XXVII

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-¡Guardias! Tómenla y llévenla a los calabozos. Mantengala prisionera hasta que decida su futuro.-Antoine se había puesto de pie y soltado mi mano para decir lo siguiente con voz firme. De inmediato aparecieron tres guardias para tomarla y someterla.

-¿Así tratas a tu esposa? ¿A la madre de tu hijo?

-Tú, nunca pudiste darme un hijo, Gaela.

-Pero claro que sí mi amor, está en mi casa, dormido en su pequeña cuna. Él quiere verte, ¡necesita verte!-Fue lo último que dijo para después desaparecer de la iglesia.

-Es hora de ir a la celebración, es tu día, amor mío, que esto no lo opaque.- Antoine tomó mi rostro con ambas manos y me animó a seguir sin que esto arruinara mi día, cosa que no iba a permitir. Me puse de pie y junto con los reyes, subimos al lujoso coche de estos para ir de nuevo al castillo a seguir festejando.

Me llenó de alegría ver como los habitantes de OliveHill estaban celebrando de igual forma mi toma de poder, pero tuve que esconder mi felicidad ante las miradas de preocupación.

-Miren a toda esa gente, feliz, por mí. Desearía compartir su misma sincera felicidad, pero, ¿cómo hacerlo después de semejante escena?

-Beverley, como marquesa pasarás por muchas cosas que aprenderás a sobrellevar. Esto es sólo un poco de todos esos problemas que tendrás que superar.-El rey me dirigió la palabra compartiendo un poco de su sabiduría barata.

-Lo sé, majestad, desde que asumí mi compromiso con Antoine sabía que esto no sería sencillo. Pero, ella, Gaela, era mi amiga.

-¿Amiga? Discúlpame, querida, pero tienes que ponerme al tanto.

-Gaela y Antoine eran amigos de mi familia. Nos llevábamos de maravilla, incluso cuando tuvieron sus problemas de separación, a pesar de las habladurías de la gente, mi familia y yo siempre la apoyamos y fuimos su sustento, la consolamos y dimos aliento día con día. Ella incluso, frente a mi madre se tomó el atrevimiento de decirme que si yo ocupara su lugar al lado de Antoine, estaría contenta ya que sabría que su esposo y ciudad estarían en buenas manos.

-Increíble, eso es algo...distinto.

-Me tomó por sorpresa a mi tambien, pero hice lo que pude y pronto me encontré tan enamorada del marqués, que en vez de una encomienda, esto se convirtió en una bendición.-Antoine me besó la frente mientras le dedicaba una empalagosa mirada de amor.

-Entonces, ¿por qué Gaela terminó así?

-Fue el hecho de no poder tener hijos, empezó a consumirla a tal grado de que un día simplemente aseguraba que tenía a un bebé en su vientre o que incluso ya lo tenía en sus brazos. Su locura se acrecentó y de pronto empezó a decir calumnias sobre mí, me aseguró que yo era la culpable de su divorcio, que estaba atentando contra el reino y que me mandaría a decapitar, que le había robado a su hijo en incluso, que yo era la culpable de su locura.

-¡Dios santo! Es una pena.

-Abogué por ella y logré conseguirle un hogar digno de ella, pero ahora que la vi así, no sé que pudo haber hecho. No es su culpa, la locura no es algo que se pueda controlar, simplemente...le pasó.-Con el pasó del tiempo había podido conseguir llorar cuando quisiera, sólo tenía que imaginar es mi cabeza escenas tristes mientras hablaba y las lágrimas llegaban por si solas.

-No, mi niña, no llores por cosas que no son tu culpa.- La reina me quitó las lágrimas con sus manos y me sonrió para animarme.

-Es que, ¿cómo no hacerlo? El destino de Gaela está en nuestras manos y tengo miedo de tomar la decisión incorrecta.

-Lo sé, he estado en tu lugar tantas veces. He tenido que condenar a tantas personas que aprecio y salvado a malagradecidos que me hacen arrepentirme de mi decisión debido a los problemas que me regresan a cambio de mi misericordia. Ruega a Dios porque te de una respuesta y haz lo que tu compromiso con tu pueblo te dicte. Eres la consejera directa del marqués, da tu sabio consejo, niña, hazle saber tu sentir y opinión y que la culpa no se pose sobre tus hombros, sino que déjala libre para que no atormente tus actos.- Las palabras de la reina eran tan nutridas que deseaba poder ser como ella tan pronto como fuera posible.

Agradecí sus sabios consejos y en cuanto llegamos, pude sonreír sin fingir que estaba mal sobre Gaela, ya que era obvio que diría que la condenaran a la muerte. Mis padres estaban en las puertas del castillo esperándome tan rebosantes de felicidad que me hicieron sentir tan hinchada de orgullo y vanidad.

-Mi pequeña, era una marquesa.-Mi padre me besó la frente después de abrazarme fuertemente.

-Nuestra, cariño, nuestra.-Le respondió mi madre.- Quiero que sepas que hagas lo que hagas, estaremos contigo. Familia antes que nada, mi Beverley.-Me abrazaron y después mis hermanas prosiguieron a hacer lo mismo.

-Hija mía, hay alguien que quiere verte y ha estado muy ansioso por hablar contigo.

-Dulzura, los invitados esperan.- Antoine llegó y posó su mano en mi espalda baja al hablarme.

-Es verdad, discúlpenme, díganle a la persona que vaya a verme en el gran salón.- Tomé mi vestido y caminé aprisa con mi esposo hacia la habitación, la cual estaba repleta de personas que ni si quiera conocía.

Las horas pasaron y mi mente divagaba entre todas esas cosas de las que tendría que hacerme cargo de ahora en adelante por mi cuenta. De pronto, sentí una mano posarse en mi hombro, al ver a quien pertenecía me encontré con Hugh.

-¡Veniste!-Me levanté de mi asiento para reverenciarnos mutuamente y sonreirnos.

-Prometí que estaría presente. Vi tu boda, te veías realmente encantadora e irradiabas felicidad. Y hoy también estuve en la iglesia, pero no había podido acercarme a ti hasta hoy.

-Es que todo esto me ha tenido muy ocupada.

-Oh no se preocupe, la entiendo a la perfección, su excelencia.- sonreí ante el comentario, ahora tenía que acostumbrarme a que me llamaran así todo el tiempo.

-Permíteme presentarte. Bueno, ya conoces a mi esposo, el marqués Antoine Rupenauv.- Se saludaron y después seguí con los reyes.-Su alteza, presemto ante ustedes a un fiel amigo mío, Hugh DelaCastair.-Nos reverenciamos mientras entablamos una plática amena para que conocieran mejor a mi confidente. Después de varios minutos y dejarlo solo con los reyes para estar con mi esposo, noté que la mirada de Juliette estaba directamente sobre Hugh desde un rincón de la habitación; pero lo que más me sorprendió, fue a ver a otros ojos viéndolo también con total admiración y deseo, esos ojos y esa mirada perdida, le pertenecían a Marianela, la princesa.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora