II

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-Tengo bien definido lo que quiero, sólo hace falta que aparezca y se deje comer por mí.- Si mi madre hubiese escuchado mi hablar, me hubiera aplastado la mano para callarme, para luego agarrarme a cachetadas por haber sido promiscua con el marqués.- ¿Qué hay de usted?

-No lo sé, parece que encontré algo pero, no me convence del todo.- Nuestras miradas eran efímeras, pero penetrantes. Incluso lo atrapé una vez viendo hacia mi escote. ¡Bendita sea mi madre que me compró este vestido que muestra mis pechos!

-Y, ¿qué hace falta para que esté totalmente convencido?- empecé a caminar por la sala mientras él me seguía.

El coqueteo es algo que aprendes desde los 12 años, tienes que ser un poco difícil, pero siempre dejando una ligera entrada.

Él era un hombre casado, pero eso no impedía nada, tenía que dejar descendencia y con esa mujer no podría, en cambio conmigo...

-Tal vez, el ingrediente adecuado.- Me detuve en su mesa, al lado oeste de la sala y tomé un trozo que quedaba de jamón envuelto en queso y tomatillos con hierbas. Lo agarré y lo llevé a mi boca lentamente, mientras masticaba y distinguía los sabores.

Él no quitaba su mirada de mis labios.

-No, ese no es el adecuado.

-¿Cómo sabes que no lo es?- Dos mujeres habían entrado con los mismos ingredientes tanto para él como para mí, y los habían depositado en la mesa.

-Por qué pedimos lo mismo.- Tomé una galleta y le unté un poco de aderezo, posteriormente le agregué un pedazo de queso y una aceituna negra.- Esto, es lo que buscamos.- Puse el resultado enfrente de su rostro mientras él estaba a punto de abrir la boca.- Tome, tengo que ir a prepar el mío.- Su cara de consternación se hizo presente, tomó el bocadillo mientras me dirigía a mi mesa en el otro extremo.

Hice lo mismo y le dije a la señorita que esto quería. Ella asintió y se retiró, al igual que la otra mujer.

-Estuvo magnífica esa combinación. Eres muy buena para crear bocados.

-Gracias, excelencia. Su halago es de mucho valor para mí.- Seguimos caminando hacia la sala principal para esperar.

-¿Cuál es su nombre, señorita?

-Beverley Rubiroca.- Hice una reverencia y en cuanto terminé tomó mi mano para besarla.

-Antoine Rupenauv, marqués de OliveHill. Un placer conocerla, señorita.- El cálido beso inundó mi ser de un cosquilleo y por primera vez en mi vida, también sentí cosquillas en mi parte íntima.

-El placer es mutuo.- Le dediqué una ligera sonrisa y un ligero rubor estuvo presente en el rostro de aquél encantador hombre.

-¿Qué celebra, señorita Beverley?

-Puede dejar el señorita a un lado mientras hablemos solos. Porque no me gustaría mucho que esta fuera nuestra primera y última platica.

-Tenga por seguro que no lo será.- La sonrisa de él, iluminó todo mi mundo mientras me derretía por dentro.

-Celebro mis catorce años, y me gustaría que estuviera presente, con su esposa, por supuesto.

-No tengo motivo para negar tal invitación, sería un placer asistir.

-La invitación llegará, marqués.

-Puedes decirme Antoine, cuando estemos solos.- El rubor abarcó todo mi rostro y me obligué a abrir mi abanico para que algo de aire llegara al calor de mi cuerpo para apaciguar las llamas que me consumían.

-Una disculpa si te incomodé.

-No hay problema, aún soy joven y acabo de ser señorita, por lo que el hablar con hombres adultos suele ser algo nuevo para mí.- Estaba segura de que entendería el hecho de que ya podía procrear.

Minutos más tarde, ambas mujeres llegaron riendo y hablando sobre temas desconocidos para nosotros.

-Vaya, parece que mi esposa al fin encontró una amistad.

-Así es, madame Constantina es un encanto. Tenemos un evento en 5 días para celebrar a su hija.

-También fui invitado por la celebrada.

-Es maravilloso, muero por que sea el día.- Después de promesas sobre vernos muy pronto y hacernos jurar que iríamos de visita al castillo, nos despedimos mientras le dedicaba una última mirada a ese hombre que me había gustado tanto.

Después de eso, hicimos más viajes para terminarlo todo y que quedara perfecto.

Al llegar a casa, me puse mi camisón y me tumbé en la cama, entonces me puse a recordar cada momento, palabra y acción que había ocurrido entre Antoine y yo. Al llegar al momento del beso, de nuevo sentí cosquillas en todo mi ser y en mi intimidad.

Era algo extraño ya que nunca lo había sentido, así que puse mi mano entre mi vello púbico. Comencé a explorar y sentía lo cálido que estaba, hasta que una humedad comenzó a abundar.

Mi dedo índice seguía los surcos de mis partes hasta que llegué al orificio de la vagina. Estuve tentada a introducir mi dedo, por más asqueroso que sonara, pero antes de hacerlo; un sentimiento de culpa me invadió.

Iba a ser castigada por Dios.

Durante estos días había logrado entender a que se refería todo aquello en donde se castigaban los actos carnales inapropiados. El tocarse por si mismo era uno que debía ser castigado.

Me desabroché el camisón y caminé hacia mi ropero, en donde aún conservaba el fuete que solían usar para mi educación. Lo tomé y comencé a dar golpes en mi espalda y mis glúteos.

Comencé a llorar cuando me di cuenta que el dolor solo hacía que mi intimidad se humedeciera más y pidiera ser atendida. De coraje me golpee más fuerte hasta que sangré y quedaron marcas de mi terrible error.

Me quedé hincada frente al espejo con las lágrimas en mis ojos. Mientras mis dedos entraban una y otra vez en mi cavidad. Sintiendo placer y arrepintiendome de cada acto pecaminoso que estaba realizando, con Antoine en mi mente.

Ambición de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora