VIII

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Al escuchar sus voces comencé a frenarme y me arreglé el vestido y el peinado.

-¿Cómo me veo?

-Siempre te ves hermosa, Bev.- Le di una sonrisa en agradecimiento y le pedí que me siguiera para saludar.

-¡Oh, ahí están! ¿No se ven maravillosos juntos? - Nos acercamos y saludamos, esta vez no hubo beso en mi mano, sólo hizo reverencia y yo hice la mía.

-Lucen como la pareja perfecta.- la marquesa daba su opinión para su favor, mientras que Antoine sólo nos observaba mientras callaba.- ¿No crees, amor mío?- el marqués la volteó a ver y con una sonrisa que a leguas se vio que era fingida, contesto de forma afirmativa.

-Dos jóvenes de bella apariencia, con una vida por delante y una clase social alta. No hay motivos para que no estén juntos.- Nos vio de nuevo y por unos segundos su ceño se frunció.

-Creo que deberíamos dejar de hablar de nosotros. Somos amigos. Mejor cuéntenos de su romántico viaje.- Me atreví a preguntar a pesar de que sabía que la respuesta iba a ser mala para mí.

Avanzamos hablando hasta la sala en donde nos pusimos más cómodos. Mi madre pidió té y nos dedicamos a escuchar.

-Pues, Rosalía tiene unas playas bellísimas. Había escuchado sobre lo pintoresca que era la ciudad, pero al ir me quedé sin palabras.- Se dedicó a hablar sobre la ciudad y sus maravillas, mientras yo repasaba cada palabra que decía para ver si había señal alguna de que estaban más enamorados o algo.- Me gustaría volver, fue una experiencia magnífica.- Y fin. Sólo habladurías de Rosalía, la capital barquera.

-Que maravilla. Ya los imagino juntos como unos jóvenes enamorados.- Mi madre hizo la pregunta y seguí teniendo curiosidad de la respuesta.

-De hecho, la mayoría del tiempo me la pase haciendo algunos pendientes con el príncipe de Rosalía. Está próximo a contraer matrimonio y por mi cercanía con el rey Augusto, me pidió que le ayudara en algunas cosas. Sólo pudimos dar algunos paseos cortos.- Antoine se adelantó a contestar y el rostro de Gaela reflejaba incomodidad, intentaba sonreír pero le salía falsa.

Por mi parte, en mi interior me sentía triunfadora. Sólo habían ido juntos porque el tenía asuntos pendientes. No porque la quisiera llevar a pasear.

-Debo decir que los extrañábamos mucho, hoy íbamos a ir al castillo pero llegó la carta y nos quedamos vestidas y alborotadas.

-Son bienvenidas cuando gusten ir. El joven Hugh también lo es por supuesto, como digno acompañante de la hermosa Beverley.- Los alagos de la marquesa en vez de hacerme sentir mejor, me hacían querer contestarle de mala manera. Lo hacía con saña, todas sus palabras tenían un ligero tiñe de desdén.

Después de una larga charla y unos cuantos souvenirs que nos trajeron de Rosalía, los marqueses se despidieron de nosotros, esperando vernos pronto en el castillo.

Hugh y yo fuimos a un pequeño estudio de pintura que hay en la habitación, únicamente ocupado por mi hermana Juliette y mi madre de vez en cuando.

-Estoy segura que lo que dijo sobre nosotros, sólo fue para complacer a su esposa.

-Sí, se notaba que no estaba cómodo con la situación. Por cierto, el marques empieza a tener canas, Bev.

-Lo sé, ese toque de platino en su cabello lo hace lucir mucho mejor.- Me puse a recordarlo, a recordar cada facción y gesto que logré captar con mis traviesos ojos.

-No tienes remedio. Pero bueno, mejor enséñame tus regalos.- Hugh me sacó de mis pensamientos y tomé la pequeña caja de la marquesa. La abrí y dentro contenía una esfera de cristal con el puerto de Rosalía. La agité y muchos pequeños detalles blancos salieron dispersos dentro de la esfera, simulando nieve.

-Ni siquiera es época de nieve, debió ser difícil encontrar está cosa. Detesto esa época. Siempre lo he dejado muy en claro, incluso la marquesa lo sabe.- Guardé la espera en la caja y la dejé a un lado. Su regalo no me había traído nada de gracia.

Tomé ahora la siguiente caja, esperaba que Antoine tuviera mejores gustos. La abrí con cuidado y me encontré con una rosa de oro y metal, con un par de guantes rojos, y a un lado, una carta.

-Está preciosa, sólo mírala, Hugh.

-Parece que te está comprando.

-Hugh, es un detalle muy lindo.- El chico desvió la mirada y luego la regresó a mí.- Bueno, ¿vas a leer la carta? Recuerda que tenemos un juramento y debo saber todo.- Asentí y empecé abrir el papel. En cuanto lo tuve desdoblado y en mis manos, empecé a leer en voz alta, sólo para que Hugh pudiera escuchar.

"Querida Beverley:

No te he podido sacar de mi mente después de tan audaces palabras que me has dedicado la noche de tu cumpleaños. Te quiero, y quisiera decirte que con todo mi corazón, pero no es así. Tengo un compromiso con la marquesa que no puedo romper, así como así.

Sin embargo, buscaré la manera de ponerte más atención y no dejarte abandonada. Aproveché el viaje y pedí que hicieran esa rosa que espero, te haya gustado. Esa noche te vi escogiendo una, supongo que la más hermosa. Pero esa noche, la flor más hermosa, eras tú.

Tuve que comprar unos guantes y decirle a mi mujer que ese sería mi regalo, pero mientras daba sus paseos, he empaquetado los regalos sin que se diera cuenta, con el pretexto de querer ayudarle.

Ella no te ve con tan buenos ojos, ya que tu belleza no puede pasar por desapercibida. Debemos ser mas cuidadosos en nuestros encuentros.

Con mucho cariño.

Tú Antoine."

Al terminar de leer, se me salió un suspiro enamorado.

-Engaña a su esposa y no siente ni un atisbo de vergüenza.

- La engaña porque es la única forma en que podemos vernos, por ahora. Ya verás que si la dejará, sólo necesita un ligero empujón. Un motivo.

-Dijiste que no querías presionarlo ni amenzarlo ni nada por el estilo.

-Será algo espontáneo, Hugh.

-¿Algo cómo qué?

-Tranquilo, te lo diré después.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora