La Resistencia - Parte 1: La propuesta

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Disclairmer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío.

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9 de octubre de 1997; Toot Hill Road, Toot Hill, Essex, Inglaterra.

La oscuridad llenaba de sombras casi cada una de las superficies en la habitación. El armario no era más que una silueta apenas visible, el pequeño sofá a los pies de la cama era un borrón gris-oscuro en la periferia de su vista. El resto era sólo oscuridad y sombras. La mesita junto a la cama, la lámpara sobre dicha mesa.

Oscuridad y sombras.

Lo único que las sombras no lograban consumir por completo era la silueta de la mujer acostada a su lado, sobre y entre sábanas blancas. La luz de la luna, casi llena en el cielo, entraba con una intensidad casi ficticia a través del espacio que quedaba entre las cortinas entreabiertas de la gran y única ventana de la habitación, resaltando su piel clara y llena de cicatrices.

Sirius llevaba cerca de dos horas haciendo nada más que contemplar. Contemplarla. Y no necesitaba hacer mucho más.

Era extraño como algo que antes le había causado tanta molestia y desesperación, ahora lo llenaba de una calma de la que aún no lograba convencerse por completo.

En Azkaban, el silencio y la falta de otro estímulo además de los gritos de sus siempre amables vecinos, lo obligaban a caer en un eterno círculo de recuerdos que no hacían más que llenarlo de la más terrible de las angustias. Para luego volver mentalmente a la oscura realidad que ofrecía la sucia y fría celda en la mitad de la nada. Era desesperante. Y lo había sido durante doce largos, muy largos, años.

Ahora el silencio era su amigo. Le permitía escuchar con toda claridad la suave respiración de Cassandra. Y las sombras lo obligaban a completar los detalles faltantes usando su memoria. El lunar con forma de granito de arroz en su hombro derecho, justo encima de una cicatriz alargada. Sus manos, pequeñas, y que solía cerrar en puños cuando caía en sueño profundo. Aquella peca particularmente grande, pero a la vez más tenue, en el espacio entre su nariz y su ojo izquierdo, a la altura del lagrimal. La forma en que su pecho izquierdo reposaba sobre el derecho, cuando se acostaba hacia ese costado.

Sirius no pudo evitar que su boca se estirara en una sonrisa desvergonzada. No estaba desnuda en ese momento, pero las pocas ocasiones en las que la había tenido parcialmente sin ropa frente a él habían sido suficientes para grabar cada una de sus curvas en su memoria. ¿En qué momento Cassandra había logrado metérsele tan profundo, debajo de la piel? Era algo casi increíble. La había conocido hace tan sólo dos meses, pero de alguna forma definía, casi por sí sola, gran parte de lo que él consideraba toda su maldita existencia.

A Sirius le hubiese encantado conocerla en otra vida. Una en la que él fuese un mago, más o menos, como cualquier otro; con un trabajo que le gustara, con un jefe al que insultar en secreto a diario, con una casa a la que llegar, una que estuviese libre de cualquier vigilancia. Una casa que compartir con ella.

Debía ser la crisis de los casi 40, pensó Sirius con una sonrisa que se perdió en la oscuridad. No tenía más explicación.

Había pasado su juventud riéndose de James, que sólo soñaba con vivir una vida de casado junto a Lily, mientras él se vanagloriaba de lo que, esperaba, fuera una larga y muy fructífera soltería.

Luego, después de una pequeña pausa de doce años, había vuelto a su vida sólo con la idea de venganza en su cabeza. Harry había sido el que había cambiado eso, con la enorme sonrisa que le devolvió, cuando él se atrevió por un minuto a soñar con una vida junto a la única persona que tenía en ese momento, su ahijado. Harry era un recuerdo, vivo y que respiraba, de la forma en que le había fallado a Lily y a James; pero, sorprendentemente, no fue para nada difícil transformarlo en el motivo por el que ahora sí haría las cosas bien.

Ovejas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora