XIII

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Amaba a Antoine, pero sabía lo estúpidos e impulsivos que eran los hombres, sobre todo tratándose de amor. Es por eso que mantuve por dos meses el secreto de Gaela, sabía que al momento de decirle, lo usuaria como pretexto ante la corte y yo sería evidenciada. Eso no podía pasar, tenía un plan. Era sencillo y efectivo.

Pasado el tiempo prudente, le pedí a Antoine que contratara una nueva moza para Gaela, una que tuviera la estricta tarea de revisar si ella aún sangraba. El pretexto de esta nueva mujer, sería que él la descuidaba mucho y su esposa necesitaba alguien más para que nunca le hiciera falta nada, incluyendo la atención.

La marquesa fue astuta, en sus sábanas dejaba manchas rojas de pintura, pero para una mujer, hay una notable diferencia. Así que el marqués, se dio cuenta. Ella ya no sangraba.

En cuanto lo supo, me escribió anunciando las buenas nuevas, diciendo que ahora no habría nada que impidiera su separación. Le envíe una respuesta, dando instrucciones de lo próximo que debía decir para que pudiéramos estar juntos sin que la sociedad nos viera como apestados.

No recibí una respuesta, así que me preparé para lo peor. No sabía si había seguido lo que le había propuesto, o si por el contrario, había hecho su voluntad.

En esta época, los hombres se creen superiores y los consejos de las mujeres son sólo eso, consejos. Los pueden tomar o los pueden ignorar, más nunca habrá que acatar nuestra palabra. Es ridículo, ya que ellos sólo piensan con su miembro y el único objetivo es si los hará más ricos o no.

Cuatro días después, de nuevo mi madre hizo una de sus dramáticas apariciones gritando mi nombre por toda la casa, eso sólo podía significar una cosa: Antoine ya había actuado.

-¿Dónde estás Beverley?

-¿Qué pasa madre?- Dije bajando las escaleras, arreglada y lista para salir, prediciendo por completo el siguiente paso de mi progenitora.

-Vamos, tenemos que ir a ver a Gaela. Te cuento en el camino.- Tomé mis guantes y salí de prisa hacia el coche. Mi madre lucía nerviosa, sudaba a pesar de que el clima era templado y agradable, no caluroso como para crear esa reacción.

-¿Qué pasa, madre?

-El marqués descubrió que Gaela ya no tiene esos días de mujeres, eso quiere decir que es imposible que se pueda embarazar. Así que utilizó eso de pretexto para presentarlo en la corte y lo más seguro es que esta vez si se separen.

-¡Dios! ¿Qué tanto dolor debe pasar una mujer?

-Necesita nuestro apoyo, hoy irá a la corte a tratar de convencer al magisterio de que nieguen la petición de su esposo.

-Tendremos que rezar para que eso sea posible.- Mi madre se lo tomó muy literal, y durante todo el trayecto no me soltó las manos mientras me obligaba a repetir rezo tras rezo, pidiendo clemencia por Gaela.

Al llegar, la aún marquesa se encontraba con un hermoso vestido rojo oscuro con muchos detalles dorados. Estaba sentada en el comedor degustando una serie de manjares culinarios. En cuanto nos vio se limpió la boca y nos invitó a la mesa.

-Por favor, coman lo que gusten.- Mi madre y yo nos miramos extrañadas, no se veía para nada triste ni nerviosa, sino con una rebosante felicidad.

Nos sentamos y empezamos a comer un poco de todo para intentar acoplarnos a lo que fuera que estuviese celebrando la marquesa. Llegada la hora del postre, mi madre no pudo evitar soltar preguntas.

-¿Se encuentra bien, excelencia?

-Lo estoy, estoy muy bien.- Seguido de esto se metió a la boca una cucharada de tarta de manzana con crema para batir.

-¿Y ahora por qué tanta comida?

-Bueno, no estoy segura de si será o no mi última comida aquí, así que debo aprovechar.-Ella seguía comiendo con una sonrisa mientras mi madre y yo probábamos la tarta con cierto deje de desconfianza.

Ella era una mujer muy segura y preparada, debía tener un as bajo la manga que la sacaría del apuro. Pero por el contrario, se veía muy tranquila, como si todo ya estuviera escrito y esta estadía, fuese la última.

-¿Ya esta preparada para lo que dirá?

-Seré sincera únicamente, de todos modos, ellos nunca sentirán compasión de una mujer seca, así que no hay mucho que hacer. Le darán su libertad a Antoine y podrá irse con la mujerzuela que se ha conseguido para concebir una criatura.- A pesar del tono de desprecio en su voz, su rostro siguió sonriente mientras consumía en totalidad su postre.- Bien, tengo que irme, debo ser puntual. Me gustaría que se quedaran aquí, necesitaré de todo su apoyo en cuanto regrese, sea cual sea el veredicto.- Ambas asentimos y la acompañamos hasta su transporte, dándole nuestros mejores deseos. En cuanto se fue, decidí darme un paseo por la biblioteca mientras mi madre seguía rezando por una causa perdida.

Las horas se me hacían interminables. Ya habían pasado tres y no había señales ni de el marqués ni de Gaela. Pasada la cuarta hora por fin escuchamos los caballos y corrimos hacia la entrada para recibir a quien sea que fuese.

Gaela bajó hecha un paño de lágrimas, por lo que mi madre y yo nos dedicamos a abrazarla sin hacer preguntas. Me daba lastima, más no la suficiente.

Le llevamos a su habitación y mi madre le preparó un té mientras yo le sostenía la mano y le acariciaba el cabello tratando de callar sus fastidiosos sollozos. Pasados unos minutos el té hizo su función y se sintió más relajada para poder contar lo sucedido.

-Sentí un gran odio en el momento en el que entré a la corte y él estaba ahí, de pie junto al rey. Los tenía a todos en la bolsa. Aún así me presenté y mencioné lo próspero que había sido nuestro plazo monárquico al poder. Lo buena compañera y esposa que había sido, a pesar de que la voluntad de Dios no fuera hacerme madre para dejar un heredero. Pero, no fue suficiente y nuestro matrimonio está totalmente anulado.- De nuevo volvieron los estresantes sollozos y me vi obligada a secarle las lágrimas con un paño.

-¿Ahora qué va a pasar?

-No lo sé Constantina, él se fue con el rey mientras yo me quedaba ahí, sola, siendo soltera de nuevo. Me aferré a mis años de marquesa para controlar mis emociones y me retiré.- Ni bien había terminado de pronunciar la última palabra, se escucharon caballos acercarse, esos sólo podrían pertenecer a alguien.

-Hablaré con él, no se mueva. Tal vez pueda ayudar un poco a que le de lo que se merece o ver que puedo solucionar.

-Por favor, hija.-Mi madre me tomó la mano en forma de apoyo y Gaela me agradeció entre lágrimas.

Bajé corriendo las escaleras y justo lo vi entrar por la puerta principal.

-¡Su excelencia!- Atraje su atención y él me vio desconcertado mientras veía a su alrededor buscando alguna pista de la que hace unos momentos, era su mujer.

-Señorita Beverley, ¿qué hace aquí?

-Su esposa me solicitó. ¿Me permite hablar con usted unos momentos?- Me hizo una seña para que lo siguiera y entramos a su estudio. En cuanto cerró la puerta con llave, me abalancé sobre él y enrrosqué mis piernas en su cintura mientras ambos nos comíamos a besos. Caminó conmigo cargada y me sentó sobre el escritorio sin separarse de mi boca hasta que tuvo que hablar.

-Lo hice mi Beverley, soy libre.- Le sonreía y lo tomé del cuello para seguirlo besando. Él me levantó el vestido y como pudimos y sin hacer ruido, tuvimos intimidad justo ahí, con su esposa en la segunda planta llorando por su reciente separación.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora