XXXVII

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Parecía que el invierno había llegado desde otoño; el viento frío se colaba por las paredes de piedra haciéndome erizar los vellos. Para una madre primeriza de diecinueve años, el frío de Valle del Rincón no era algo agradable. Estaba obligada a darles pecho a mis hijos así que tenía que descubrirme de todas mis ropas para poder alimentar a mis pequeños a pesar que durante sus comidas me la pasara temblando; en las noches mientras me encontraba caliente debajo de las cobijas en una posición cómoda abrazando a mi Antoine, ambos lloraban, haciéndome levantar al frío con el riesgo de enfermarme. Al parecer a los niños les molestaba que los envolviéramos en muchas cobijas y preferían estar con ligeras ropas, cosa que me daba temor ya que a esa edad una simple gripe podía ser mortal.

Mis damas tenían un enorme instinto maternal que me era de muchísima ayuda, sobretodo cuando no paraban de llorar y comenzaba a llorar con ellos. Ellas nos tranquilizaban a los tres con palabras de aliento.

Antoine trataba de estar con nosotros el mayor tiempo posible, sin embargo, sus responsabilidad nos distanciaban un poco, sobretodo por la guerra interna que se desató en verdad cuando se enteraron del nacimiento de nuestros hijos. Por fortuna teníamos ventaja debido a los compromisos que se habían firmado con los príncipes de Nova Escosia y San Israel; países enormemente poderosos que no dudaron en enviar tropas para proteger a los que algún día, serían sus reyes.

Se trataron de capturar a la mayoría y someterlos para que los demás notaran nuestra misericordia, pero el colmo fue cuando intentaron atacar el castillo. Me encontraba paseando con mis niños y dos de mis damas en el patio trasero cuando unos proyectiles de roca grandes y sólidas empezaron a atacarnos; les pedí a mis damas que corrieran a refugiarse mientras a una de ellas le di a James, corrí con Debby en mis brazos cubriéndola de cualquier cosa que pudiera herirla, sin embargo, a mi si lograron darme en el hombro y la cabeza. En cuanto mi pequeña vio la sangre comenzó a llorar desesperada, el trayecto era largo y mis piernas me dolían como nunca, pero por ella era capaz de todo.

Las campanas empezaron a soñar y la guardia real llegó a cubrirme con escudos para que siguiera hasta llegar al interior del castillo. Ya adentro comencé a marearme y me senté aún con Debby en mis brazos.

-Mi señora, ya está a salvo.-Mi dama me estiró las manos y le di a mi bebé para que la calmaran mientras buscaban a un médico que arreglara la escandalosa herida que manchaba mi vestido.

-¿Dónde está?-Antoine llegó deprisa con otros hombres atrás, estaba usando unos pantalones café ceñidos al cuerpo como si fuera a montar, además, en la parte superior portaba vestimenta rojo oscuro con dorado. A pesar de mis dolores, en cuánto lo vi en lo único que pude pensar fue en lo apuesto que se veía.

-Aquí está sentada.-Los ojos se le pusieron rojos en cuanto me vio, se acercó a mi y me observó la herida casi con las lágrimas saliendo.

-¡El maldito médico! ¿Por qué no llega?

-No puede cruzar el ala sur para llegar hasta aquí, ya enviamos guardias por él, majestad.

-Esos hijos de...-Nunca lo había visto tan molesto, era extraño cuando decía palabras altisonantes porque estaba fuera de sus casillas.

-Ya, tranquilo, estoy bien.- le mentí calmándolo mientras acariciaba su rostro rojizo con ambas manos. Los mareos nos cesaban pero debía verme fuerte.

-Maténlos, a todos. Que no quede ni uno vivo y que nadie escape.-Su mirada estaba perdida en mi herida mientras daba órdenes, hasta que volteó a ver a uno de los hombres que venían con él.- Encárgate, los quiero muertos.- El hombre asintió, hizo una reverencia y se fue, sabía quién era por su uniforme; era el maestre de la guardia, el que encabeza cada una de las tropas.

El médico llegó y pidió espacio, comenzó a lavarme la herida provocándome gestos por el ardor. Antoine estuvo siempre ahí conmigo dándome la mano para que la presionara, su apoyo era lo único que necesitaba, lo era todo.

Después de curarme la cabeza, prosiguió a curarme el hombro que tenía desacómodado, debo decir que el ardor de la cabeza no se comparó en nada con el dolor del hombro cuando lo movió con un movimiento rápido y brusco. Aseguró que me quedaría un muy grande moretón, pero que no sería nada grave.

-Vamos, voy a lavarte para que descanses.-Mi esposo me ayudó a levantarme y caminó conmigo de la mano a paso lento.- Pide que lleven comida.-Mi dama asintió y le entregó a Debby a su padre.

Al llegar acomodó a la pequeña en su cuna para después ir conmigo, me quitó toda la ropa y me sentó en una silla de madera junto a un cubo de agua. Se empezó a arremangar su camisa y tomó el trapo para mojarlo.

-Majestad, podemos hacerlo nosotras.

-No, quiero atender a mi esposa.-Exprimió el trapo y lo pasó por mi rostro y cabello, siguió el mismo proceso en mi cuello, pecho y brazos.-Esos bastardos van a pagar por esto, acabaré con cada uno y tendremos de nuevo tranquilidad para que puedas salir al jardín sin tener que volver con una herida.- Siguió hasta que quedé totalmente limpia y pidió que me vistieran con un camisón ligero. Me acomodó en la cama y se acostó junto a mi acariciándome.

-No tienes que estar aquí, puedes irte tranquilo.

-Me quedaré aquí. No tienes idea del miedo que sentí cuando me dijeron que te habían atacado, pensé que sólo me entregarían tu cuerpo.-Me besó suavemente arriba de la venda que había puesto el médico al rededor de mi cabeza.-Te amo y no quiero perderte.-Me abrazó mientras me envolvía su dulce aroma.

La comida llegó y ambos consumimos todo lo que estaba ahí, le di pecho a nuestros hijos para después Antoine y yo conversar animadamente hasta que se puso en mi regazo y lo acaricié, durmiéndolo al instante. Pasado un buen rato, el líder de la guardia real llegó enfundado en su armadura salpicada de sangre.

-Antoine, despierta.-Lo moví suavemente y despertó de la misma forma instantánea en la que se durmió.

-¿Qué pasa?

-Hemos cumplido sus órdenes, hemos acabado con cada uno de ellos.

-Excelente, prepararé al Consejo para que estas mismas medidas sean tomadas en todo el país. Acabaremos con esto de una vez por todas.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora