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Apenada y con odio, salí del baño desnuda con una toalla sostenida por mi mano en mi parte íntima.

-Quítate eso de ahí y vístete. En tus calzoncillos pon esto.- Mi madre me entregó una pequeña toalla de tela.

Lucrecia, junto con otras mujeres, me vistieron, pero antes me puse mi calzoncillo y coloqué la tela en la parte en donde calculé, caería sangre.

Al estar lista mi madre entró al cuarto y lo cerró con llave, no sin antes advertirles a las muchachas de no decir nada a nadie.

-No debió decirte Lucrecia.

-¿Y qué ibas a hacer? ¿Quedarte en el baño hasta que dejaras de sangrar?- No lograba entender como mi madre siempre lograba adivinar mis pensamientos y acciones, como si ya todo lo hubiera vivido.- Todas las mujeres menstruamos, eso es signo de que ya eres señorita y ya puedes comenzar a tener hijos.-Mi madre, empezó a hablarme sobre el deber de encontrar un buen marido y de aprovechar mi cumpleaños para buscar a algún candidato.

También me dijo que no debía enterarse nadie porque se creía que nos desestabilizábamos emocionalmente, y era mejor quedarse en casa. Cosa que no podía hacer con mi cumpleaños a la vuelta de la esquina.

Pero, lo que más me impacto, fue lo que vino después: el sexo. No sabía que mi parte íntima no sólo servía para orinar, sino que también para dar a luz y procrear. Me habló en tono bajo sobre qué los hombres tienen una parte distinta a la nuestra, y que el acto carnal de copular, sólo debe darse entre marido y mujer.

Por supuesto que no me habló del placer, sólo me advirtió que dolería mucho en mi primera vez, pero que con el tiempo me acostumbraría.

Al principio pensé que prefería evitarlo para que no me doliera, pero luego recapacité que, tarde o temprano, debía tener hijos para cumplir con la sociedad y seguir enorgulleciendo a mis padres.

Salimos en nuestro coche hacia una de las tiendas de más prestigio en la ciudad. No quedaba nada cerca, lo que me hizo desesperar. El trapo, por más delgado que fuera, me molestaba y me hacía sentir que utilizaba pañal de nuevo, a mis casi catorce años.

Llegó el momento de medirme vestidos y tenía miedo de que la sangre se hubiera traspasado y que lo notaran, por fortuna el flujo era muy ligero y no había ocurrido nada.

Me probé un total de nueve vestidos, siendo éste último el escogido por ambas como el más bonito y que mejor me quedaba. Compramos un aro especial y crinolina que lo haría ver mucho más esponjado.

El regreso a casa fue tranquilo y mi madre no paraba de hablar de lo maravilloso que el color púrpura le sentaba a mi cabello rubio y mis ojos grises, iguales a los de ella.

Mi madre me dijo que lavara el trapo y que mañana me daría otros 3 por si acaso. Pero pronto advertí que comenzaba a oler extraño. No era habitual que nos bañaramos seguido, pero no siempre olía así de fuerte. Así que decidí que me bañaría cada día hasta que parara de sangrar.

En la mañana, en vez de que Lucrecia me levantara, lo hizo mi mamá, dándome como obsequio uno de sus perfumes favoritos, que ayudarían a esconder el aroma de mi sangrado.

Para mi sorpresa, mi menstruación únicamente duró tres días, haciéndome sentir aliviada y libre de nuevo.

Aún faltaba cinco días para mi cumpleaños, pero los preparativos no paraban. Todavía faltaban las flores, los invitados y los bocadillos que se repartirían.

Mi madre decoró el gran salón con alfombras, listones y demás cosas en diferentes tonos de blanco y lila para que mi vestido sobresaliera. Así que nos tenía estrictamente prohibido entrar para que no arruinaramos nada. Sobre todo las más pequeñas.

Fuimos a escoger los bocadillos ya que debían de ser finos, tal vez con algún queso azul o unas galletas artesanales. Mi madre me pidió que eligiera lo que mi paladar decidiera, costara lo que costara, ya que había dinero para gastar en este evento.

Mi padre solía guardar parte de su dinero para que cuando llegara el momento de algún evento anual, fuera grandioso y pudiera sorprender a todo el que llegase. Por su lado, mi madre adoraba que su esposo la consintiera de esa forma, porque le daba la satisfacción de que las demás esposas sintieran envidia.

Llegamos al lugar y nos bajamos del coche, detrás de nosotras llegó un carruaje de los más elegante y caro. Ambas nos quedamos esperando a ver quienes venían en tal lujoso vehículo.

El primero en bajar fue un hombre mayor, era un hombre maduro de más de cuarenta años, pero la belleza de su rostro no se había desvanecido. Amablemente le tendió la mano a su esposa, la marquesa.

Los reconocimos de inmediato, se trataba del marques Antoine Rupenauv y la marquesa Gaela. Dueños del bellísimo castillo que se encontraba al norte de la ciudad en una colina.

-Buenos días, masdames.- Se quitó el sombrero en forma de saludo y nosotras hicimos una reverencia. Seguido de ellos, entramos nosotras.

Nos llevaron a la misma sala y mientras probaba bocadillos, lo observaba, veía a Antoine mover la boca probando las texturas y sabores, intentando decidirse por uno.

-Es muy apuesto, lástima que no tenga descendencia.- Mi madre me lo comentó en susurros mientras dirigíamos la mirada a la feliz pareja. Por un momento su mirada chocó con la mía y el rubor subió a mis mejillas, por lo que aparté la vista.

-No se les ve triste por eso.

-Apariencias hija, apariencias.- Encontraba delicioso todo, pero había uno o dos ingredientes de cada uno que no me convencían. Por lo que la estadía se alargó un poco más.- ¡Las flores! Tengo cita para revisión de estas en Valle de Monet, no puedo llegar tarde. ¿Te parece si te dejo aquí mientras escojo un color y tipo? No tardaré tanto.

-No te preocupes, madre. En caso de terminar primero, aquí te esperaré.

-Pido una disculpa por mi intromisión, pero he escuchado que va a Valle de Monet. Voy para el mismo lugar y mi esposo es muy indeciso en los bocadillos. ¿Le parece si le hago compañía?- La marquesa se había acercado a nosotros y mi madre no cabía de la felicidad ante la idea de que se esparciera el chisme de que ella, Constantina Rubiroca; se encontraba de compras con la mismísima marquesa.

-Por supuesto que sí, excelencia.

-Iremos en mi carruaje, si no es molestia.

-Por supuesto que no, adelante.- Podía sentir lo hinchada de alegría que se sentía mi madre ante tales actos.

Por mi parte, me encontraba esperando a que los ingredientes llegaran a las charolas de plata que se encontraban en las mesas al este del salón.

-¿Tampoco sabe cual elegir?- El marques Antoine se acercó a mi con paso silencioso y me tomó por sorpresa su pregunta.

No contesté, me quedé callada con la mirada centrada en la mesa, pensando que decir para saber si yo había llamado su atención tal como él había llamado la mía.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora