Relatos, recuerdos y café dulce

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Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y).

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Cassandra tuvo que esforzarse, realmente esforzarse, para no sucumbir ante las tremendas ganas que tenía de correr a buscar un espejo y asegurarse de que su cabello no pareciera un nido de acromántula.

Después tuvo que esforzarse, realmente esforzarse, para no patearse a sí misma por casi comportarse de forma tan ridícula. ¿Qué importaba si parecía una rata mojada? Tenía derecho a parecer una rata mojada, había escapado de Voldemort y casi se había desangrado en el intento, ¿no?

Entonces, ¿por qué sentía la casi irrefrenable necesidad de verse bien delante de una multitud de magos? Entendiendo "multitud de magos" como un solo mago.

Entendiendo "un solo mago" como Sirius Black, claro.

¿Por qué? Porque era una idiota redomada. O quizás la pérdida de sangre la había dejado con algún grado de daño cerebral. Ya había establecido que el (guapo, atractivo y sexy) hombre no iba a querer nada con alguien como ella. Que ella era una complicación en todo sentido.

Hija de magos tenebrosos, una prófuga dentro de su círculo familiar, y ahora una de las personas menos favoritas del mago tenebroso más grande de todos los tiempos.

Simplemente, el precio era demasiado alto y la recompensa dejaba mucho, mucho que desear.

A veces, la vida apestaba.

–¡Cassie, niña, por Merlín, ven aquí! – la voz de la profesora McGonagall la sacó de sus (muy) deprimentes pensamientos.

Cassandra se adentró en la cocina y se acercó a su antigua profesora, quien ya se había puesto de pie (al igual que todo el resto de la gente) y la esperaba con los brazos abiertos.

Cassandra debía confesar que estaba un poco sorprendida. La profesora no solía mostrarse así de…cariñosa, al menos no frente a más gente. Tenía una reputación que mantener, le había dicho una vez. Las risas, las bromas y las preguntas preocupadas las dejaban para cuando estaban solas. O con alguien de confianza, como el Profesor Dumbledore, por ejemplo. O Mina.

Bueno, la gente presente en ese momento debía ser de confianza, entonces.

El abrazo duró sólo unos segundos, pero fue suficiente para disolver la tensión que se había acumulado en los hombros de Cassandra en las últimas 24 horas.

Apenas estuvo fuera del alcance de los brazos de la profesora McGonagall, Molly la tomó de un brazo y la guió hasta la silla que ella misma había estado ocupando.

Junto a Sirius. Yei.

–Te sirvo desayuno de inmediato, Cassandra. Tú sólo siéntate ahí.

–No, no hace falta Señora Weasley, puedo hacerlo yo mism…

–Nada de eso, señorita –le dijo Molly empujándola hacia la silla y cortando de golpe lo que había sido un pobre intento de ponerse de pie –Primero, es Molly, no Señora Weasley y, segundo, dormiste sólo unas horas, debes reponer energías. Y ganar algo de peso, estás en los huesos.

¿En los huesos? ¿Acaso no había visto su enorme trasero? ¡Peso era lo último que necesitaba ganar!

Iba a verbalizar cada uno de sus indignados pensamientos, pero decidió en contra. Molly quería darle comida. Mucha comida. Y ella estaba muerta, MUERTA de hambre. E iba a tomar todo lo que Molly estuviese dispuesta a darle.

Y, además, estaba muy contenta de que aún no dijera nada como "¿Dormiste bien? Oh, qué bueno, ahora puedes largarte de mi casa". O algo en esas líneas.

Ovejas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora