Capítulo cuarenta y tres

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Daniel

Desde que me levanté me pasé dándole vueltas al asunto en mi cabeza.

No sabía que hacer.

Sabía que estaba enamorado y que no era correcto. Pero ¿Y si tampoco era correspondido? No sabía que dolería más, si saber que solo era yo el involucrado o que podría destruir toda mi vida por lo que sentía. ¿Qué le diría a todos? "Hola, siendo un policía, me enamoré de la hija de un mafioso que también resulta estar metida en cosas ilegales". Divino. ¿Cómo le digo a mamá que soy capaz de arruinar todo por lo que luché estos años por "amor"? Porque sabía que era amor lo que sentía.

Mamá me mataría primero y después preguntaría si es cierto.

Ella es todo lo que tengo. Después de lo que mi papá nos hizo no nos quedó nadie.

Mi mamá es hija única. No tiene muchos familiares; solo unos cuantos primos dispersos por el país.

A la familia de mi papá jamás la conocí.

Sus padres murieron cuando él era joven y nadie se quiso hacer cargo. Supongo que por eso empezó a beber desde joven.

Nahuel se llamaba. Y si, se llamaba porque él falleció hace dos años. Cirrosis.

No tengo recuerdos felices con él. Nada. Solo sé que solía beber hasta hartarse. Lo que no gastaba en bebida lo gastaba en apuestas. Así nos llevó a la ruina.

Para ayudar a mi mamá empecé a trabajar a los 15. Fui ayudante de albañil y tuve que cargar bolsas de cemento sobre los hombros por mucho tiempo. A él no le importaba; solo quería tener dinero para poder cubrir sus "gastos".

Casi nos quitaron la casa debido a sus deudas. Gracias al esfuerzo de mamá, de mi hermano (que también debió buscar trabajo) y mío logramos librarnos de una parte de las deudas.

Pero lo peor llegó cuando él empezó a pedir plata a mafiosos. Ahí fue cuando empezamos a tener serios problemas.

Para esa época mi mamá había decidido echarlo de la casa. No podíamos seguir manteniéndolo. Estábamos cansados de trabajar como perros y nunca poder ver los frutos. Y tampoco podíamos dejarle pasar lo que había echo.

La última noche que estuvo en nuestra casa estaba borracho, como siempre. Llegó y empezó a gritarnos porque, al abrir la heladera, no había cervezas. Mi mamá no había podido ir al supermercado ya que había trabajo horas extras en su segundo trabajo (sí, ella tenía dos trabajos para mantener a esa mierda contenta). Con mi hermano no dijimos nada y solo lo miramos de lejos pero, cuando él empezó a enloquecer, nos acercamos a mi madre.

Sólo llegó a levantar el brazo, sólo eso. ¡El sorete pensaba golpearla! No pude contener la rabia y, luego de empujarlo, le di una piña. Mi mamá lloraba y mi hermano la abrazaba para consolarla.

Ahí fue cuando todos dijimos basta.

Él no volvió jamás y yo no volví a verlo por un largo tiempo.

Una noche, cuando volvía con Isabella del cine, unos hombres salieron de la nada y nos acorralaron. Me dijeron que mi padre les debía plata y que debíamos pagarles o habría consecuencias. Debía más de $60.000. ¿De dónde se suponía que sacaría tanta plata? Tenía casi 18 años, no tenía un trabajo estable. Ni en sueños podría juntar esa cantidad y menos en el tiempo que ellos estipulaban. Les dije que nosotros ya no teníamos nada que ver con él pero eso no les importó; solo querían la plata.

Mi papá se había borrado y nos había dejado la deuda a nosotros. Qué buen padre, ¿no?

Intentamos pagar todo lo que pudimos pero no fue suficiente. Siguieron presionándonos. Pedimos prestado e hicimos de todo pero ni por asomo llegábamos a esa cantidad.

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