XXIV

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Abrí mis ojos y Lucrecia se encontraba corriendo las cortinas para que la habitación se llenara de la luz matutina. Me senté en la cama y estiré mis brazos sintiendo una satisfacción al sentir como mis articulaciones sonaban un poco.

-Anda, niña. Es el gran día y no querrás llegar tarde. Son las 8 de la mañana y tu evento es a las 12.

-Lo sé, ¿cómo podría olvidar algo así? ¡es mi día, Lucrecia!-Me reí ante el hecho de saber que estaba a unas horas de ser la mujer mas envidiada de todo OliveHill.

Bajé y en el comedor mi madre y padre me recibieron con un delicioso desayuno digno de mi despedida. El verlos a todos reunidos me dio nostalgia, ya que no volvería a estar aquí de esa misma forma; ya no tomaría mis alimentos así, ni despertaría en mi cama, Lucrecia ya no me atendería. Ya no viviría en esta cama.

Mis cosas habían sido empacadas y llevadas al castillo para que las doncellas se encargaran de acoplarlas en la habitación que Antoine compartiría conmigo, su esposa. Este motivo tenía a mi habitación vacía, únicamente se encontraban mis muebles y cama, pero no tenían nada mío sobre ellos, ya no.

Juliette había podido superar poco a poco a Hugh, aseguraba que él no merecía sus lamentos. Mentiras, pero lograba convencer a los demás. Ella era la más entusiasmada por todo esto, ya que la habitación sería suya por fin.

-Mamá, ¿puedo poner ya mis cosas en mi nueva habitación?

-Mañana, hoy tenemos un día muy ocupado con la boda de tu hermana, nuestra futura marquesa.-Contestó mi madre con una sonrisa de orgullo mientras se llevaba la cuchara a la boca.

-Lo dices como su fuera la maravilla más grande del mundo. Sólo seré marquesa, madre, no una reina.-Le dije a mi madre tratando de ser humilde.

-Para mí lo es. Eres mi hija, y todos tus logros para mí son los más maravillosos.- Sus palabras dibujaban una sonrisa en mi rostro; todas mis acciones me habían llevado a justo este momento, y esto, había hecho sentir a mi madre tan orgullosa.

Terminando de desayunar nos levantamos hola fuimos directo a mi cuarto vacío, justo ahí en donde el adorno más bello de todos, era la estructura que sostenía mi preciado vestido blanco. Lo había visto cuando lo estaban acomodando en el aparador como un diseño muy exclusivo y costoso, no me importó el precio, tenía que ser mío. La talla fue lo de menos, mi complexión no era la misma que la del vestido, pero con unos arreglos, quedó perfecto. Ahora lo tenía aquí, con mis manos tocando los detalles de perlas y demás brillantes adornando el encaje.

-Bien, empecemos señorita, esto nos tomará un poco tiempo.-Lucrecia y demás señoras estaban ahí, listas para arreglarme. Me dieron un baño con agua caliente y lavanda que me relajó por completo los nervios, tallaron todo mi cuerpo y a mi cabello le echaron un tipo de perfume con un fuerte aroma que duraría todo el día. Me secaron y empezaron a poner la ropa interior, luego me sujeté de la estructura alta de la cama y empezaron a ponerme la faja; con cada tirón sentía que el estómago se aplastaba y que en cualquier momento iba a dejar de respirar, pero continué aguntando a que la cintura se me marcara, ya que hoy debía verme espectacular.

Posterior a eso, me levanté y mi espalda se sentía como una placa de hierro, imposible de hacer otra cosa más que estar recta. Me pusieron unos preciosos zapatos negros de charol que no se verían en absoluto, pero por la vanidad, me los puse.

Tomaron entre las cinco mujeres el pesado vestido y lo colocaron sobre mí cuidadosamente, tuve que agacharme un poco para que el vestido entrara por arriba y hasta que mi cabeza salió, lo dejaron caer. Había tenido vestido pesados, pero este, sin duda había pasado mis límites, dudaba en poder caminar con esto puesto. Me colocaron las mangas correctamente y me pusieron mi anillo de compromiso.

Con dificultad pude sentarme para que empezaran a maquillarme, en un principio habían dicho que mi rostro estaba muy sano y limpio y que solo bastaría pintar los labios y los ojos un poco, pero no quise, necesitaba verme mayor, así que pedí que le dieran algo de madurez a mi rostro. Me dediqué a cerrar los ojos y sentir como las brochas rodaban todo mi rostro, dándome sueño de tanto cosquilleo. En cuanto estuvo listo me observé en el espejo y estuve feliz con el resultado.

El peinado fue sumamente laborioso, y después de muchos jalones y quejidos, quedó listo. Me pusieron el velo con un pequeño detalle metálico sobre este, haciendo alusión a una pequeña corona.

Mi madre llegó y en cuanto me vio, empezó a llorar de alegría, sacó su pañuelo y se secó la cara.

-Vengo a darte unos obsequios de bodas.- Dejó algo en la cama y después de acercó a mí para mostrarme una gargantilla tan sencilla pero elegante.- Esto se ha usado por generaciones, hija. Lo usé yo, lo usó tu abuela y bisabuela, y así por años. Ahora es tu turno, mi pequeña Beverley.- Se puso detrás mío y me la colocó con sumo cuidado, después se puso de nuevo enfrente y sonrió al ver que lo tenía puesto en mi gran día.

-Gracias, madre. Lo portaré con orgullo.

-Ahora, ven, te tengo algo especial.-Me acerqué a la cama y ella tomó algo envuelto en papel blanco, lo empezó a desdoblar y apareció un precioso camisón blanco sin mangas con pequeñas flores rosas y una bata blanca transparente que lo adornaba.

-Está precioso, ¿dónde lo conseguiste?

-Es algo moderno y un tanto promiscuo, así que lo mandé a traer de la capital. Espero y no le moleste al marqués.

-Esperemos que no.-De nuevo lo guardó y dijo que lo mandaría al castillo para que en cuanto llegara, me lo pusieran.

Después de esto empezamos a bajar las escaleras, había reprochado el hecho de que bien me pudieron vestir abajo, pero habían sacado el pretexto de que caminar me haría bien para acostumbrarme al vestido.

Nos subimos al coche con demasiada dificultad por culpa de la enorme cantidad de crinolina que ocupaba ya que si hubiese usado aro, sería imposible sentarme. En cuanto estuve lista, mi madre se subió conmigo y el cochero comenzó a avanzar hacia la iglesia en donde mi Antoine me estaría esperando.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora