Te conozco

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Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y)

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Sirius Black, ¿eh?

Cassandra era muy pequeña cuando lo conoció. No podía tener más de cinco años en ese entonces.

No, tenía cuatro años recién cumplidos, pensó un segundo después. Pero era definitivamente él. Es decir, ¿cuántos Sirius podían existir en el mundo?

Cassandra lo miró desde su posición acostada en el sofá. Por lo visto los años no pasaban en él, porque no se veía para nada viejo. Según sus cálculos debía tener 15 años más que cuando lo vio aquella vez en Azkaban y estaba casi igual.

Su cabello estaba un poco más corto (y mucho más saludable), la barba de uno o dos días que se hacía notar en su cara tenía algunos reflejos más claros, haciendo notar su edad (o que tenía más edad de la que aparentaba quizá) y tenía marcas de expresión en la comisura de los ojos; pero, además de eso, estaba igual. ¿Cómo era que no lo había reconocido antes?

Ah, tengo la mitad de la sangre repartida por el mundo, por supuesto.

Claro que el "sigue igual que hace 15 años" era válido sólo si ignoraba la imagen de Sirius Black que apareció en todas partes hace unos años, cuando escapó de la prisión.

Había sido la noticia del año, todos hablaban del famoso y lunático asesino Sirius Black que, increíblemente, había escapado de Azkaban. Cassandra había mirado su fotografía en el diario El Profera y le había costado creer que fuera la misma persona a la que le había regalado dulces una docena de años atrás.

El cabello largo y enmarañado. La cara sucia. Los huesos marcándose bajo la piel, haciendo que sus pómulos resaltaran aún más en su cara. Era una versión cadavérica de Sirius Black. Huesos y piel. Y mucho odio. Rabia y odio que transmitía por oleadas a través de sus ojos grises, lo único en él que aún parecía conservar vida.

Pero el tiempo y la vida de "hombre libre" le habían hecho bien, pensaba Cassandra. El infeliz estaba, si era posible, más guapo que hace 15 años.

No es que se haya fijado en algo así cuando tenía cuatro años, pero ahora que lo recordaba y la imagen de un Sirius encerrado en una celda volvía a su mente, podía verlo con otros ojos. Ojos más...atentos.

Debía llevar poco tiempo encerrado, pues no se le veía tan desmejorado. No estaba tan delgado como otros prisioneros que ella había visto en sus múltiples visitas a Azkaban. Su piel tenía un color algo enfermizo y su cabello largo estaba sucio y grasiento, pero no parecía cadáver. Aún.

Generalmente atravesaba los pasillos de la prisión a toda velocidad. Le asustaba el lugar y sus moradores. Tanto los Dementores, como los prisioneros. Sólo una vez se había atrevido a decírselo a sus hermanos. Cézar se burló y Rufus la golpeó en la parte de atrás de la cabeza, así que no volvió a comentárselo a nadie. Bajaba la cabeza, apuraba el paso y rezaba para que la visita a sus tíos o a los "amigos de la familia" terminara lo antes posible.

Pero aquella vez había sido diferente. Se había encontrado con un hombre en ese lugar. Lo que era muy raro, porque los prisioneros dejaban de parecer humanos en Azkaban. Eran cáscaras. Cáscaras resquebrajándose desde adentro, sus almas enloquecidas queriendo escapar de aquel horrible lugar. Golpeando desesperadas hasta romper el cascarón y huir, dejando atrás sólo un recuerdo de lo que la persona fue antes de ser encerrada.

Pero frente a ella, detrás de los sucios barrotes, había estado un hombre. Mirándola fijamente. Y había vida en esos ojos.

La pequeña Cassandra no pudo evitar quedarse y mirarlo atentamente, para asegurarse de que algo tan raro como un humano en esa prisión era posible.

Ovejas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora