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El castillo había sido un paisaje vistoso desde mi infancia. Mi objetivo de pequeña, era vivir en uno de esos y portar una corona también, pero me conformé con vivir en opulencia tal como lo hacía ahora, aunque un poco mas de dinero, no me vendría mal.

Ahora, que tenía un amorío con el marqués, la posibilidad de cumplir mi sueño infantil, estaba más cerca de mis dedos de lo que nunca imaginé.

Llegamos y en cuanto el marqués nos vio, no pudo evitar sonreír e invitarnos a pasar gustoso. Nos comunicó que la marquesa estaba enferma, pero que nuestra visita le vendría bien.

La encontramos en su habitación acostada y con semblante pálido, al parecer estaba empezando a tener gripa, causada por sus paseos mañaneros para el cuidado de su jardín, mientras el sereno le caía en el cuerpo sin que le preocupara.

Mi madre le enseñó a preparar un remedio casero que le disminuiría la fiebre y le ayudaría a curarse más rápido. Al parecer, le cayó de maravilla, ya que al pasar el tiempo tuvo fuerza para levantarse de la cama y comer muy bien en su comedor. Mientras ella reposaba un rato, Antoine nos dio un paseo por el castillo, y nos llevó a los jardines y caballerizas, en donde monté por primera vez un caballo.

Al empezar el anochecer, mi madre comenzó a despedirse de los marqueses, pero "amablemente" me ofrecí a cuidar de Gaela, mientras el marqués cumplía con sus deberes. Gaela aceptó, justificando que su esposo y sus criadas, nunca serían tan buena compañía como lo era yo.

Estar con ella fue demasiado fácil, sólo tenía que escucharla y asentir, de vez en cuando dar mi opinión o simplemente decirle que tenía toda la razón. Me asignó uno de los cuartos del castillo y me dieron un camisón para ponérmelo en cuanto considerara que era necesario dormir.

Entrada la noche, le hice una infusión relajante para que pudiera dormir plácidamente sin las molestias de la gripa, y proseguí a leerle un libro para acelerar el proceso. Pronto la marquesa estaba profundamente dormida y roncando como una bestia. Le acomodé la cobija y después de escuchar sus sonidos por varios minutos, me animé a salir en búsqueda de mi Antoine.

Me encontré a una de las criadas acomodando los últimos trastos, y le pregunté sobre el marqués, diciendo que quería comentarle sobre el estado de salud de su esposa. Lo encontré en una habitación que parecía su lugar personal. Se encontraba leyendo unos papeles con sus anteojos puestos.

-La marquesa está dormida. Le di un té que la ayudó a poder descansar.- Me acerqué a él con paso lento; al escucharme, alzó la cabeza y me sonrió mientras me veía de arriba hacia abajo.

-Eso es magnífico, que bueno que la gripe no sea un obstáculo para que pueda dormir.- Puso su dedo índice en sus labios, pidiendo que fuera silenciosa de ahora en adelante.

Se levantó de la silla y se acercó a mí, se agachó un poco para poder quedar a la altura de mi oído; y con el simple hecho de que su voz sonara tan cerca, me erizó la piel.

-Beatriz, es la única criada que está aquí, terminará de limpiar la cocina y luego irá a dormir con el resto. Ve a tu habitación, y déjala sin seguro.- Asentí en silencio y luego salí sin decir una sola palabra y sin recibir ni siquiera un beso de su parte.

Realicé al pie de la letra toda las indicaciones de Antoine. Me despojé de mi sencillo pero carísimo vestido de seda, para suplirlo por un camisón blanco y sin chiste. Esperé y esperé y el marqués no llegaba. El sueño empezaba a hacerse presente y se me escaparon un par de bostezos. Entonces, escuché la puerta abrirse mientras al cerrarla, Antoine le ponía seguro.

-Nadie va a interrumpirnos. Para la criada, estoy en un asunto muy importante en mi despacho y no debo ser molestado por ninguna circunstancia.-Le sonreí al ver los actos que estaba cometiendo con tal de estar de conmigo.

Me acerqué a él y me puse de puntas, tomé su rostro y lo bajé hacia mis labios, mientras él rodeaba con sus brazos mi espalda. Nos arqueábamos ante los besos de pasión desenfrenada que salían, producto de la añoranza y el deseo.

Enredaba entre mis dedos su cabello mientras él comenzaba a deshacer los listones de mi camisón, para desprenderme de el y dejarme en total desnudez.

-Eres tan perfecta.- Se tomó un instante para observarme por completo, mientras yo sentía algo de vergüenza. Me llevé un brazo a mis pechos y otro a mi intimidad, intentando protegerme.- No, que tu desnudez no sea motivo de vergüenza, siéntete orgullosa de poseer tan encandor y deleitable cuerpo.- Dicho esto, se acercó a mí y siguió besándome, hasta que empezó a besar partes de mi cuerpo que nunca habían sido acariciadas de semejante manera.

La noche pasaba y nosotros disfrutábamos de lo prohibido, mientras yo ahogaba cada gemido que el hombre mas maravilloso del mundo provocaba. Debo admitir que al principio dolió como nunca, pero tras la repetición del acto, me fui acostumbrando y comencé a sentirlo placentero.

Al terminar, me pidió que descansara y que ocultara cualquier dolor surgido de nuestra cópula. En ese momento pensé que no sería necesario, pero a la mañana siguiente en cuanto desperté, la espalda, el cuello, el abdomen, los brazos y las piernas; comenzaron a doler como nunca.

Al ponerme de pie, mis piernas se sentían débiles y pensé que no sería capaz de poder usar mis botas con tacón que traía. Pero pasados los minutos, logré acostumbrarme, o al menos eso pensé.

Bajar las enormes escaleras fueron más que una tortura.

Me despedí de los marqueses y regresé a casa en uno de los carruajes de su propiedad. Al llegar mi madre me inundó de preguntas.

-No no, olvida las demás preguntas. Cuéntame, ¿cómo te fue?- Recordé cada sentir al estar junto con el hombre de mis sueños. La forma en que sus manos traviesas recorrían cada rincón de mi piel y yo intentaba seguirle el ritmo.

-Espléndido, madre.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora