Sex Note (Parte 26)

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Aferrándome con más fuerzas a la cintura de Ana, que se intenta reponer de su último orgasmo, continúo embistiendo sin descanso su coño, volviendo ligeramente más torpes y rudos mis movimientos hasta vaciarme completamente en ella, derrumbándome agotado a su lado.

— ¡Uf! Sí que te ha dejado caliente la enana. —comenta riendo Ana con la respiración acelerada, girándose para tumbarse boca arriba junto a mí, que me encuentro en un estado parecido.

— No sé si esa es la expresión. —murmuro con una mueca mirando el techo, recordando todo lo sucedido en el coche.

— ¿Qué ocurre? —pregunta la perrita observándome con intriga durante unos segundos.

— Nada, sólo estoy pensando. —suspiro negando con la cabeza.

— ¿Y en qué piensas? —insiste la castaña, pegándose a mi cuerpo para abrazarme, apoyando su cabeza en mi hombro.

— Si tuvieras mi poder, ¿qué harías con él? —pregunto sintiendo sus dedos acariciar mi torso distraídamente.

— ¿Cómo? —responde con un tono de voz que no sé identificar a la vez que sus dedos se detienen una milésima de segundo.

— ¿Cuál sería tu objetivo? —repito sin despegar mi vista del techo de la suite, la cual está únicamente iluminada por la luz de la luna que entra por la ventana.

— Pues supongo que divertirme. —contesta después de unos segundos la castaña—. Más o menos lo que hacemos ahora pero más a lo bestia.

— ¿Más a lo bestia? —comento con cierta gracia.

— Últimamente el grupo se ha vuelto muy... ¿Familiar? ¿Aburrido? —suelta sin reparos Ana—. Me gustaba más antes, cuando las locuras eran menos planeadas.

Quedándome pensativo en silencio, continuamos un par de minutos más en esa posición, escuchando de fondo los ruidos de la calle que entran por la ventana y el tenue sonido del roce de la mano de Ana por mi cuerpo.

— Supongo que tienes razón, el grupo ha perdido algo de intensidad. —asiento finalmente.

— Es lo que pasa cuando te olvidas de tu papel y del nuestro. —comenta Ana sin tapujos, aprovechando el momento de sinceridad.

— ¿Mi papel? —pregunto algo confuso.

— Tu papel era ser el cabrón que nos follaba cuando le apetecía, usándonos a su antojo sin preocuparse por nosotras. —contesta la castaña con un suspiro—. Tú eras simplemente el putero, y nosotras tus putas.

— ¿Era? Te recuerdo que os sigo follando cuando me apetece. —replico frunciendo el ceño.

— Pero desde hace un tiempo, has comenzado a preocuparte por nosotras. —responde la perrita—. Llegando incluso a hacer cosas que no te apetecen para complacer a alguna.

— Pero así es mejor, ¿no? —comento sabiendo que tiene razón en parte—. Si todos estamos bien...

— En el momento en que nos pones a tu nivel, perdemos aquello que nos hace iguales a nosotras. —murmura Ana.

— ¿El qué? 

— La condición de putas. —responde la perrita con un suspiro.

— No entiendo. —confieso frunciendo nuevamente el ceño.

— En el instante que se rompe la jerarquía y se pierden los roles, dejamos de ser tus putas para ser las amigas con las que te acuestas. —explica Ana removiéndose—. Al meter sentimientos más complejos por el medio, empiezan los favoritismos y se crea un mal ambiente.

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