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Dos noches después, recibí una carta en mi ventana. Una lechuza había traído el mensaje.

Me apresuré a abrir la carta y leerla, repasando cada letra escrita de su mano con preciosa tinta negra.

"Amada Beverley:

Te tengo buenas nuevas. He metido mi petición de anular mi matrimonio. El rey lo aprobó por ser un viejo amigo, y la iglesia lo ha considerado seriamente. Estoy seguro de que declinarán a mi favor. Afortunadamente Gaela no tiene familia noble, sino que son simples criadores de caballos. Son muy buenos y de dinero, pero no con el suficiente renombre para armar un escándalo más grande del que ya se hará.

No he proporcionado tu nombre como mi concubina, pedí que quedara en secreto para no dañarte.

La decisión la sabré dentro de cuatro días, estoy ansioso de que sea positiva para poder tenerte entre mis brazos todo el tiempo.

Te ama profundamente.

Tu Antoine."

Había dicho que me amaba y no podía pedirle más, estaba haciendo hasta lo imposible para que estuviéramos juntos y fuéramos más felices que nadie.

Quería gritar de emoción, pero debía guardarmelo, esto era un secreto que pronto sería revelado.

Abrí mi ventana y el fresco viento entró, acaparando cada centímetro de mi piel, provocandome que la piel se erizara. Tomé la carta y la coloqué sobre la llama de una vela, el papel ardió de inmediato y con la punta de mis dedos índice y pulgar, la tomé y la puse fuera de la ventana. El viento no la apagó, sino que avivó más las llamas.

Cuando el fuego estuvo cerca de mis dedos, la puse sobre el concreto de mi ventana y esta se consumió haciéndose cenizas.

Sólo necesitaba esperar, sabía que la decisión iba a ser a mi favor y que pronto sería la mujer mas envidiada de la ciudad, al igual que Gaela lo fue en su tiempo. Lástima que ahora se había convertido en la más desdichada y el motivo de mofa de todos.

Cuando mi madre y yo dimos nuestro acostumbrado paseo, la vimos. Gaela, la aún marquesa, se encontraba en el parque comprando golosinas mientras la gente pasaba, la veía y murmuraba sobre ella.

-Sí, soy yo. Me estoy separando, ¿y? A ustedes las engaña su marido por gusto y ni se dan cuenta.- Se encontraba respondiendo con la voz muy alta para que las mujeres la dejaran en paz.

-Vamos con ella.

-Madre, ¿estás segura de que quieres que la gente te vea con la que ya no será marquesa? No se si tu reputación seguiría intacta después de eso.

-Pero, somos amigas.

-Bueno, es la única que te quedará, y no será nadie dentro de poco tiempo. Ve tú, si me disculpas, prefiero conservar mi buena imagen.- Mi madre dudó un poco, quería consolarla, pero si algo era de suma importancia para ella, era su reputación.

La estuve observando tratando de adivinar lo que decidiría, pero su indecisión me desesperó. Antes de darme la vuelta vi a la marquesa gritar "Constantina" con la mano levantada saludando. Seguí caminando y unos segundos después escuché los pasos de mi mamá acercándose mientras gritaba mi nombre.

-Espera, Beverley.- La tomé de la mano y nos fuimos alejando, giré mi cabeza para ver a Gaela que se encontraba desconcertada al ver nuestras acciones. Me conservé neutra y seguimos caminando hasta que llegamos a la casa.

-No te sientas mal, piensa en ti.

-Por supuesto que me siento mal, necesitaba nuestro apoyo.

-Y cuando te encontraras sin nadie a quien recurrir, tus eventos estuvieran vacíos y hablarán de ti, ¿su apoyo iba a ser suficiente?- Su mirada bajó al suelo, pensando en su futuro si se hubiese quedado.

-Supongo que no.

-Supones muy bien.- Mi voz salía con un tono de dureza nada peculiar en mí. Pero hablar sobre Gaela no era algo que me apasionara, mucho menos cuando ella había disfrutado tanto tiempo a mi futuro esposo.

-Hija, no sé en que momento dejaste de ser una niña. Tienes quince años pero piensas y actúas como toda una adulta.

-Madre, ya no soy niña. Como mujer, más que nadie, deberías saber que a partir del primer sangrado, las cosas cambian.- Mi madre siempre había sido más flexible que las demás, tenía permitido hablarle de "tú" en la casa, al igual que a mi padre. Pero fuera de ésta, debía ser sumamente respetuosa. Y así conseguí la hipocresía. Ser de un forma en mi interior, pero para los demás fingir ser otra cosa. Algo sencillo pero que necesita mucha práctica para que salga perfecto.

Mi madre se quedó tranquila con mis palabras, pensando lo buena hija que era y la maravillosa mujer en la que me había convertido, sin saber que estaba acostándome a escondidas en un amor aún prohibido con el marqués.

Ya habían pasado tres días y había preferido quedarme en casa para no tener que toparme a Gaela por casualidad. Sin embargo, eso no impedía que Hugh no viniera a la casa.

Le había platicado a mi mejor amigo sobre las buenas nuevas y la próxima separación de los marqueses. De inmediato se escandalizó.

-Bev, por favor escúchame. Esto es demasiado, la marquesa se quedará como una apestada.

-Ya lo es, sólo que nadie quiere admitirlo porque tiene poder. No sirve como mujer, Hugh.

-Siendo mujer, no deberías hablar tan despectivamente de tu igual.

-No somos iguales, y mañana habrá más diferencia entre nosotras.- No me encontraba a la defensiva atacando, pero si tenía que justificar mis decisiones, y no iba a permitir que él dudara de mi vida.

-Está bien, juré no juzgarte, gravemente. Porque en mi mente te estoy sentenciando.

-Pues sólo será en tu mente. Tranquilízate que recuerda que esto también te conviene.

-No importa si me conviene o no, sólo quiero verte feliz y bien. No te quiero ver decapitada.

-¡Hugh! Eso no pasará nunca.- Sabía que la pena máxima que otorgaba tanto la iglesia como el actual reinado, era la muerte. Por desgracia, cualquier acto se consideraba un atentado en contra de la realeza. Por supuesto que sí descubrieran que no era su concubina, sino una aventura que por accidente quedó embarazada, y que yo lo incité a que se separara de la marquesa, se consideraría como que quiero desestabilizar al gobierno.

Cosa que no pasaría, el único que podría delatarte, sería Hugh, y no lo haría jamás.

-Bueno, mañana llega la respuesta. Sea lo que sea que diga, te apoyaré, siempre. Si tu familia te rechaza, yo no lo haré, ¿entendido?- Lo tomé de ambas manos y me atreví a darle un fuerte abrazo.

-Lo sé. Es por eso que te escogí como mi confidente, porque se que nunca me abandonarás.- Después de esto seguimos hablando de cosas tribales mientras el día avanzaba y la espera, poco a poco se hacía más corta.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora