XXV

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Bajó primero mi madre y después de ella recibí ayuda para poder bajar, subí los anchos escalones hacia la catedral y en la entrada se encontraban las puertas cerradas. Al rededor se encontraba toda la gente de la ciudad alegre por nuestra unió matrimonial.

Mi padre se posicionó a mi lado y me extendió su brazo para entregarme al altar.

-¿Lista mi pequeña?

-Lista, padre.

-Si supieras cuantas ganas tengo de llorar, mi bebé está por casarse. Pero soy un hombre fuerte, y aguantaré por ti.-Me sonrió y yo le sonreí de la misma manera con los ojos picandome un poco por querer llorar.

La música comenzó a sonar y las puertas se abrieron, mi padre y yo comenzamos a avanzar viendo hacia el frente. La gente estaba de pie, algunos murmurando y otro en silencio, pero prestando suma atención a cada detalle. Antoine estaba en el frente junto al cura luciendo una resplandeciente sonrisa portando su traje en colores blancos y celestes con detalles de encaje y demás en beish.

En cuanto estuve a su lado mi padre me besó la frente y Antoine tomó mi mano para hacer lo mismo.

-Te ves preciosa.-Le sonreí en agradecimiento a su halago.

-Estamos todos reunidos en este bello día...-El cura comenzó a decir su diálogo mientras Antoine y yo poníamos atención y solemnidad a la situación. Después de esto fue momento de decir los votos, esos que con tanto esmero habíamos logrado hacer.

-Yo, Antoine Augusto Rupenauv Tercero, prometo que con este anillo, me comprometeré a amarte y respetarte conforme a los mandamientos de Dios, prometo apoyarte y llenar tu vida de alegría siendo un buen esposo. No te faltará compañía cuando enfermes porque estaré ahí para ti. Celebraremos tus logros por más pequeños que sean. Recuerda que mi casa, ya no es mi casa, sino que ahora, es nuestra. Enlazo mi vida con la tuya en esta sagrada ceremonia hasta que la muerte nos separé.-Extendí mi mano y él colocó el anillo en el dedo correspondiente. Después de esto, llegó mi turno.

-Yo, Beverley Ophary Rubiroca Valledo, prometo que con este anillo me comprometeré a siempre amarte y respetarte conforme a los mandamientos de Dios, prometo que tu copa nunca estará vacía porque siempre estaré para llenarla; el tiempo que me dediques será siempre bien invertido. Te aconsejaré y apoyaré, iré a donde tu vayas, estaré en donde tu estés. Seré una buena esposa y en un futuro, buena madre; seré tu compañera fiel y confidente. Enlazo mi vida con la tuya en esta sagrada ceremonia, hasta que la muerte nos separe.- Él extendió su mano y coloqué con cuidado el anillo en su dedo.

-Que lo que ha sellado Dios, no lo separé el hombre.-La música comenzó a sonar de nuevo, Antoine y yo nos sonreímos y tomamos de la mano. Comenzamos a caminar por la catedral hacia el exterior recibiendo aplausos y vítores; afuera había aún más gente y el ruido abarcó toda la ciudad. Él rey y la reina caminaron detrás de nosotros con aplausos, en cuantos nos alcanzaron nos dieron un abrazo y nos felicitaron.

Subimos a la carroza blanca que había ahí esperando por nosotros, los reyes se subieron a otra y juntos llegamos al castillo, mi hogar. Bajamos y el banquete ya estaba listo, las demás personas empezaron a llegar y mis nuevas doncellas me llamaron para hacerme un cambio en la ropa, ya que era imposible que aguantara más con la pesada prenda. En su lugar me colocaron un vestido celeste que hizo juego con el traje de mi esposo.

Había una larga mesa en el frente del gran salón en donde nos encontrábamos sentados la familia real, mi esposo y yo. El resto estaba bailando, consumiendo los bocadillos, entablando una conversación o bebiendo. Decenas de personas se habían acercado para felicitarnos y darnos regalos que iban desde canastas con frutas, hasta prendas u objetos de gran valor monetario.

-Es hora de ir a bailar, esposa mía. Las piernas se me empiezan a entumir.-Me extendió la mano y le di la mía, nos pusimos de pie y nos encaminamos a la pista. Nuestros movimientos eran tan coordinados y con gracia, como si todas nuestras vidas hubiéramos estado preparándonos para justo estas piezas de baile.

-¿Por qué el rey y la reina no bailan?-Después de un buen rato, él príncipe se había sido invitado a bailar por una hermosa joven, sin embargo este era pésimo y la había pisado tantas veces, que había preferido que era mejor que platicaran un rato en vez de seguir con la actividad. Sin embargo, los reyes seguían en la mesa viendo todo, a pesar de que a la reina se le veía aburrida y con ganas de experimentar el baile.

-El rey...es un tanto antipático y la cabalgata tan larga le ha de haber lastimado su columna. Ya no es tan joven.-Les di de nuevo un vistazo y el príncipe se encontraba haciendo caer un par de charolas con comida por motivo de su torpeza.

-El príncipe no es muy listo que digamos.-Antoine soltó una ligera risa ante mi comentario.

-No, no lo es. Pero es hijo del rey y nadie se atreverá a admitirlo.

-Pero si es un tonto, ¿cómo se supone que será buen rey?

-Tendrá consejeros y una esposa, esperemos que eso sea suficiente.-La princesa, por otro lado, se había escapado de la fiesta para estar con los caballos de nuevo, cuando su madre la mandó a buscar, había regresado llena de paja y lodo y con un olor particular a excremento de caballo. Avergonzada, la reina la mandó a su habitación para que durmiera y ya no volviera.

-¿Qué hay de la princesa?

-Es un tanto...extraña. Pero ya está comprometida con un duque del norte, que es algo bueno ya que dudo que alguien en su sano juicio aceptará por voluntad propia comprometerse con ella.-Además de no contar con belleza, tenía esa loca obsesión por los animales que no la hacía una persona deseable.

-Y esa es la familia que nos gobierna...-Seguimos bailando, con mi mano sobre el hombro de Antoine y la suya en mi cintura, mientras empezaba a pensar que Antoine, sería mucho mejor rey.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora