XLII

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Hugh se quedó helado viéndonos a todos con ojos de desesperación mientras a mis espaldas sentía la presencia de mi esposo. Con un movimiento brusco y tenaz, James tomó un bote de pintura negra y la arrojó sobre su pintura.

-Ahí lo tienes madre, si no aprecias mi arte entonces creo que no soy buen artista y deseo nunca volver a tocar un pincel en mi vida.

-Pero...¿de qué hablas James?-Antoine se acercó a nuestro hijo y lo tomó del hombro mientras Debby y Hugh se ponían de pie.

-Madre dijo mi obra era mala.

-No dije eso, es sólo que...-intenté seguir el juego y mi hijo resultó ser un gran actor.

-Lo dijiste entre líneas. Ella se molestó conmigo porque tomé al tío Hugh y a Debby como mis modelos, pero es que a duras penas tengo tiempo libre para realizar mis pinturas, no puedo darme el lujo de andar consiguiendo personas que estén dispuestos a pasar un buen rato esperando a que los pinte. Ya no quiero solo pintar paisajes y frutas.-Su voz se quebraba y se escuchaba como si realmente fuese a llorar, Antoine tomó su rojizo rostro y le dio una palmada de apoyo en la mejilla.

-Hijo mío, sólo tenías que decirlo. Conseguiré modelos para ti, los tendrás a tu disposición para la hora que quieras. ¿Te parece?-James asintió con la cabeza y abrazó a su padre.

-Lo siento, es sólo que no quería que las cosas se malinterpretaran. Perdóname hijo.-James vino conmigo y me abrazó para después darme un beso en la mejilla.

-Mujer, ¿quién en este castillo pensaría cosas indebidas al ver a Debby y Hugh juntos? Son tío y sobrina prácticamente, todos lo saben.

-Sí, lo sé, es que he andado últimamente un tanto paranoica.

-Lo que necesitas es descansar y un buen té, pediré que te lleven uno a nuestra habitación.-Nos tomamos de la mano y nos despedimos de Hugh y nuestros hijos. Mi mente divagaba en los últimos momentos, en el peligro que estuvo a punto de estar mi hija por culpa de secretos, secretos que podían cavar más de una tumba.

Al llegar a la habitación me recosté y Antoine se puso a un lado mío abrazándome y apoyando su cabeza en mi estómago. Estos momentos en los que estábamos solos y pensando en nosotros únicamente, eran los que me hacían apreciar mi vida. Había mujeres que no tenían la bendición de tener a un esposo tan amable y amoroso como mi Antoine, algunas parejas incluso estaban casados en contra de su voluntad. Tampoco todos podían gozar de una vida llena de lujos y vivir en un castillo. De afortunada, lo sabía muy bien, y deseaba que esto nunca terminara.

-Te extrañé tanto, odio tener que separarme de ti y no poder dormir a tu lado. No puedo estar sin tus labios, sin tu dulce boca.-Se acercó a mí y me besó delicadamente, tomándonos nuestro tiempo entre cada beso, saboreando nuestros labios y disfrutando la ternura que emanaba de nosotros.

-Si supieras lo desesperante que era tener que pasar la noche en una cama sin ti.- Nos separamos unos segundo y le acaricié el cabello, hasta que él tomó mi rostro y de nuevo comenzó a besarme. Nos detuvimos cuando la mucama tocó la puerta pidiendo permiso para entrar a la pieza.

-Adelante.- Nos acomodamos y esperamos ansiosos ver como la mujer traía hasta nosotros una bandeja con un rico y caliente té. Le agradecimos sus servicios y se retiró dejándonos solos de nuevo.-No no, yo le serviré, mi reina.- Antoine se acomodó e interrumpió mis acciones de intentar servirme. Tomó una taza y la llenó de líquido, hizo lo mismo con otra taza y me la ofreció. Mi boca sintió el ligero ardor de la bebida caliente, pero el sabor limonado pronto inundó mi lengua, dándome un relajamiento instantáneo.

-Tenías razón, amor mío. Me hacía falta descansar y una buena taza de esto.-Seguimos disfrutando mientras hablamos de cosas que se nos venían a la mente y recuerdos de nuestras vidas en OliveHill.

Los preparativos de la boda de Debby fueron hechos en gran parte por la madre del Príncipe de Nova Escosia, ya que la distancia impedía que tuviéramos mucha participación; mientras nosotros enviábamos una carta con ideas, llegaba cuando la decisión ya había sido tomada por la familia real. Sin embargo, había cosas que todavía podían ser cambiadas, lastimosamente no todo era de ese modo.

Por otro lado, se decidió que el vestido sería escogido por la princesa, obviamente, así que nos dedicamos a crear ese vestido con el que Deborah siempre soñó llegar al altar.

Todo se encontró listo tres semanas antes de la fecha indicada. Hugh se negó esta vez a acompañarnos, pero mi esposo sí lo hizo; la boda de su hija no era algo que podía perderse. Toda mi familia se encaminó hacia Nova Escocia listos para llegar unos días antes, días que serían aprovechados por la pareja de príncipes para seguir conviviendo y ensayar sus votos y demás.

El viaje con dos hijos varones extras llenos de energía y curiosidad, fue sumamente agotador, perdimos una vez a León entre unos matorrales, hasta que lo vimos muy quitado de la pena observando un nido de hormigas. Por otra parte, James quería hacer trazos de todos los paisajes que captaba, cosa que no lograba siempre, lo que le provocaba frustración.

Al llegar, la bienvenida fue cálida y placentera, el príncipe tenía su rostro radiante y sus ojos brillaron cuando apareció mi hija frente a él. Ella, por otro lado, fingió totalmente cada uno de sus gestos, desde la sonrisa hasta las falsas ganas de abrazarlo. ¿Cómo lo sabía? Era mi hija, la conocia a la perfección; puedes cambiar tu boca y crear un arco de forma que tus dientes saluden, pero nunca podrás hacer que tus ojos no te delaten.

No bien llegamos y comenzamos a comer, la reina empezó a bombardearnos con mil comentarios sobre la boda, refiriéndose a esta como la boda del siglo, ya que ni la suya iba a ser tan perfecta y esplendorosa. Sentí la fatiga de Debby y mi mismo fastidio, no tenía idea de como interrumpirla hasta que León me salvó cuando dio un bostezo escandaloso.

-Mami, tengo mucho sueño.-hizo un pequeño puchero y yo le abrí los brazos para que viniera hacia mí. El pequeño se levantó de la mesa y se aventó a mi regazo de inmediato.

-Una disculpa, iré a acostar a mi hijo.

-Oh, no se preocupe, todos deben estar igual de cansados, vayan y duerman, que mañana será otro día.-El rey fue más sensato que su mujer y nos dio la oportunidad de poder descansar del viaje y de la reina por unas horas.

No había día en que no tuviéramos que hacer preparativos, ya estaba todo prácticamente listo, pero la reina no lograba conformarse a pesar de que la boda no era de ella. Debby y el príncipe preferían pasar tiempo juntos conociendo la ciudad, las personas comenzaron a saludarla y alagarla, dándole buenos augurios sobre su próximo reinado. Todo estaba saliendo muy bien, hasta que un día, Deborah llegó llorando y corriendo pidiendo un doctor para el chico. Todos nos apresurados a salir y un sirviente corrió buscando al médico mientras otros dos sirvientes venían con el príncipe en brazos.

-¿Qué le ocurrió?

-No lo sé, estábamos en el laberinto junto con los jardineros pasando un buen rato juntos y de repente empezó a sentirse mal hasta que cayó desmayado.-Debby no paraba de llorar y hablaba entrecortado por los sollozos, mientras la reina le pedía inútilmente al príncipe que se levantara. Abracé a mi hija, su pecho subía y bajaba con violencia y no lograba hacer que se calmara.

El médico llegó y revisó de inmediato al príncipe de pies a cabeza.

-Tiene pulso, pero está demasiado débil. Les seré sincero, no creo que sobreviva pero haré lo necesario.-Salimos del cuarto dejándolo todo en familia, le pedí a mi hija que fuera a lavarse la cara e intentara descansar y olvidar por unos momentos toda esta desgracia. Así lo hizo, y cuando me dieron la noticia de que el príncipe había fallecido, no encontraba palabras ni para darle consuelo a los reyes, y mucho menos sabía cómo iba a decírselo a mi pequeña.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora