Ven conmigo

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Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y).
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Draco se quedó inmóvil en la mitad de un paso, mientras la pesada puerta de madera se cerraba lentamente con un largo chirrido que resonó por todo el lugar.

El chirrido seguía y seguía mientras él y Cassandra se miraban a los ojos sin atreverse a mover un solo músculo, temiendo la reacción del otro.

Oh, maldición.

Cassandra prefería mil veces a Draco, antes que a uno de los mortífagos, pero ahora que lo tenía en frente no pudo evitar ponerse a sudar como un cerdo.

¿Era mucho pedir que simplemente no la viera nadie? ¿Ni su familia, ni mortífagos, ni Draco? ¿Simplemente salir de la celda, saludar a los elfos domésticos, salir por la puerta de la cocina y desaparecerse lejos?

Por supuesto que era mucho pedir. Al parecer siempre era mucho pedir en la vida de Cassandra. Y sí, por supuesto que había pensado en la opción que incluía tener que pelear en su camino de salida, pero Draco no estaba considerado dentro de sus opciones de escape.

Aunque, qué demonios, no había considerado mucho nada. La planificación de escape había comenzado cerca de dos minutos atrás.

Finalmente la puerta se cerró con un ruido sordo y el seguro metálico sonó, diciéndole a ambos que la puerta estaba sellada como una tumba. Dejándolos encerrados. Mirándose, sin mover un músculo.

Aparentemente el ruido fue suficiente para sacar al chico rubio de su estupefacción y antes de que Cassandra siquiera notara el movimiento y alcanzara a usar mentalmente alguna de sus palabrotas preferidas, había una varita apuntando directamente a su cara.

Okay, definitivamente Cassandra no había considerado esa opción. Y maldición, chico Malfoy era muy veloz.

–No…no te muevas.

Draco sonaba bastante sacudido. Seguramente estaba repasando mentalmente el capítulo de "¿qué hacer si el prisionero se libera de sus cadenas y se prepara a huir como si el diablo lo persiguiera?" del manual de Mortífagos for Dummies que seguramente Lucius Malfoy se encargó de leerle todas las noches antes de dormir, desde que el pobre rubio tenía cuatro años.

Momento de apaciguar un poco los ánimos, pensó Cassandra.

–Draco…

–¡Dije que no te muevas!

–No me estoy moviendo, sólo quiero que me escuch…

–Cállate…

–Pero sól…

–¡Cállate, cállate!

Y ahí va el plan de apaciguamiento…

Draco sonaba sinceramente desesperado y al borde de las lágrimas. Mala combinación cuando se tiene una varita apuntando a alguien más. Las varitas eran muy sensibles a la intensidad de las emociones de sus maestros. Y Draco se veía muy, muy intenso.

Cassandra vio en los ojos del muchacho que estaba librándose una batalla en su interior. Dividido, seguramente, entre lo que creía correcto y lo que se sentía correcto. No por nada la había visitado y ayudado con sus heridas sin que se lo dijeran. Lo había hecho por cuenta propia, sintiéndose culpable, pero por cuenta propia al fin y al cabo.

–Draco…mírame. Realmente mírame. –le dijo Cassandra, mirándolo a los ojos, intentando ponerlo de su parte. Si debía usar la visión de su muy deplorable estado, iba a hacerlo. Si eso le daba una pequeña entrada para asegurar su escape de ese infierno, sonaba como un maldito buen plan.

Ovejas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora