, bebé...
Los ojos azules de Eva se llenaron de lágrimas con rapidez, atónita, mordiéndose el labio inferior para ahogar un sonoro sollozo de alegría. Durante un momento, se olvidó del dolor que invadía su cuerpo, de la debilidad de su mente, de las heridas que cubrían su brazos y sus piernas...
Enterró los dedos en los cabellos rubios de su hermano mayor y lo abrazó con toda la fuerza de su corazón, enterrando el rostro en su cuello, llorando sin control, sintiéndose completa de nuevo.
- Erik... - la chica repetía su nombre una y otra vez, sintiendo que aquella era la palabra más bella que jamás habían formulado sus agrietados labios.
- Estoy aquí, Ev. No volveré a separarme de tí, lo prometo, pequeña... - sollozó el joven dragón, disfrutando de su frío contacto, de sus húmedas lágrimas, que invadían su cuello, y de su dulce sonrisa.
Eva se separó de su hermano, deseando volver a perderse entre sus profundos ojos castaños. Acarició sus mejillas con suavidad, anonadada, sin llegar a creerse todavía que lo pudiese abrazar de nuevo, después de varios meses separados.
La chica notó como su hermano había cambiado. Lo veía más alto, más fuerte, más musculado, más ágil e incluso más guapo... Su cabello rubio había crecido, sin llegar a rozar todavía sus hombros, formando pequeñas ondas, similares a las suyas. Tenía la piel bronceada por el sol, la espalda y los hombros más anchos y notó un nuevo brillo en sus ojos marrones, un brillo profundo y cálido que le encantó.
Ella tampoco se había quedado atrás, pensó la chica para sí. Eva había crecido un poco, su figura se había vuelto más esbelta y sus caderas se habían ensanchado un poco, haciendo que se pareciera más aún a su madre. Su cabello castaño también había crecido, cayendo en cascada por su espalda. Erik se percató de que un brillo más frío y luminoso había nacido en los ojos azules de su hermana.
El muchacho le sonrió ampliamente, y Eva comprendió que su hermano seguía siendo él, Erik, un muchacho de dieciseis años que guardaba dentro de su corazón el alma de un dragón.
Erik miró a su hermana, asustado e irritado, observando con rabia las heridas que marcaban su cuerpo, el cual le parecía ahora tan frágil como el cristal.
- ¿Quién te ha hecho esto...? - murmuró el chico, frío.
Eva vió como su rostro se ensombrecía, haciendo que un escalofrío recorriese su cuerpo.
- Eso no importa ahora - respondió Eva, intentando tranquilizarlo con su tono de voz. - Erik, tienes que ayudarme a salir de aquí.
- Eso está hecho... - sonrió mientras se separaba de ella. - Aléjate un poco - le advirtió.
Eva obedeció, retirándose hacia un lado, tensando las cadenas. Erik las rodeó con sus manos, sin llegar a rozar el metal, sintiendo como un intenso calor se desprendía de sus dedos.
La chica contempló asombrada como las cadenas comenzaban a derretirse fugazmente, liberándola. Eva se frotó las muñecas, intentando sanar las heridas más superficiales, cuando vió un gran agujero entre los barrotes de la celda. Se volvió para mirar a su hermano, que salía ágilmente entre ellos.
- Querías salir, ¿no? - río el chico, apoyado en los barrotes, fuera de la celda.
Eva le devolvió la sonrisa, saliendo con prisa de la celda, sintiéndose libre de nuevo.
- Vamos, salgamos de aquí... - murmuró, cogiendo a Erik de la mano mientras cruzaban el centro de la enorme sala, corriendo con todas sus fuerzas.
Abrieron la puerta con sigilo y empezaron a recorrer los pasillos cogidos de la mano, sin saber muy bien a dónde ir.
Eva, dejándose llevar por su infalible intuición, guió a su hermano hasta una pequeña y oscura sala que había al final de uno de los enormes pasillos de la Torre de Drackwen. Se internaron en silencio en ella, y Eva se dirigió hasta un pequeño baúl que reposaba al fondo de la habitación, apoyado contra la pared. Arrodillada frente al arcón de hierro, Eva lo abrió con delicadeza, dejando que un profundo brillo azulado invadiese la sala.
Erik se acercó hasta ella y contempló, asombrado, la magnífica espada nívea que su hermana sostenía entre sus manos.
- ¿Es tuya? - preguntó, observando su resplandeciente filo, anonadado.
- Sí - respondió la chica, orgullosa, envainándola para después prenderla en su cinto. - Pero, no soy la única que tiene una espada así...
Erik la miró extrañado, enarcando una ceja, mientras Eva sacaba otra espada del baúl, la cual estaba metida en su vaina.
- ¿Y esto?
- Un regalo... - sonrió Eva, tendiéndole la espada a Erik. - Tal vez nos ayude a salir de aquí.
Erik río, desenvainando la espada. Ambos hermanos se quedaron fascinados ante la formidable espada ígnea que Erik portaba con destreza, como si estuviese predestinado a blandirla.
Era un arma magnífica. Su filo presentaba un color rojizo, muy intenso, y de él se desprendían pequeñas llamas que iluminaron la habitación. En la empuñadura tenía grabado el rostro de un dragón, al contrario que la de Eva, que mostraba el rostro de un shek.
- Me encanta... - sonrió Erik, maravillado. - Gracias, bebé.
- No me las des a mí.
De pronto, un atronador rugido sacudió las paredes, haciendo que ambos hermanos temblasen. Eva buscó angustiada la mano de Erik, reconociendo aquella oscura y profunda voz.
- Tenemos que salir de aquí... - murmuró el muchacho, estrechando con fuerza la mano de su hermana mientras corrían de nuevo por los pasillos, alumbrándolos con sus espadas.
A pesar de que el segundo sol ya brillase con energía en lo alto del cielo, la Torre de Drackwen era un lugar oscuro y frívolo por naturaleza, y su interior no era un lugar fácil de iluminar.
Los dos hermanos llegaron hasta un enorme salón, tan oscuro y solitario como el resto de la torre. Cerraron la puerta tras ellos, dando un enérgico portazo, pues aquel enorme portón de piedra pesaba muchísimo.
- Bien... - jadeó Eva, agotada. - ¿Cuál es el plan?
- Buscar a Uk-Sun y a Naoi y salir los cuatro de aquí cuanto antes.
- Me parece bien... ¿Alguna idea de por dónde empezamos a buscarlos?
Erik resopló, desubicado, sin saber por donde empezar a buscar a sus amigos.
Eva se despegó de la puerta para empezar a deambular por la estancia, intentando trazar un plan en su mente, cuando sintió un frío helador recorrer su espalda y unos profundos ojos grises clavarse en su nuca.
Se volvió, encontrándose con la oscura mirada de Seiya, que la contemplaba fijamente desde el otro extremo de la sala. Por un momento, Eva quiso correr hacia él, hasta que examinó minuciosamente sus ojos y descubrió que volvía a estar bajo el control de Assher. Retrocedió un poco, mientras él decidía avanzar hasta ella.
Erik se acercó a Eva, confuso, agarrándole la mano con fuerza. Cuando estuvo a su altura, se fijó en el muchacho de negro que había frente a ellos, clavando su mirada castaña en los ojos sombríos de Seiya. Al chico le hirvió la sangre cuando distinguió a aquel shek de escamas negras en la mirada plateada del joven japonés.
- Tú... - escupió, apretando la mano de Eva con fuerza. - Maldita víbora...
Eva lo miró fijamente, recordando como hace apenas unas horas ella también se había dirigido a Seiya de esa forma. Inquieta por la rabiosa mirada de su hermano, Eva volvió a mirar a Seiya, quien cada vez estaba más cerca de ellos.
- Nos vemos de nuevo, dragón... Al fin has conseguido liberar a tu preciada hermanita, ¿eh? - masculló, irritando aún más a Erik, que empezó a comprender muchas cosas.
El chico miró a su hermana, que contemplaba la escena desde un segundo plano, absorta en sus pensamientos, mirando al muchacho de negro con melancolía. Fijó su mirada castaña en las heridas de su hermana.
- ¿Él te ha hecho esto...? - le preguntó a la chica, apretando la empuñadura de su espada.
Eva no respondió. Seguía mirando a Seiya con los ojos vidriosos, mordiéndose el labio inferior con fuerza.
- ¡Eva, respóndeme! - gritó el chico, furioso.
La mísera idea de que aquel shek hubiese tocado a su hermana lo hacía enloquecer...
- No es culpa suya... - murmuró entonces Eva, anonadada.
Erik sintió como algo dentro de él estallaba. Miró a su hermana, pesaroso, preguntándose que era lo que rondaba su cabeza, porqué hacia lo que hacia, porqué defendía a ese shek...
Totalmente ido, Erik desenvainó su espada y se abalanzó sobre Seiya, gritando de furia. Cuando estaba a tan solo un par de pasos del joven, sintió como una horrible y extraña fuerza se apoderaba de su cuerpo, haciéndolo caer de rodillas al suelo, mientras se retorcía de dolor.
- Por fin te atreves a plantarle cara, dragón - murmuró Assher, entrando sigiloso por la puerta.
Eva se volvió con rapidez al oír la oscura voz del szish tras ella. Mientras, Erik seguía revolviéndose de dolor tras ella.
- ¡Déjalo en paz, bastardo! - estalló Eva, desenvainando su espada. - ¡Es a mí a quien quieres, no a él!
Shizuko, que permanecía cruzada de brazos tras el szish, mostró una maliciosa sonrisa cuando vio el gesto frío y amenazante que mostraba Eva.
- Es cierto, señor. Es a ella a quien necesitamos... - susurró, sonriente - Dejar con vida al dragón no tiene ningún sentido.
Erik volvió a gritar de forma desgarradora y Eva sintió como algo dentro de ella se quebraba de nuevo.
- ¡NOO! - gritó, con todas sus fuerzas, arremetiendo contra Assher y Shizuko, con la espada en ristre.
Bastó con que el Séptimo hiciese un breve giro con su muñeca para que una implacable fuerza levantase a Eva por los aires, elevándola bien alto para después hacer que impactase con fuerza contra una pared.
- ¡EVA! - gritó Erik cuando vio a su hermana elevarse por los aires, sintiendo como Assher dejaba de centrarse en él para volver a torturar a Eva.
El chico aprovechó la distracción del szish para correr junto a su hermana, pero Seiya no lo dejó ir muy lejos, interponiendo su espada entre ambos hermanos.
- No tan rápido, dragón. Todavía no he acabado contigo... - masculló, antes de intentar clavar su espada en el vientre del chico.
Erik logró esquivar la estocada de Seiya, girando sobre sus talones para después propiciarle una patada en el torso, consiguiendo tiempo suficiente para desenvainar su espada y correr hasta Eva.
Seiya se incorporó, presionando su torso con una mano, para después transformarse en shek y abalanzarse sobre Erik.
El muchacho se volvió, viendo como el shek abría enormemente sus gigantescas fauces para abalanzarse sobre él, cuando un inquebrantable muro de hielo se elevó entre ambos. Seiya chocó de lleno contra la pared helada, mientras Erik volvía a un lado la mirada, encontrándose con los amenazantes ojos azules de su hermana.
- ¡¡No te atrevas a tocarlo!! - lo amenazó, a lo que Seiya respondió con un profundo siseo.
En ese momento, otra silueta irrumpió en la sala, fugaz como una sombra. La semilimyati logró acertarle un flechazo a Eva, clavando la punta de la flecha en el hombro izquierdo de la chica, que soltó un alarido de dolor.
Erik arremetió contra la muchacha, la cual decidió trepar hasta el lomo de Seiya, haciendo que la altura le diese cierta ventaja, mientras Eva agarraba con fuerza el astil de la flecha para poder arrancársela con facilidad.
La muchacha se volvió, mirando al szish con fiereza. Levantó su espada con elegancia, apuntándolo con ella, haciendo reír al reptil.
- ¿Estás desafiándome...? - murmuró, mostrando una siniestra sonrisa.
- No lo dudes... - respondió Eva, transformándose en un enorme shek de escamas blancas que no dudó ni un instante pelear contra su dios.

Holi😊😜🙌🐉🐍📖💛💚💙 Espero que os haya gustado el capítulo de hoy. Gracias por leer la historia.😘😘😘💖💖💕💕💗💗👍👏👏👏😊😊😊

Memorias de Idhún IV: OrígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora