Capítulo 37. Rosas para un ángel.

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Narra Temo.

Mi brazo izquierdo y algunas de mis costillas están rotas, me duele cada paso que doy, cada respiración, pero no me importa, tengo que ir, será la última vez que lo vea, hoy es su funeral.
Hice un drama para que me dejaran salir del hospital, les dije que si querían podría regresar a internarme depués, pero por hoy tenía que ir con él.
Mi padre me llevó a mi casa para cambiarme, me puse un pantalón y camisa negros y partimos hacia la funeraria donde ya estaba toda su familia y también él.
Llegamos y la verdad no quería bajar de la camioneta, no soy lo suficientemente fuerte para verlo en esa caja.

-Hijo, sé que es muy dificil, pero tienes que hacerlo.

-Me da miedo verlo papá, me da miedo verlo así - dijo llorando.

-Yo estaré contigo y tus hermanos también, eres fuerte Temo, puedes hacerlo.

Bajé de la camioneta con cuidado y me dirigí hacia en frío lugar. Al entrar vi que toda su familia estaba ahí, su madre estaba destrozada, llorando descontroladamente en un rincón y su padre en el otro extremo llorando en silencio, seguramente se sentía culpable, pues él ocasionó que todo esto pasara.

En el centro de la sala estaba el ataúd con la tapa levantada. Me acerqué lentamente hasta quedar a un costado de la caja y lo vi; estaba tan hermoso como siempre, inmovil y con sus ojos cerrados.
Miles de emociones me invadieron al verlo así, porque entonces significaba que era real, que nunca volvería a hablarme, nunca volvería a abrazarlo. Solté todo en un llanto desolador, que estaba seguro que se escuchaba hasta la calle pero no me importaba. Estaba aferrado a la caja llorando sin parar cuando sentí como alguien se acercó a mi lado, era su madre, quien estaba aún peor que yo.

-Temo, sé lo mucho que tú y mi hijo se quisieron - dijo entre sollozos - y por eso quiero agradecerte por llenar sus últimos momentos de vida con felicidad - tomó mi mano.

-Al contario, yo le tengo que agradecer a él, por enseñarme a amar - dije llorando.

Ella me miró y me abrazó, yo me aferré a ella y seguí llorando en su hombro mientras ella lloraba en el mío.

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Llegó la hora del entierro, todos no dirigimos hacia el panteón en un caravana funebre, hasta adelante iban Audifaz, Tulio, Robert y Gabriel cargando el ataúd de Aristóteles, uno en cada esquina.
Yo iba mas atrás con mi padre, mis hermanos, Linda y Daniela.
Cada paso que daba me dolía más, no por las heridas, sino porque cada paso estaba más cerca de despedirme de él para siempre.

-Temo - habló Daniela - ¿te cuento algo?

Entre lagrimas asentí lentamente.

-Cuando las personas buenas se van de nuestra vida, se convierten en ángeles que nos cuidan a lo largo de nuestra vida, estoy segura de que Aristóteles ahora es un ángel, y que con una gran sonrisa te está cuidando, así que no tienes porque sentirte solo.

-Gracias, yo también estoy seguro de que él es un ángel, el más hermoso de todos.

Después de un rato llegamos al panteón y nos dirigimos hacia el agujero que pronto se convertiría en su eternidad.
Con ayuda de unas cuerdas bajaron el ataúd hasta el fondo del hoyo, lo que hizo que todos lloraramos más aún, pues nunca lo volveriamos a ver.
Doña Blanca que traía un gran ramo de rosas rojas, nos dio una a cada quien para ponerla sobre su ataúd andes de cubrirlo con tierra.
Todos arrojaron la rosa hacia el agujero, yo antes de hacerlo saqué la carta que le había escrito y lentamente dejé caer ambas cosas sobre el ataúd.

-Adios Aristóteles - dije en voz baja.

Luego los panteoneros comenzarón a cubrir el ataúd con tierra, tapando las rosas y mi carta, mientras su madre lloraba descontroladamente y mi alma se rompía.



Aristemo: El último "Te quiero".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora