Capítulo treinta y ocho

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¡FELIZ AÑO NUEVO!

Acá en Argentina ya son las 12 pm, por lo que quiero festejar con ustedes.

Espero que éste 2019 les traiga sólo cosas buenas a todos.

Como prometí, les dejo un capítulo para comenzar este año.

Y por si se preguntan por el tercer capítulo, éste va a venir como un regalo para mí por mi cumpleaños.

Así que el 2 de enero, cuando yo esté cumpliendo 23 años, todos van a estar podiendo compartir ese momento conmigo.

¡Los amo! Gracias por todo el amor y el apoyo que recibí en este año.

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Es raro volver a casa.

No esperaba que todo me resultara tan familiar. Las casas, las calles incluso los árboles. Nada había cambiado.

Aunque si había algo que había cambiando en el panorama.

Yo.

Ya no era la misma chica que se escapó de esa casa una noche.

Pensar que hay tantas cosas que quisiera haberme podido llevar conmigo. Dejé tantas cosas en esa casa... Me pregunto si aún están ahí.

Siento como los chicos me dan su apoyo a su manera. Puedo sentir el calor de la mano de Sebastián en mi hombro. Lo que no me esperaba es la fuerza con la que Daniel me sostiene la mano. Es una sensación extraña; siento su calor recorrer desde mi mano hasta el último lugar de mi cuerpo. Siento electricidad recorrer mi cuerpo; no sólo proviene del contacto con Daniel, también siento el calor de Sebastián. Saber que ellos están conmigo calienta mi frío corazón.

Uno nunca espera que alguien llegue de manera inesperada y se convierta en un pilar importante en la vida. Jamás creí que de la nada caerían dos chicos que se convertirán en los únicos que podrían sostenerme en estos momentos. Porque sé que ninguno de mis amigos podría estar hoy acá, conmigo, de la forma en la que ellos están.

Claro, ellos no conocen del todo mi pasado junto a papá de la forma en la que Demian y las chicas lo hacen, pero sé que ellos saben lo que es enfrentarse a algo que puede aterrarnos hasta límites insospechados.

Ahora, estando frente a mi casa, admito que estoy completamente aterrada.

Siento mi corazón latiendo de forma desbocada en mi pecho; también siento que mi respiración es cada vez más errática. Si no fuera por ellos que me sostienen, estoy 100% segura de que mis rodillas no me sostendrían.

Cierro mis ojos y trato de calmarme como solía hacer cuando era pequeña.

Cuando logro estar en control es cuando me doy cuenta de algo. Es tonto pero bueno.

Al fin me doy cuenta que, aunque llegaron de forma inesperada a mi vida, los hermanitos que hoy me sostienen no van a dejar que vuelva a caer otra vez. Sé y puedo jurar que ellos están y estarán siempre conmigo, en las buenas y en las malas. Por eso sé que jamás los voy a dejar ir.

Entonces hago un juramento para mí misma.

"Nunca, JAMÁS, los dejes ir. Si ellos están hoy con vos, vos vas a estar siempre ahí para ellos".

Y es entonces cuando vuelvo a hablar.

— ¿Chicos?—. Ellos me sueltan para mirarme a la cara. Siento la pérdida de su calor pero sé que está bien. No siempre se necesita tocar a una persona para demostrarle que vas a estar con ella siempre.— Gracias. No sé cómo agradecerles todo lo que están haciendo por mí. Quiero que sepan que jamás voy a olvidar esta noche y que siempre voy a estar cuando me necesiten.

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