Capítulo cuarenta y cuatro

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Daniel

Me desperté algo nervioso. No podía recordar bien sobre qué había soñado pero sabía que no había sido bueno. Tenía la sensación de haber vuelto a revivir mi pasado.

Dejé todo atrás y decidí darme una ducha porque estaba todo transpirado. No me importaba que dentro de un rato volvería a transpirar, solo no podía presentarme así. Me daba asco la idea de vestirme estando técnicamente "sucio".

Cuando salí de la ducha ví la hora. 08:40 AM. Tenía tiempo, debíamos salir a las 9:30 AM.

Pasé por la habitación de Sebas y lo desperté para que desayunáramos antes de salir. Me tiró una almohada pero aún así dijo que se levantaría enseguida.

Mientras preparaba café y tostadas ví como iba al baño. Luego de un rato, mientras esperaba para sacar las tostadas, escuché como entraba a su habitación para cambiarse. Cinco minutos después lo tenía entrando a la cocina bostezando. Él no era la persona más madrugadora del mundo.

— Buenos días.

— Buenos días hermano — dije mientras servía café en las tazas y ponía tostadas en dos platos. Sebas fue a la heladera y sacó el dulce de leche y el queso blanco. Cuando los dejó en la mesada agarró una taza, un plato y se sentó en un banco frente a la barra. Yo agarré mis cosas e hice lo mismo.

Desayunamos en silencio ya que ninguno toleraba el ruido a la mañana. Eso es algo que heredamos de mi papá; mi mamá a la mañana ponía música y cantaba como si nada.

Cuando vimos que eran las 9:15 AM fuimos a buscar los bolsos con la ropa para llevar. Nos cambiaríamos allá por la ropa deportiva y luego nos ducharíamos para volver.

Bajamos al garaje y nos subimos al auto. Tiramos los bolsos en el asiento trasero y arrancamos. Sebastián miraba por la ventana mientras yo manejaba. El también tenía licencia pero no era algo que le gustara hacer.

El viaje fue relativamente rápido y llegamos con diez minutos de sobra.

Tomamos los bolsos y bajamos del auto.

Por fuera el lugar parecía como si fuera un galpón común. No decía en ningún lado que fuera un gimnasio. La puerta corrediza de metal estaba cerrada por lo que decidimos esperar afuera. Ninguno de los dos sabía qué hacer.

Buscamos por la calle alguna moto pero no había ninguna. Ambos deducimos que Alex todavía no había llegado.

Y teníamos razón.

No más de cinco minutos después vimos una moto acercarse. Paró sobre la vereda al lado nuestro y Alex y su prima nos saludaron mientras se sacaban los cascos.

Se notaba que estaba terminando el invierno porque, aunque corría viento, no hacía tanto frío. El sol se sentía mas fuerte que antes. Aún así las dos estaban bien abrigadas con camperas gruesas. Alex tenía una campera de cuero y su prima una parka verde.

Cuando se terminan de acomodar, Alex le pide a su prima que le dé su mochila. Ahí es cuando notó que Ali llevaba una mochila en la espalda y un bolso al costado. Es la misma mochila que llevó a la pelea la última vez.

— Menos mal que llegaron con tiempo. ¿Hace mucho que están esperando afuera?— preguntó Alex.

— No. Llegamos solo hace un rato.

Sebas solo asintió mientras le respondía. Ella miró a su prima y le dijo:

— ¿Viste? Te dije que no íbamos a llegar tarde ni nosotras ni ellos.

— Lo sé, tenías razón...— le dijo mientras levantaba las manos en señal de rendición con una sonrisa.

— Bueno. ¿Entramos?— dijo Alex mirándonos a todos.

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