XXXIV

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Las maletas estuvieron listas incluso antes de que me despertara, lo único que hice fue arreglarme y desayunar para después​ revisar que todo quedara listo y en buenas manos. Por supuesto que había propuesto a Hugh para que ayudara con la administración de ciertos sectores como las relaciones con el resto de las ciudades, las cuales conocía muy bien debido a sus viajes por el trabajo de su padre. Antoine lo había aceptado aún con un tiñe de rencor debido a la pasada idea que se tenía de que Hugh y yo podíamos ser pareja. Al asegurarnos de todo partimos sin más demora hacia la cápital del país. 

Durante el viaje tuve unos cuantos mareos debido al constante movimiento del coche al pasar por caminos empedrados y desiguales que obligaban a balancearme de un lado a otro junto con mi estómago y mi pequeño bebé. Sin   embargo, el resto del camino fue placentero y únicamente tuvimos retrasos comunes de un viaje como lo son el comer, dormir un tanto y paradas para realizar necesidades de orina y excretar.

El trayecto fue largo, de seis días y medio. Durante todo ese tiempo no tuve más que hacer que dormir y conversar con mis doncellas, no tenía responsabilidades ni actividades para entretenerme y me sentía exasperadamente aburrida. Mi esposo cabalgaba en frente mío y en cada parada me hacía preguntas sobre mi estado de salud.

A lo lejos empezamos a oír un montón de campanas repicar y unos cuantos guardias reales nos alcanzaron en el camino para acompañarnos. La gente comenzaba a salir de sus casas y puestos para ver a los nuevos llegados. Sabía que no era la primera vez que Antoine venía a la capital, pero si era la mía, y era la primera vez que el marqués de OliveHill llegaba con su nueva esposa. 

Valle del Rincón era inigualablemente diferente a lo que estaba acostumbrada; era el triple o más de grande que nuestra pequeña ciudad, tenía una catedral bellísima y otras iglesias pequeñas, había puestos por todos lados, la gente vestía con ropa un poco más abrigadora y el clima era muy húmedo. Me cubrí con mis brazos y una de mis doncellas me acomodó una manta. El olor de la ciudad no era muy higiénico así que tuve una pequeña arcada.

Traté de concentrarme y suprimí cualquier asco que tuviera hasta que llegamos con la reina. Un sirviente me abrió la puerta y me ayudó a bajar, me incliné un poco y luego recibí un saludo de beso en las mejillas de su parte. Antoine besó su mano y luego nos invitó a pasar con un semblante triste y preocupado.

-Debo ofrecerles una sincera disculpa, pero las condiciones en las que se encuentra el rey y la familia, no son las adecuadas para hacer un banquete ni ninguna bienvenida con bombo y platillo.

-Tranquila, majestad. Entendemos la situación y su petición de acompañarla fue precisamente por esto.-La reina nos dio una sonrisa triste de agradecimiento por nuestra comprensión.

-Hemos tratado de buscar a Dior pero no lo podemos encontrar. Todos los barqueros están avisados pero ninguno nos da señas de él. Hemos preguntado incluso a los guardias de los límites con otros países y de igual manera dicen que no ha pasado.

-No puede simplemente desaparecer, lo encontrarán.

-Lo que me preocupa, es que no lo encuentren a tiempo y su padre muera antes. El estrés y la tristeza no lo han dejado levantarse de la cama, cada vez come menos y su color de piel se vuelve más y más amarillo.-Sus ojos se pusieron llorosos, entendía lo que pasaba; yo estaría de la misma manera si el amor de mi vida estuviera en su lecho de muerte.

-Si nos lo permite, le haremos una visita al rey.

-Claro, adelante. Acompáñenme.- La reina se dió la vuelta con una cantidad grande de doncellas detrás de ella como moscas. Antoine me tomó la mano y caminos detrás subiendo escaleras de piedra hasta que por fin llegamos a una puerta que abrió un guardia para que sólo pasara la reina seguida de nosotros.

La escena era terrible; el rey se veía mucho más anciano que la última vez que lo observé, su piel estaba tan blanca, cómo si se le estuviera llendo la vida. Se encontraba tirado en la cama con una cobija en sima, parecía dormido pero en cuanto nos escuchó acercarnos, abrió los ojos y movió su cabeza. 

-Antoine, has venido, viejo amigo.-Su voz era muy débil y de volumen bajo, mi esposo se acercó a él y le tomó una mano.

-¿Cómo no iba a venir? Mírate, te ves espléndido.- El rey soltó una risa que fue secundada por una tos fatigosa. 

-Estoy muriendo, Antoine. Fui mal padre y desprecié a mi hijo, no lo supe entender y lo alejé de mi para siempre.

-Tranquilo, majestad.

-He hablado con mi esposa de mi muerte, asegura que no quiere tener nada que ver con la corona después de mi fallecimiento. No tengo más heredos Toscaine, así que debo darle el poder a alguien de mi suma confianza.-Una tos lo interrumpió y pidió agua, con ayuda pudo beber y después continuó.- Quiero que tú seas rey, Antoine.

-No, lo siento. Soy marqués de OliveHill y...

-Encuentra a alguien de tu confianza para que su apellido ahora domine en la ciudad, porque ahora el tuyo dominará en el país.- Sus palabras no eran más que la más dulce y pura miel que pudiera existir. 

-Te pondrás bien, encontraremos a Dior.- El rey de nuevo empezó a toser y negó con la cabeza repetidas veces.

-Dior es mi hijo y lo conozco, está enamorado de esa joven y cuando él se compromete con algo, no para hasta conseguirlo todo. No dudo que ahorita mismo se esté casando.

-Lo convenceré, podrá ser rey con esa joven, no importa y si no, la puede hacer su concubina y se casará con Lady Catalina.

-Tus intenciones son buenas pero, de todos modos he hecho un testamento ya, está firmado por mí, mi esposa y el presidente del consejo real. Sólo falta tu firma para que aceptes.

-Dame unos días para traer a Dior, si no lo logró, firmaré.

-No me quedan días, Rupenauv. Si no muero hoy, lo haré mañana, no estoy seguro pero sé que será pronto.

-Firma, Antoine, por favor.- La reina estaba llorando pero se mantenía de pie firme frente a la cama. Le tomé la mano en forma de apoyo y la acaricié suavemente.

Antoine pidió el papel y firmó con la condición de que si encontraba a Dior y éste accedía al trono, se lo regresaría.

Pasaron tres días y el fatídico rey aún seguía con vida. La reina se la pasaba todo el día en su habitación cuidando a su esposo mientras yo me paseaba por el castillo. Antoine había salido en búsqueda de Dior hacia el límite con el país del norte para empezar a verificar noticias. Se me avisó que un hombre había llegado al castillo para ver a la reina y darle un aviso escrito, me presenté en su lugar justificando que la reina estaba indispuesta.

-Mandan esto desde el puerto al sur del país.- Lo tomé y agradecí, después le pagué un poco al hombre para asegurar su discreción. Me fui directo a la habitación que me habían asignado y la cerré con llave. Abrí la carta y eran noticias sobre Dior; había pasado cerca de OliveHill por una mujer, habían contraído matrimonio en un pueblo cercano para después partir hacía más al sur y tomar un barco hacia otro continente.

Estaba hecho, Dior había desaparecido para siempre de nuestras vidas.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora