18. Un solo ser

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Pero una vez prohibido de recuerdos,

Pero una vez gallego en el desnorte,

Abrázame haciendo que sea nuestro,

Sin ejercer de juez que nadie oye,

Escúchame, hagamos de este encuentro,

Un solo ser.


Llevan horas hablando. O quizás días.

Hace tiempo que Aitana ha perdido la noción del tiempo y siente que han diluido las cuatro paredes de su diminuto apartamento.

Ocupan un vacío oscuro sin tiempo ni espacio. Ni realidad.

La voz de ese hombre, de cuya identidad ya no está segura, la transporta a un tiempo que ella vivió desde una perspectiva completamente diferente.

Siente infinita pena por Mencía, por Luis y su familia.

Siente infinita pena por si misma también. Por sus lágrimas estériles de los últimos tres años.

Piensa con nostalgia en los problemas que les separaron años atrás y le parecen absurdos.

Un pensamiento fugar que se escapa tan rápido como llega le hace desear haberse abrazado a él la última noche que pasaron juntos y no haberle dejado marchar jamás de sus lado. Como si entonces le hubiera podido proteger de lo que vino después.

Ella, que no era más que una niña entonces. Ahora es consciente de hasta qué punto lo era.

Le resulta imposible concebir la situación en la que se vio Luis y todo le parece producto de una imaginación enfermiza.

Pero nadie inventaría algo así. Nadie haría pasar por el mayor dolor a su familia y amigos en vano.

Y menos Luis.

Luis que cuidaba de todos, Luis que era amante, hijo, padre, hermano y amigo.

Luis que quería y necesitaba salvar el mundo.

- ¿Están todos en la cárcel?- su voz se torna diminuta al preguntar.

Recuerda tener cuatro o cinco años y exigirle a su madre la seguridad de que no habría malos en los cuentos que le contaba de noche. Su madre le dijo una vez que las historias sin malos no eran contadas en los libros. Pero igualmente Aitana suplicaba, aunque fuera absurdo, eliminar a todos los antagonistas de sus fantasías.

Por el gesto de Luis, la pregunta de ahora es igual de ridícula.

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Llegaron las redadas.

Con la primera se consiguió la prisión sin fianza para Alberto y Pedro.

Los hijos de Alberto cayeron en la siguiente pero enseguida fueron puestos en libertad con cargos. Amalia, la hermana de Mencía, seguía en Inglaterra, pero nunca llegó a extenderse orden de detención internacional.

Al fin y al cabo, tan cuidadosos habían sido los asesores de la familia en maquillar cualquier actividad ilegal como en mantener limpio el nombre de los herederos.

O, si había algo que les implicase en los negocios de la familia, quizá Mencía, movida por un sentido de solidaridad a los que estaban en la misma situación que ella, no los había incluido en la información que había recopilado.

Sin tierra ni sueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora